Carlos Pólit, el enviado de la Pachamama
Martes, 5 de noviembre de 2013[1]
No hay escenario en la capital que satisfaga los requerimientos escénicos y logísticos de Carlos Pólit ni teatro que pueda contenerlos. Lo suyo es cosa de hangares, de galpones gigantes. Los ocho mil metros cuadrados del Centro de Exposiciones Quito y sus patios exteriores alcanzaron con las justas para la última de sus masivas audiencias públicas. 2.300 sillas vestidas con forro de lienzo blanco y acicaladas, como en los matrimonios, con coqueto lazo azul en el espaldar, cubrieron toda la extensión del enorme cobertizo, dejando apenas sitio para el magnífico escenario. En tiempos de revolución correísta, la Contraloría General del Estado trabaja desde la tarima y no ahorra recursos.
Reflectores: 22. Once de tramoya sobre el escenario. A diez metros de ahí, diez más, de mayor tamaño, colgados de dos torres. Más lejos, en medio del mar de sillas, uno grande, de cañón, de esos que disparan un haz luminoso capaz de seguir las evoluciones de una estrella sobre el escenario, ideal para actos de magia y stand up comedy.
Equipos de amplificación: seis torres, tres a cada lado de la gran platea, más los que caben en el escenario, maniobrados todos, lo mismo que las luces, desde una mesa de control atiborrada de ecualizadores y computadoras portátiles.
Bastidores: cuatro. Dos a cada lado de la mesa de autoridades para permitir la teatral entrada y salida de los oficiantes de la ceremonia.
Pantallas gigantes de alta definición: cuatro. Una al fondo del escenario, tras la mesa de autoridades. Dos a los lados, integradas perfectamente al diseño de la gran tribuna de paneles negros que ocupaba todo el ancho del galpón. La más grande estaba colocada entre las sillas para llevar la imagen de cuanto ocurriera a los de las últimas filas, desde donde se alcanzaba a ver muy poco.
A un costado del proscenio, un atril, un micrófono, dos pantallas de telepronter. Era el podio desde donde Carlos Pólit se dirigió a las masas.
Pero primero las masas tuvieron que entrar en el recinto. Y esto tuvo su propia historia que merece ser contada.
En el espacio que media entre la puerta exterior y la entrada del galpón propiamente dicho, había dos carpas de regular tamaño provistas de grandes mesas frente a las cuales fueron invitados a pasar en fila india los que iban llegando. Burócratas de todas las especies, reconocibles a primera vista desde los tiempos del chulla Romero y Flores por actitud e indumentaria; autoridades y funcionarios de los gobiernos municipales y parroquiales de Pichincha; representantes de movimientos sociales afines; estudiantes de colegios fiscales que estaban a punto de vivir la experiencia más aburrida de sus vidas… Todos fueron circulando en fila india por el interior de las carpas. Ahí adentro había cajas de cartón apiladas por el suelo y, sobre la mesa, en montoncitos regulares y ordenados, se disponía material impreso de distintos tipos: folletos, libretas, hojas plegables… Laboriosas azafatas, identificadas como personal de protocolo de la Contraloría, se encargaban de juntar a toda prisa un ejemplar de cada cosa y formar paquetitos que entregaban a los asistentes.
Folleto de doce páginas de papel couché sobre los conceptos fundamentales de las audiencias públicas; folleto idéntico al anterior impreso en papel bond; tríptico con el resumen de los dos anteriores. Folleto de 24 páginas de papel bond sobre las funciones y estructura de la Contraloría General del Estado, misión, visión, objetivos, valores, fortalezas; otra edición de exactamente el mismo contenido en 25 páginas impresas a dos tintas; tríptico con el resumen de los dos anteriores. Tríptico sobre la declaración patrimonial jurada, del cual se incluyeron varios en cada paquete. Revista de 16 páginas en bond y portada en couché con la primera entrega del novísimo cómic infantil Súper éticos, que daría que hablar más adelante. Libreta de apuntes con portada de cartulina ligera y 20 hojas cuadriculadas y desprendibles de papel bond con el emblema de las audiencias públicas. Libreta de apuntes de 30 hojas cuadriculadas y desprendibles, papel bond y tapa de papel couché con la imagen del personaje principal del cómic Súper éticos.
Ya en la puerta del gran galpón, aún una tercera entrega. Esta vez era una funda plástica impresa con el logotipo de la Contraloría en cuyo interior el invitado encontraba las hojas de registro, el programa de la jornada, un formulario para plantear preguntas al señor contralor, un boleto para el refrigerio. Había una tarjeta de identificación contenida en un sobre plástico transparente que pendía de una cinta azul con gafete. Una carpeta de cartulina gruesa con cinco hojas de papel bond para tomar apuntes, en caso de que las dos libretas anteriores resultaran insuficientes. Y un detalle ambientalista: un esferográfico de material reciclado.
Los invitados agradecían la funda plástica que les permitía librarse de una vez y para siempre de tanta papelería. Ahí iba a parar también la tarjeta de invitación de cartulina que nadie revisó en la entrada, luego de lo cual el paquete completo alcanzaba un peso de 418,7 gramos, vale decir, una libra por los pelos. Multiplíquese esa cantidad por 2.300 asistentes y añádase el diploma de cartulina que al final de la jornada se entregó a quienes tuvieron la paciencia de buscar y completar la hoja de registro, que no fueron pocos. Se obtendrá una cifra que, si bien el contralor omitió en su discurso, resulta por lo menos tan significativa como el número de auditorías de su inventario: más de una tonelada. Esa fue la cantidad de papel que Carlos Pólit repartió ese día y que, con la probable excepción de las libretas, se convirtió en basura en un lapso no mayor de cuatro horas.
Jueces, ministros, asambleístas, oficiales de la Policía y el Ejército, consejeros y concejales, subsecretarios y directores departamentales, representantes de todas las funciones del Estado y autoridades de distintas circunscripciones territoriales de la provincia se acomodaron en las primeras filas para ser testigos de la grandeza, el poder y la popularidad del contralor. Durante 40 minutos, Pólit habló sobre lo bien que trabajan él y su equipo, lo honestos y disciplinados que son, lo mucho que aman a la patria, los enormes beneficios que le dispensan. “Todos deberían seguir este ejemplo”, dijo, refiriéndose al suyo, sin el mínimo rubor. Al contrario, su mirada saltaba de un telepronter a otro con estudiada seguridad. Apoyado sobre el atril, el cuerpo ligeramente inclinado (87 grados con respecto al piso que le conferían un interesantísimo aspecto aerodinámico), hablaba pausado y canchero, con la mano enfática a la altura del aristocrático pañuelo que sobresalía del bolsillo de la chaqueta.
Acompañó su discurso de una serie de videos, entre los cuales fue el de los Súper éticos el que más satisfacciones le produjo. En las cuatro pantallas gigantes de alta definición aparecía él mismo, imagen chispeante de un Walt Disney criollo, supervisando la puesta a punto de la primera animación de los “carismáticos personajes”. Súper éticos cuenta la historia de tres niños a quienes el espíritu de la Pachamama, horrorizado por la decadencia moral de la partidocracia, invistió de superpoderes ancestrales y envió en misión especial y salvadora a… ¡la Contraloría General del Estado!
Lo que vino a continuación fue una ceremonia digna de un enviado de la Pachamama.
Un formal moderador invitó a las 2.300 personas que colmaban las localidades a presentar “sus peticiones”. ¿Qué pedía el pueblo? Auditorías. Había dirigentes de comunas, contratistas que se sentían perjudicados, veedores espontáneos, ciudadanos de a pie con trámites pendientes… Uno tras otro solicitaban el micrófono y denunciaban su caso. Contaban historias de corrupción: en Calacalí hay funcionarios implicados en asentamientos ilegales y tráfico de tierras; en Sangolquí no cuadran las cuentas de la construcción del mercado; en la Fiscalía se archivó inesperadamente un informe sobre expropiaciones escandalosas efectuadas por el INDA. Con cada denuncia, en algún lugar de las primeras filas que Pólit dominaba con la mirada desde el podio, algún funcionario se daba por aludido y entendía el mensaje.
Miriam Tamayo, representante del cabildo de Monjas de Collacoto, pidió auditar la construcción del centro de salud en Jardines del Valle. “A partir de este momento voy a disponer a la directora para que tramite ese caso”, se apresuró a responder Pólit. “Miriam, por favor, pásenos los documentos”.
El presidente de la Asociación de Trabajadores del Hospital Pablo Arturo Suárez protestó por un pago indebido que hace rato debía devolverse. Hablaba confusa y atropelladamente sobre “inescrupulosos funcionarios del ministerio”. Se exaltó, se emocionó y rogó: “Pido a usted, doctor Carlos, recíbame”. Y el doctor Carlos, desviviéndose, le pidió que le entregara toda la información, se comprometió, comprometió a la directora, dispuso que alguien tomara su número de teléfono, le dijo “no se pierda”. ¿Quién, en las primeras filas, cambiaba nerviosamente de posición sobre su asiento?
“Los trabajadores del arte y la cultura somos la última rueda del coche”, se quejó un artista callejero y se refirió, carpeta en mano, a ciertos fondos convertidos en caja chica por quienes debieran repartirlos. “Vamos a ordenar de inmediato una verificación preliminar”, prometió Pólit. “Por favor, pásenos la información”.
Los funcionarios se multiplicaban entre las sillas para recoger las carpetas que los denunciantes habían traído. Parece que en el transcurso de estas audiencias públicas, que celebra en todas las provincias, el contralor recibe casi tanto papel como el que entrega a la entrada. Una gran recicladora nacional de celulosa es la Contraloría General del Estado correísta.
“¡En Cayambe hay gente que nos vende el agua!”. El campesino que lanzó este grito acababa de poner el dedo sobre una de las llagas supurantes de la obra pública rural de la provincia de Pichincha: el canal de riego Cayambe-Pedro Moncayo. “¡Más de 150 millones de dólares invertidos –se indignó– y seguimos sin ver los resultados”. Luego se tranquilizó para rogar: “Ponga la manos en este asunto. Y que no por ser del mismo movimiento de gobierno vaya a quedar esto olvidado”. Pólit, por supuesto, le persuadió de que él no pertenece a ningún movimiento político sino a un organismo independiente que combate la corrupción venga de donde viniera. En las primeras filas, algunos consejeros provinciales miraban para el techo. Otros susurraban y sonreían.
Rodeado de directores departamentales de quienes recibía informes y a quienes impartía órdenes, Pólit dispensaba tranquilidad y certezas al pueblo. “Tenga la seguridad de que, con los datos que usted nos entregue, le daremos a conocer pronto los resultados”. O bien: “La Contraloría ya está analizando para sacar las conclusiones que al respecto se tengan”. Y en ocasiones: “Se han logrado los resultados que se han establecido en base a las observaciones que se han hecho”. O también: “Habrá que hacer una verificación respecto del tema que ha planteado el señor que intervino para poder verificar cuáles son los procedimientos de las actividades vinculadas al tema para efectuar el seguimiento respectivo”. Y se mostraba dispuesto a escuchar a todo el mundo: “No quedará un solo ciudadano sin contestar. Podemos estar aquí todo el día”.
Al final, los ciudadanos quedaban vagamente satisfechos y las autoridades aludidas en las denuncias se daban por notificadas. Cuatro horas de esta práctica terminan por configurar un inmenso catálogo de sospechas que sólo el contralor gobierna y administra. Cuatro horas de audiencia pública son suficientes para demostrar quién es el que manda.
Entre el público, los que ya habían expuesto sus casos y la gente que los acompañaba no encontraban mucho más que hacer. Los colegiales se habían metamorfoseado ya en diablos metidos en botella. Los burócratas tenían hambre. La discreta salida comenzó aun antes de que terminara la ceremonia, ni bien los olorosos vapores del refrigerio comenzaron a invadir el aire pálido del cobertizo. Afuera, una fila interminable de hambrientos comensales, boleto en mano, se formaba para esperar pacientemente la repartición. Junto al galpón adyacente, las viandas contenidas en cajas de cartón que acababan de ser descargadas de dos camiones se apilaban hacia el infinito, masiva, faraónica, pachamamísticamente. ¿Cuántas toneladas pesaría todo eso?
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