lunes, 6 de noviembre de 2017

LA CORONA PERDIDA DE REMIGIO CRESPO TORAL


René Durán
Era el año 1989. La ciudad estaba inquieta, nerviosa, a causa de unos misteriosos mensajes enviados por la Santísima Virgen (su advocación aún la ignoro) a través de una joven de la sociedad cuencana que convocaba hacia las montañas del Cajas a caravanas interminables de feligreses, turistas y curiosos. 
Había sido designado, unos meses antes, notario y fui llamado por los directivos del Banco del Azuay para, conforme lo establece la Ley y el respectivo Reglamento, proceder al desherrajamiento y apertura de los Casilleros de Seguridad en las bóvedas del banco. Bóvedas cuyos arrendatarios o usuarios habían descuidado o no habían cancelado los cánones correspondientes durante por el tiempo establecido. Mientras en las calles se escuchaba, hasta bien entradas las noches, la presencia de los visitantes al Cajas, con un representante de la Superintendencia de Bancos, uno del Banco del Azuay y un cerrajero, procedimos a violentar las seguridades de los casilleros que no se podían abrir sin la llave del titular.
Como uno de esos tantos pertenecía, según los registros, a la Comunidad de los sacerdotes dominicanos, perfectamente identificables y vecinos del banco, nos pareció no solamente lógico, sino conveniente y justo, contar con un representante de la comunidad en esa diligencia. Así sucedió y consta en el acta respectiva. Consigno esto expresamente pues el par de zoilos integrantes de esa comisión: el delegado de La Superintendencia de Bancos y el cerrajero, de cuyos nombres no quiero acordarme, parece que en un momento de difundida confusión, quisieron contradecir o cuestionar el acta notarial. 
Al violentar el casillero, todos nos maravillamos ante su contenido: era como ver un pequeño cofre de Aladino. Joyas preciosas en forma de Coronas de oro puro. Corona de hojas de laurel. Corona de primorosa filigrana para la reina. Para la Santísima Virgen del Rosario, la calificada por el poeta como la “morenica”... Corona para el niño rey y su cetro
Delicadamente labrado. 
Y más joyas
Y más oro
Y más plata 
Y más piedras preciosas 
y de las otras 
Se hizo un inventario minucioso y muy detallado en el acta correspondiente. Se entregó copia a los interesados. 
El secreto profesional de notario nos impedía divulgar el contenido del acta, que, por otro lado, al agregarse al protocolo de documentos públicos, se conviertía en uno de ellos. 
Y en el pequeño cofre de aladino encontramos una corona de 34 hojas de laurel y en cada hoja grabado el nombre de las personas o instituciones de todo el país que aportaron para plasmar en laurel y en oro la admiración y el reconocimiento al genio del poeta Doctor Remigio Crespo Toral.
Se ha establecido plenamente que en 1930, al ser nombrado el poeta presidente del Comité pro coronación de la virgen del Rosario, la llamada Morenica, en un acto de profunda fe cristiana y de la auténtica humildad, propia de los verdaderamente grandes, despojando a sus propias sienes la corona de laureles, la llevó reverente a depositar en los pies de la Morenica con el fin de que fundida, se convierta en una para, ella sí reina, madre del Rey de reyes.
Su ejemplo, el de los herederos del también eximio y coronado hijo de Cuenca, Doctor Luis Cordero Crespo, el ejemplo de la reina de belleza, doña Luz Cordero Toral es seguido por toda la sociedad cuencana con tanta generosidad en la donación de sus joyas personales, que los sacerdotes dominicanos, con sabio y encomiable criterio decidieron no fundir la corona del príncipe de las letras, del cuencano por antonomasia, del maestro que enseñaba la originalidad del cuencano, despreciando todo tipo de imitaciones y de copias foráneas, 
pues con el resto de donaciones tenían para una bellísima corona para la virgen, y para el niño Dios además un cetro. Y gracias a los sacerdotes dominicanos se salvó un bien de enorme valor cultural e histórico.
Se ha establecido plenamente también que a los pocos días de la épica, apoteósica, irrepetible ceremonia de la coronación, las damas de Quito le hicieron llegar otra hermosa corona de oro, la misma que, con libros y otros objetos personales, fueron donados por doña Elvira Vega y los herederos, una vez constituido el Museo en 1946.
Recién esta administración 
da inicio a un Museo científica y profesionalmente manejado, vanguardia y ejemplo de Museologia y Museografía.
Las direcciones y administraciones anteriores obraron desorganizada, caótica, empíricamente. Carentes de preparación profesional, de inventarios y de registros; de clasificación y catalogación confiables, cuántas piezas se escamotearon, desaparecieron...
Lo afirmamos con conocimiento de causa pues también fuimos llamados al Museo, en las postrimerías de la administración anterior, para que se constate la desaparición de los artículos de un baúl y entre ellos, una corona de oro, donada al vate por las damas quiteñas en días posteriores a la coronación.
La terrible confusión, el malhadado escándalo mediático, se produce al dar a entender que la corona desaparecida del museo es la que “sospechosamente” estaba oculta en una misteriosa bóveda de un “sospechoso” banco y sobre la cual existen unas “sospechosas” actas y unas firmas “sospechosas” que contradicen el recuerdo y la memoria de un cerrajero y de otro zoilo.
La confusión llegó al punto del conflicto penal y del allanamiento fiscal a causa de “apropiación de bienes patrimoniales municipales” sin considerar que ese bien mueble precioso para la historia y para la cultura cuencana, ecuatoriana, universal, pues universal es la dimensión del genio de Remigio Crespo Toral, es la misma desaparecida, robada del museo: la donada por las damas quiteñas y que consta en el primer inventario. Que la corona rescatada, no le pertenece a los sacerdotes dominicanos, no le pertenece a su comunidad, ni es patrimonio cultural del Gobierno Autónomo Descentralizado, ni siquiera de los cuencanos: es parte de la ofrenda que ellos, nuestros antepasados ilustres dejaran, en los pies de la Morenica, que, desde sus Aras etéreas, celestiales, infinitas, se ha encargada de tenerla a buen recaudo y ahora desea compartirla en el lugar más adecuado y seguro y provechoso para todos; para el mundo: el mejor museo de Cuenca. El Museo Municipal Remigio Crespo Toral.

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