domingo, 26 de noviembre de 2017

Correa viene a darse con una piedra en los dientes

  en La Info  por 
Traidor, aliado de la partidocracia y la bancocracia, promotor de desgobierno, destructor de la revolución… Rafael Correa ya dijo sobre Lenín Moreno lo que, seguramente, repetirá en su estadía en Ecuador que, según él, inicia este sábado en la madrugada. No hay mucha creatividad en su libreto.
No obstante, Correa tiene algunos problemas irresolubles que afectan gravemente su estrategia: ¿a quién se piensa dirigir? ¿En qué momento llega? ¿En qué escenario se mueve? ¿Qué respaldo tiene? ¿Qué repercusión tendrán sus ataques en medios de comunicación y redes sociales? Su situación no es envidiable y basta pasar revista a algunas realidades que tiene enfrente para comprobarlo:
  1. Moreno goza de inmensa popularidad:es evidente que Correa convertirá al Presidente en el centro de sus ataques. Es una empresa arriesgada porque, tras diez años en el poder y miles de horas con micrófono en mano, es imposible que pueda sorprender a su auditorio.
    Correa es predecible y ahora es esclavo de la lógica de las campaña negativas: viene a atacar a un adversario que goza de alta popularidad, viene a atacarlo en forma permanente y desde una posición de debilidad política indiscutible. El momento en que lo hace no lo favorece, su desesperación lo vuelve imprudente y en el escenario Moreno no está solo: se expone así Correa a réplicas masivas, inesperadas y devastadoras. Una campaña negativa puede resultarle letal.
  2. Su causa ya no es popular: Correa parece dirigir sus mensajes a todo el electorado. Es una ilusión óptica. O auditiva. Porque si Moreno es popular se debe a la ruptura que planteó con su legado y si la consulta es una idea seductora es porque pretende sacarlo del juego político. En esas condiciones, la causa de Correa ni es popular ni es mayoritaria. Él no encara esa realidad ni hace mea culpa alguna sobre su gestión. Simplemente desconoce los hechos que han ocasionado reales troneras en su discurso. Quiere destruir a Moreno y reconectarse con el electorado pero su retahíla y su actitud solo convienen al núcleo más duro de sus seguidores.
  3. Su legado no es una ventaja; es su lastre: Correa no procesa el momento político que llevó a Moreno a romper con él. En su ensimismamiento –en el cual él es principio y fin de todo– no admite que su modelo, aupado por la bonanza de los commodities, haya tocado techo. Todo se explica y lo reduce a una traición. Su problema –que se antoja insuperable– es la realidad que el propio Moreno ha tenido que ventilar y que hala la alfombra bajo sus pies. Su modelo económico se basó en el derroche y en el endeudamiento. La corrupción ahora tiene nombres propios de ex funcionarios suyos. Jorge Glas está preso. El país sabe hoy lo que pasó en las refinerías de Esmeraldas, del Pacífico, en Yachay… Correa, en su irrealidad, cree que todo eso se diluye acusando a Moreno de hacer un pacto con la derecha, de no aplicar el programa del partido y de perseguir a gente honesta como Glas y su tío. Correa viene a promocionar su legado sin entender que sus diez años son, para una mayoría del electorado, un verdadero lastre.
  4. Él es su peor enemigo: políticamente Correa encarna hoy, tras sus éxitos, al perfecto caballo perdedor. Su ciclo se cerró y, desde hace años, el electorado le hizo saber que no lo quería más en el poder. Por eso introdujo la reelección indefinida mediante enmiendas porque sabía que perdía si la sometía a consulta popular. Así lo que es bueno para él y sus seguidores (querer eternizarse en el poder) es su talón de Aquiles con el resto del electorado. Correa no defiende un proyecto político: el proyecto es él. Por eso defiende su entronización en el poder. Él y sus seguidores saben que si la consulta lo inhabilita, el correísmo pasará a ser historia. Y aunque lo intentarán, no están en condiciones de dar vuelta a la tortilla.
  5. El país ya no es lo que era: Correa no maneja los tiempos; lo cual lo ubica en una desventaja inusitada. Presentará a Moreno como un traidor mientras su Vicepresidente está sentado en el banco de los acusados de corrupción. Volverá a preconizar el odio y la división del país mientras Moreno es partidario del diálogo y la concertación. Exigirá obras del gobierno, cuando el país sabe de sus cuentas chuecas, de su contabilidad falsa, del endeudamiento atroz que dejó su gobierno. Intentará parar la consulta cuando el gobierno ha hecho de ella el punto central de su estrategia política… Los tiempos no lo favorecen y la opinión ya no le es favorable. Tampoco cuenta con las torres repetidoras y los medios gubernamentales que tuvo a su servicio.
    No hay certezas en política y todas ellas deben ser corroboradas por los hechos. Pero es altamente probable que Correa en este viaje –y a pesar de la algarabía que puedan producir él sus fanáticos– se dé con una enorme piedra en los dientes.

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