¿No escribir sobre Correa o escribir más?
No hablar más de Rafael Correa. Ese pedido, que se hace en redes sociales, se ha activado con la presencia del expresidente en Guayaquil y Cuenca. ¿Es juicioso no hacerlo? Los ciudadanos que lo piden defienden dos tesis: minimizar al máximo su exposición y no hacerse eco de lo que dice o hace. Ignorarlo.
Ese pedido calza perfecto para aquellos que hacen periodismo notarial. Ese periodismo zonzo, del año de la pera que repite lo que dicen las fuentes. Es el periodismo que el expresidente resucitó en su gobierno haciendo creer que la crónica, el comentario, la crítica, el perfil, el análisis –entre otros géneros– están por fuera de la deontología periodística. Correa no quiso periodistas a su alrededor; quería amanuenses dedicados a repetirlo. Y celebrarlo.
No escribir sobre Correa elude el tema de fondo: el periodismo se ocupa de la realidad y Correa hace parte de ella. El buen periodismo ya hubiera retratado toda la realidad que ese señor lleva a cuestas, además de su gestión. ¿Alguien puede ignorar su lenguaje corporal, su rostro descompuesto, su gesto displicente y su mirada esquiva al comprobar, con hondo desencanto, en un balcón de Guayaquil, los pocos seguidores que llegaron a saludarlo? ¿Alguien puede ignorar la sonrisa prefabricada y esa mirada de queso fundido que Gabriela Rivadeneira posa sobre su ídolo? ¿O la alegría fingida de Marcela Aguiñaga, solo comparable con su confesión de sumisión eterna a Rafael y a la revolución; vocablo que pronuncia sin saber lo que significa?
¿Alguien puede ignorar el desasosiego que habita a seres como Doris Soliz, Ricardo Patiño, Virgilio Hernández, Fernando Cordero… sus miradas perdidas, su procesión interna? ¿No es periodismo hablar de esa soledad que destilan los fieles de Correa, de su deseo inclemente por aparentar, como si nada hubiera cambiado, como si no estuvieran raspando el cocolón de épocas fastuosas cuando hacían y deshacían según sus antojos? ¿Comparar no es periodismo? ¿Volver sobre lo que fue y ya no es no es clave para la memoria?
¿Alguien puede ignorar a Correa, su capacidad de ensimismamiento, su falsa modestia, su disco rayado, sus falacias, su odio que a estas alturas parece ontológico? Oírlo inquieta, pero para un periodista es un ejercicio que lo obliga a hundirse en el mundo de las palabras. ¿Cómo decir este ser embebido de sí, suicida potencial, candidato a mártir, justiciero y mesías, narciso irredento en un mundo donde él se ve imprescindible y único? ¿Cómo decir su capacidad para repetirse, volver sobre lugares comunes ajados, remachar los mismos lemas, reincidir en los clichés? ¿Cómo decir su cinismo, sus coartadas, sus medidas verdades, su hojarasca pseudoideológica, sus mofas predecibles? ¿Cómo decir esa risita socarrona, esa mirada falsamente retadora de cejas levantadas y dientes apretados? ¿Cómo decir esta arrogancia ordinaria y esta fraudulenta superioridad moral que pasea este ser convencido de que en vez de pedir perdón puede exigir y retar?
¿No escribir o hundirse más y más en las palabras para dar cuenta de esta realidad que, en el caso de Correa, no cambia a pesar de su estadía en un ático belga?
¿No escribir o hundirse más y más en las palabras para dar cuenta de esta realidad que, en el caso de Correa, no cambia a pesar de su estadía en un ático belga?
¿Alguien puede ignorar sus ignorancias? Comparar por ejemplo a Jorge Glas con Alfred Dreyfus. Hay que tener agallas. Hay que creer que no existe siquiera Wikipedia para equiparar a un político acusado de corrupción con un militar víctima de uno de los peores casos de antisemitismo en Francia. El caso Dreyfus dividió a Francia durante doce años, de 1894 a 1906. ¿Dónde está, pregunta Correa, un Emile Zola que escriba, se entiende, a favor de Glas? ¡Qué impresionante! Correa olvida –pequeño detalle– que Zola, que escribió cuatro años después de que Dreyfus fuera acusado de espionaje y alta traición su célebre “Yo acuso”, se basó en una investigación que probaba la patraña montada contra ese capitán: Dreyfus siempre fue inocente.
¿Alguien puede ignorar que el ex presidente está acostumbrado a decir cualquier cosa y a decirla mirando a sus interlocutores a los ojos, como si dijera la verdad?
¿Alguien puede ignorar que el ex presidente está acostumbrado a decir cualquier cosa y a decirla mirando a sus interlocutores a los ojos, como si dijera la verdad?
¿No escribir de todo esto? ¿O escribir más? Y escribir conscientes de que hay que hacerlo no contra Correa sino como una tarea del buen periodismo ante el poder. Ante los poderes. Los amanuenses registran, como los notarios. Para los periodistas hay muchos otros verbos: escribir, describir, contar, analizar, observar, comparar, recordar, digerir… Y hacerlo apoyándose en la semiología, la lingüística, el humor, el teatro, la sociología, la historia…
Correa y sus amigos son un reto para el buen periodismo… Por eso lo persiguieron. No escribir, no describirlos (además de investigarlos) sería darles gusto.
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