domingo, 19 de noviembre de 2017

Correa ha perdido (casi) todo




Felipe Burbano de Lara
Resulta impresionante la forma como el gobierno de Lenín Moreno, en apenas seis meses, ha desmontado la estructura de poder creada por Rafael Correa. De ser un político todopoderoso, de ordenar y mandar como le daba la gana, de imponer sus criterios sobre el movimiento, el bloque legislativo, toda la institucionalidad y las funciones del Estado, de exigir lealtad y obediencia, ha pasado al oscuro refugio de un ático belga, solitario, cuestionado, con el tuit como único y triste medio de comunicarse con el país.
Imposible haber imaginado que en tan poco tiempo Correa lo hubiese perdido (casi) todo. El retroceso empezó con Jorge Glas. El hombre llamado a defender al correísmo en el nuevo gobierno se encuentra preso, y todo hace pensar que permanecerá tras las rejas un buen tiempo, acusado por un fiscal a quien también dejó de controlar. El personaje por quien Correa, Patiño, el bloque legislativo, la dirección nacional de AP pusieron sus manos al fuego, está enjuiciado por haber recibido –según la acusación– 13,5 millones de dólares a través de una red de corrupción. El discurso de las manos limpias enmudeció.
Perdió a su vicepresidente, el fiscal se le fue y su contralor huido en Miami.
Correa perdió el control del movimiento y del bloque legislativo. Alianza PAIS mostró la carencia de estructuras para procesar las diferencias profundas entre sus facciones. El rey solo es aclamado y cohesiona mientras está en el poder. Hoy las redes clientelares del movimiento ya tienen un nuevo patrón político. La crisis de Alianza PAIS muestra que no había movimiento, estructuras organizativas, proyecto, una comprensión compartida de la política, de la democracia y del cambio, que terminó siendo una red jerárquica dominada por Correa y el círculo más cercano de poder. La presencia de tantos cuadros correístas en el gobierno de Moreno solo se explica por un sentimiento de exclusión y resentimiento de quienes se creían parte de la revolución, pero fueron sistemáticamente marginados de las decisiones y del poder. Del movimiento le queda la dirección nacional, un reducto de incondicionales y de viudas.
Del bloque legislativo, solo un grupo minoritario sigue leal a su liderazgo, mientras la mayoría apoya a Moreno y a la consulta. Casi 50 asambleístas de AP no quieren que Correa vuelva al poder.
Y se diluye su legado, antes incuestionable como la obra magna del gran redentor del pueblo y las mayorías. Por todos los frentes, desde las mismas filas del movimiento, la herencia ha sido cuestionada. La gran transformación, la proclamada nueva época, alimentadas por los delirios refundacionales, muestran huecos negros profundos por donde se desvanece el relato de la década ganada. Los excesos de gasto, la ineficacia tecnocrática, el abuso de poder, la corrupción, la expansión sin límites de la maquinaria burocrática, quiebran el legado.
Y junto con el desvanecimiento ideológico de la herencia, se desvanece también el mito Correa. Todos, incluido Moreno, se encargaron de crear el mito de la gran personalidad histórica, del héroe popular. Y hoy ellos mismos comandan la destrucción.
Y perdió el aparataje de los medios públicos.
Ya se verá si todas estas pérdidas son suficientes para sepultar históricamente el correísmo en la consulta popular. Correa lo ha perdido (casi) todo. En un abrir y cerrar de ojos la política hizo un giro vertiginoso, sorprendente. (O)

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