martes, 27 de febrero de 2018

¿Qué hacer con el Estado?




Felipe Burbano de Lara
De las herencias más pesadas y perniciosas dejadas por la Revolución Ciudadana es el Estado. El famoso giro a la izquierda de América Latina, iniciado con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela a finales de los años 90 del siglo pasado, proclamó, con bombos y platillos, el retorno del Estado. Fue la piedra de toque ideológica y programática de casi todos los gobiernos que formaron parte del giro, para anunciar el fin del neoliberalismo. Se abría una época de transformaciones –Correa la llamó un cambio de época– para trazar agendas inspiradas en programas posneoliberales, en unos casos, y socialistas del siglo XXI, en otros.
El Estado se convirtió en el eje de la transformación, en el actor principal, sobre el cual se levantaron enormes estructuras de poder y promesas de emancipación de los excluidos. Los gobiernos del giro reivindicaron el Estado como una pieza clave para democratizar las sociedades mediante políticas públicas que corrigieran las desigualdades sociales y de poder en sus respectivos países. Proclamaron el retorno del Estado para volver sobre nuevas agendas del desarrollo, reivindicar la soberanía nacional, sujetar las lógicas del mercado y el capital a fines colectivos de largo plazo. Con esos objetivos ampliaron las capacidades institucionales del Estado, proyectaron su presencia sobre todos los ámbitos de la vida colectiva, incrementaron el gasto público, expandieron su presencia sobre el territorio y burocratizaron las relaciones socioestatales. Todo en nombre del posneoliberalismo y del socialismo del siglo XXI, de la justicia y la equidad.
Se hicieron eco los gobiernos del giro de una larga tradición de la izquierda en América Latina que ha consistido en mirar al Estado como una pieza clave, determinante, de los procesos de cambio. La Senplades, en el Ecuador de la Revolución Ciudadana, fue inequívoca en esa visión: vinculó la capacidad de transformación social de Alianza PAIS al fortalecimiento de la matriz estatal. La izquierda vieja y nueva ha sido poco crítica, especialmente en los países bolivarianos, de esta presencia del Estado. Renunciaron a toda postura crítica convencidos de que se trataba de un poder neutro cuyas orientaciones dependían de quienes manejaban sus aparatos e instituciones, y disponían de todos sus inmensos recursos. Si en sus orígenes históricos y conceptuales la izquierda siempre vio con sospecha el Estado, en manos de sus partidos y gobiernos se transformaba en bueno y redentor. Nunca se pusieron a pensar seriamente en la viabilidad de un Estado que demandaba más y más recursos. Tampoco en la transparencia del gasto y la pulcritud de su manejo. Si la burguesía robaba, pues ellos también. Lo asumieron como un botín propio. Y jamás pensaron en el modelo de dominación política que venía con su expansión: control y persecución de la sociedad civil, dominio burocrático de todos los campos donde el Estado lanzaba sus acciones interventoras, y reforzamiento de un aparato coercitivo y represor desde donde emergió una corrupta clase política. Sobre ese inmenso poder, que regula todo, vigila todo, trata de disciplinar todo, un gran silencio, una inmensa complicidad. ¿Qué hacer con el Estado? No tenemos respuesta ni visión desde el nuevo gobierno. Sus ambigüedades ideológicas e indecisiones son tan grandes que solo generan dudas. (O)

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