El poder los volvió monstruos fríos
¿Qué hará Rosana Alvarado, ministra de Justicia, tras el sobreseimiento de Ángel Polibio Córdova, presidente de Cedatos, que ella, en una patraña repugnante, quiso mandar a la cárcel? Nada.
¿Qué hará Gabriela Rivadeneira tras la declaratoria de inocencia de Cléver Jiménez, que ella contribuyó a perseguir cuando era Presidenta de la Asamblea? Nada.
Nada harán Lucy Blacio, jueza antes y actual vice ministra de Justicia, el ex fiscal Galo Chiriboga, el juez Jorge Blum y Alexis Mera, perseguidores contumaces de Fernando Villavicencio, Cléver Jiménez y también Carlos Figueroa, ahora declarados inocentes.
¿Qué hará Gabriela Rivadeneira tras la declaratoria de inocencia de Cléver Jiménez, que ella contribuyó a perseguir cuando era Presidenta de la Asamblea? Nada.
Nada harán Lucy Blacio, jueza antes y actual vice ministra de Justicia, el ex fiscal Galo Chiriboga, el juez Jorge Blum y Alexis Mera, perseguidores contumaces de Fernando Villavicencio, Cléver Jiménez y también Carlos Figueroa, ahora declarados inocentes.
Nada hizo René Ramírez tras el desmentido de Tesla luego de que él se inventara que esa multinacional iba a participar, con tres mil millones de dólares, en el montaje de una mega factoría de autos eléctricos en Yachay. Nada hizo María José Carrión tras la condena de Jorge Glas a quien ella tendió alfombra roja y protegió en la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional. La lista de aquellos que nada harán sobre las violaciones, las farsas y delitos que cometieron, durante el correísmo, es interminable.
No harán nada y, en cada caso, debían haber pedido perdón, renunciado a sus cargos y dejado la función pública para siempre. No harán nada porque su paso por el poder los volvió seres con múltiples máscaras e innumerables coartadas. Seres despojados de vergüenza, de decoro, de sensibilidad y de decencia. Seres capaces de mentir, engañar, perseguir y robar (o dejar robar) sin problema alguno de conciencia.
Miren a Jorge Glas, a Carlos Pólit: los dos saben que los descubrieron. Y los dos dicen lo mismo: que no hay facturas. Ni recibos. Ni fotos. Ni números de cuentas. Ni cheques. Los dos dicen que su acusador es un delincuente. Y como un delincuente es un descalificado, pues no hay sino una conclusión: ellos son inocentes.
Miren a María Fernanda Espinosa, a María Alejandra Vicuña: las dos parecen autómatas. No ven la diáspora de venezolanos. Ni el estado calamitoso de esa economía. Ni el hambre y la desnutrición producidas por el chavismo. Ni la corrupción que ha hecho de la hija de Chávez la persona más rica de Venezuela. No ven las bandas de Maduro y Diosdado Cabello. Ni la locura asesina de Maduro. Y Espinosa se dice poeta y Vicuña se cree una idealista.
El correísmo no afectó solamente la economía. Dañó a las personas. Aniquiló su sentido común. Parió políticos des-almados. Les arrebató valores y principios. Los convirtió en cínicos bastardos. En mentirosos contumaces. En autómatas incapaces de sentimientos y humanidad.
Los políticos que dejó el correísmo han diluido los referentes con los que pretenden comunicarse con la sociedad. ¿Qué dimensión ética puede amparar la defensa de un asesino como Maduro? ¿Qué promesa política puede haber tras la protección de un modelo fracasado como el que gobierna Venezuela? ¿Qué ideología progresista hay tras un gobierno que expatria a centenares de miles de personas como es elocuente que ocurre hoy, ante la opinión mundial, en Venezuela?
Todo eso es obvio. Como es obvio que René Ramírez mintió, que Gabriela Rivadeneira persiguió a Cléver Jiménez, que María José Carrión protegió al corrupto Glas, que Pólit montó un sistema de extorsión en la Contraloría, que Rosana Alvarado persiguió, en forma abyecta, a Polibio Córdova. De esos hechos se colige que el dilema con los políticos que parió el correísmo no es intelectual ni ideológico. Es ético. Y radica en que les da lo mismo que Glas robe o que Maduro sea un asesino: esos son epifenómenos y para esas coyunturas siempre hay explicaciones. Las hay a costa de la realidad, el sentido común, la racionalidad y la buena fe.
Esos seres llegaron a ese punto donde no hay diferencia entre fe y cinismo, mentira y verdad, realidad y delirio. Lo único que les interesa es estar en el poder sin importar los medios, sin preocuparse de cuánto le tuercen el cuello a la lógica o cuánto daño hacen a las personas. En sus manos, el poder y ellos se han vuelto monstruos fríos.
Miren a Correa, Glas, Mera, Marcela Aguiñaga, Rosana Alvarado, Gabriela Rivadeneira, Richard Espinosa, Carlos Pólit, los hermanos Alvarado, Carlos Ochoa, Ricardo Patiño, María Fernanda Espinosa… el poder los destruyó como personas. Les arrebató el alma. Los convirtió en cínicos bastardos. En mentirosos contumaces. En autómatas incapaces de sentimientos y humanidad. Esto ocurrió ante los ojos de la nación y, se teme, en forma irremediable.
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