Moreno ya no es rehén de Correa sino de sí mismo
El Presidente está atrasado. El 4F, por la noche, al calor de los resultados de la consulta, debió haber anunciado decisiones. Al fin y al cabo, el cambio de Patricio Rivera por Carlos de la Torre fue un movimiento de sillas sin incidencia alguna sobre la política económica. Lo mismo se puede decir del gabinete cuya composición no genera certezas prácticamente en ningún sector de la sociedad. La política externa también sufre de la ideologización a la cual está sometida desde que el correísmo asumió el poder. El número de incertidumbres creció mientras Moreno y los suyos esperaban el dictamen de las urnas.
Pero ahora, casi 20 días después, el Presidente está en deuda con el país. Su dilación alimenta, entre los radicales, la esperanza de que ahora las direccionales de su gobierno apunten hacia las tesis del sector más radical de Alianza País. Esa expectativa calza en la explicación que Eduardo Mangas dio a los militantes y que valió su salida del gobierno: engañar a la opinión, zafarse de Correa, dialogar con todo el mundo pero mantener el programa del partido, pero sin Correa. La misma dilación es leída por otros sectores como la mejor señal de que lo único seguro en su gobierno es el inmovilismo. Pocos apuestan a que Moreno dé los virajes que el momento político le señalan.
En todo caso, el problema de Moreno no es ideológico: es matemático. De matemáticas electorales. Lenín Moreno no es hoy lo que fue el 24 de Mayo cuando se posesionó. Ese día era un presidente bajo sospecha que había ganado con el 51% de votos. Era un presidente atenazado entre Rafael Correa, Jorge Glas, Carlos Pólit, Carlos Baca Mancheno, Gustavo Jalkh, un movimiento político adverso y medios de comunicación con el sello de públicos al servicio del correísmo de barricada.
Moreno sabía que tenía que deshacerse de Correa y, para sobrevivir, virar los factores de poder a su favor. Por ese motivo, cambió su mensaje político, criticó la década de Correa, su estilo, sus cifras, su autoritarismo y, al hacerlo, vio crecer como espuma su popularidad. Eso ayudó a apuntar el triunfo del 4F. Ahora Moreno ya no es prisionero de Correa; es rehén de una popularidad que le da legitimidad institucional y espacio político para gobernar. En ese sentido, su dilema es puramente matemático. Si quiere conservar sus cifras de popularidad tiene que materializar las expectativas que las suscitan. Y entre ellas no está polarizar de nuevo el país. Ni apoyar al sátrapa llamado Maduro. Ni seguir endeudando a Ecuador. Ni dar la espalda a un acuerdo comercial. Ni declarar la guerra a la derecha, como él nombra despectivamente a los otros, para que lo aplauda la galería.
Moreno es, por la nueva realidad política que contribuyó en buena medida a crear, un Presidente llamado a desplazarse hacia el centro político en el cual se encuentra parte de su electorado y parte del electorado que votó por Guillermo Lasso. Esa realidad que perfila el momento político del país puede explicar algunas dificultades que tiene el Presidente: no anuncia decisiones, no provoca una crisis de gabinete, no sabe qué decir sobre la situación en Venezuela.
Moreno está impelido por parte de su partido a seguir apoyando el modelo económico de Correa, pero él sabe que ese modelo fracasó. También sabe que no puede seguir jugándose por el gobierno fascista de Venezuela porque se nota la incoherencia entre su propia actitud, tolerante y democrática, y la de Maduro, que está a punto de ser investigado por la Corte Penal Internacional por delitos de lesa humanidad. Moreno está viviendo, gracias a los resultados de la consulta, ese momento en que un militante tiene la obligación de mutar en Presidente del país en su conjunto.
Moreno está impelido por parte de su partido a seguir apoyando el modelo económico de Correa, pero él sabe que ese modelo fracasó. También sabe que no puede seguir jugándose por el gobierno fascista de Venezuela porque se nota la incoherencia entre su propia actitud, tolerante y democrática, y la de Maduro, que está a punto de ser investigado por la Corte Penal Internacional por delitos de lesa humanidad. Moreno está viviendo, gracias a los resultados de la consulta, ese momento en que un militante tiene la obligación de mutar en Presidente del país en su conjunto.
El Presidente, que es un enigma, hay que leerlo entre los pliegues y los matices. Por eso es revelador que haya pedido a Verónica Arteta, gerente general del Banco Central, trabajar con un equipo un plan económico que implica ajustes. Eso significa que Carlos de la Torre, ferviente apóstol de incrementar la deuda del país, tiene los días contados en su Ministerio. Moreno, al parecer y en principio, dará prelación a la visión ortodoxa pues no quiere, dijo un alto funcionario a 4P., reincidir en un modelo que fracasó. Esa es la prioridad que ha fijado al gobierno y que marcará la pauta para que los ministerios del área económica, ahora desperdigados, hagan equipo y trabajen en forma coordinada. El cambio de gabinete vendrá después.
No se sabe si el aire pragmático con que el Presidente quiere manejar el sector económico irrigará el área política y la política internacional. Pero Moreno sabe, ahora sí lo sabe, que su popularidad, y por ende su margen de maniobra, se diluirá si oye a los cruzados, tipo la Vicepresidenta, o nostálgicos de la Sierra Maestra como Fánder Falconí o María Fernanda Espinosa.
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