El caudillo derrotado arma otra ficción
El correísmo siempre gana. Por eso ahora que perdió, Rafael Correa y los suyos están empeñados en hacer creer que el 36%, que obtuvo el No en tres preguntas, es tan excepcional que solo él podía conseguirlo.
En ese propósito, han llegado a extremos pueriles. Ricardo Patiño dividió el 63% entre los partidos o movimientos que según dice apoyaron el Sí para concluir que su inexistente partido tiene 36% y cada uno de los otros representan apenas el 4%…
Fernando Cordero hizo mejor: comparó el 36% del No con el porcentaje obtenido por Guillermo Lasso, Cynthia Viteri, Paco Moncayo y los otros candidatos presidenciales en la primera vuelta. Seguidores de Correa, cuyos textos él retuiteó, hacen cuentas aún más curiosas: recuerdan que Moreno ganó en la elección presidencial con 51%. Le restan el 36% que acaba de obtener Correa y concluyen que Moreno tiene apenas 15% de capital político.
Las piruetas estadísticas de este tipo están hechas para mostrar que el correísmo es la primera fuerza política del país. Ese mensaje está dirigido al gobierno, a los jueces, al fiscal, a los asambleístas deseosos de sacar a los correístas de la presidencia de algunas comisiones… A eso juegan Correa y sus seguidores: a seguir siendo el cuco de todos los demás.
En la realidad, los correístas sufrieron ayer la mayor derrota política imaginable: su líder, el hombre más poderoso del país en la última década, quedó inhabilitado para volver a competir por la Presidencia de la República. La derrota es contundente. Basta recordar que en la consulta popular del 2011, en seis de las 10 preguntas, el correísmo solo ganó por cuatro puntos y hasta menos. En la que mayor porcentaje obtuvo –los plazos para la caducidad de la prisión preventiva– apenas sumó 56% de votos.
De ahí a creer que ese 36% representa el voto duro de Correa es tomar los deseos por realidades. Es hacer abstracción de las características específicas de la Consulta Popular. Cuatro factores, entre otros: el remanente de la polarización y de la bonanza económica, las condiciones particulares (todas favorables a Correa) que rodearon la consulta en Manabí, la campaña sucia emprendida contra el gobierno de Moreno, la disyuntiva entre el Sí y el No que le permiten capitalizar como suyos, y sin discriminar, todos los votos negativos.
La política, como se sabe, riñe con las matemáticas. Y aún en el supuesto de que Correa tuviera la razón, es evidente que los votos –los reales cualquiera que sea su volumen– son suyos y no son transferibles. Correa asoció el poder y las obras a su nombre, a su imagen, al sello que creó durante diez años con plata pública. El caudillo no solo es irrepetible sino que es irreemplazable. Es la ley con los caudillos. Ese es el drama mayor de sus seguidores. De hecho, Correa dijo anoche en Telesur que él ya había cumplido y que era injusto que sus seguidores le pidan echarse al hombro tareas que ellos deben asumir. Si esa confidencia es cierta –en su caso no hay certeza ni sobre lo que reza– es evidente que el 36% del que se ufanan él y sus seguidores no es sino un mero dato estadístico. Es la fotografía electoral con la que quiere tomar distancia en un momento político particularmente álgido, por dos motivos: no puede recorrer el país sin peligro para su seguridad y ante sus ojos se destapan carpetas de corrupción de su gobierno que lo colocan en la mira de los jueces.
Correa, como es obvio, necesita protección política. Por eso, desde anoche y apoyado por intelectuales, como Franklin Ramírez y Valeria Coronel, y su círculo más cercano, está construyendo un relato hecho, como siempre a la medida. En ese relato se dice que el 36% del No es un triunfo y el 64% del Sí es un atentado institucional pasajero.
El hecho cierto es que no hubo y no habrá correísmo sin Correa. Y que si no vuelve por un tiempo, por las circunstancias anotadas y porque tiene el sol a sus espaldas, su electorado está llamado a diluirse en las próximas citas electorales. Correa paga, también en ese campo, su aversión a formar nuevos cuadros. El más cercano, Jorge Glas, está preso y no se ve quién pueda tomar la posta entre aquellos que, como Pabel Muñoz, solo ahora reconocen que hay que despersonalizar el proceso político. Patiño, Marcela Aguiñaga, Pabel Muñoz, Soledad Buendía… (la lista es larga) deben estar lamentando haber jugado durante tantos años el simple papel de cheerleaders del caudillo.
Sin Correa, sin herencia política, con presos y juicios a granel, el tan cacareado 36% de votos por el No, lejos de pintar como un triunfo es otra ficción política; esta vez montada por el correísmo derrotado.
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