martes, 20 de febrero de 2018

Polit muestra la podredumbre del correísmo

  en La Info  por 
Las entrevistas de Canal 1 y de La Posta con Carlos Polit, fugitivo en Miami, no perfilan verdad alguna: ese no era su cometido. Su aporte está en las nuevas piezas del rompecabezas sobre la corrupción en la década correísta que él puso a circular. Un montón. Porque el ex contralor no solo tiene información sobre los contratos públicos, las triquiñuelas jurídicas de Alexis Mera, los negociados de altos funcionarios, el silencio o la aquiescencia de Rafael Correa…
Él tiene informes y los tiene a la mano. Los exhibe. Los llevó a Miami, incluyendo aquellos que son reservados. Eso es ilegal pero qué importa: fue parte de su mecanismo de poder y ahora es parte del mecanismo de negociación con el nuevo poder. Por eso, Carlos Polit, prófugo y sentenciado, llama a los periodistas y dosifica con tino de padrino la información que posee. Su movida consiste en enviar mensajes. Lo suficientemente explícitos para que se entienda que puede cambiar el juego de arreglo de cuentas en curso; lo suficientemente concisos para limitar los daños colaterales de sus revelaciones. En eso radica su poder; en poder calcular sus tiempos y escoger a sus víctimas.
Polit no tiene la tarea simple. Sabe que su credibilidad es nula y que cualquier cosa que diga deja de piedra a quien lo escuche. Por eso, pretendió limpiar el terreno a su alrededor: nada sabe de José Conceição Santos el hombre de Odebrecht que repartió las coimas; a él le tocaron $10 millones. Hay que ver con qué soltura (con qué cinismo), Polit se declara desmemoriado. Ni siquiera se hace cargo de la charla con el representante de Odebrecht en la cual dice que él recibe todo en efectivo. Su defensa nada tiene que envidiar a la de Jorge Glas: no hay foto, no hay cuenta, no hay cheque, no hay prueba alguna que lo incrimine. Él es impoluto. Punto.
Polit procede como si fuera un santo varón que los corruptos quieren empapelar por haber hecho su trabajo. Pero aún así –si esa pose de funcionario eficiente e impecable fuera verdad– resulta cómplice de la estela de delitos e irregularidades que denunció. Porque no basta con endosar las responsabilidades a Pablo Celi que fue su subcontralor; culpable a sus ojos de haber firmado informes truchos. No basta con señalar a Diego García como el procurador que, por sus disposiciones, disparó la corrupción en el país. No basta con decir que Alexis Mera acomodó y tuvo que ver con todas las leyes que, si se entiende bien, legalizaron las acciones fraudulentas de la administración. Tampoco basta con decir que fue en Carondelet donde se realizaron las reuniones para arreglar, en detrimento del Estado y sus finanzas, el diferendo para que Oedebrecht vuelva al país.
Polit supo todo. Incluso que la investigación del 30-S fue un verdadero fraude y que, basándose en ella, inocentes fueron a parar a la cárcel. Y así, sabiéndolo todo, habiendo llamado a Rafael Correa para decirle hasta dónde la corrupción había contaminado su gobierno, se declaró voluntario para hacerse reelegir en su cargo. Sin importarle ese Presidente ciego y leal con esos personajes truchos, esos asambleístas mudos ante la corrupción, ese fiscal que nada investigó, ese subcontralor que exculpaba a sus panas, Alexis Mera, el maestro de la componenda jurídica… No concluye que lo eligieron por eso: por ser sordo y mudo. Por ser cómplice. Por ser una pieza clave del entramado que hoy denuncia.
La confesión de Polit no solo aporta piezas al rompecabezas del modelo corrupto que fue el correísmo: describe el estado de acuerdos tácitos, favores mutuos, arreglos delincuenciales y robo organizado que hubo en el gobierno de Correa. Polit arregla cuentas con el actual Contralor y el Fiscal General que estuvieron en el mismo baile. Pero queda muy mal parado porque ahora suma, a las coimas que recibió y por las cuales ya fue sentenciado, su complicidad crasa con delitos que él enumera.
Polit describe un universo de podredumbre y, al hacerlo, muestra que la sociedad no sabrá –no por ahora– lo que realmente ocurrió. Porque los encargados de investigar (el contralor, el fiscal, el procurador que acaba de irse) son como él: piezas del mismo engranaje. Su confesión, astuta y sopesada, no busca transparentar los hechos ni asumir culpas y responsabilidades. Él sabe que sus denuncias pueden resultar valiosas pero que no hay, en este momento, una instancia del Estado creíble y respetable para investigarlas. Su estrategia es igualar la cancha y destruir las pocas posibilidades que tenían Celi y Baca de permanecer en sus cargos. Lo logró.
La sociedad que ya intuía, que con Glas, Pareja Yannuzzelli y compañía se dio por enterada de la corrupción, ahora sabe que no fueron casos aislados. Correísmo y corrupción ahora son sinónimos documentados.

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