Autoridades con vínculos con carteles de la droga, narcotraficantes sicarios que operan con la complicidad de policías; y, ciudadanos y víctimas que viven con el miedo son una muestra de la crisis social que vive México.
La relación de carteles con
funcionarios de distintos niveles no es nueva, pero el caso de la desaparición
de 43 jóvenes en la ciudad de Iguala, del estado de Guerrero, marca un antes y
un después en el mandato de Enrique Peña Nieto, quien es cuestionado por el
viaje que realizará este fin de semana a China y Australia en medio de esta
crisis que ha generado una fuerte presión nacional e internacional.
Hay consternación y reclamo. La
declaración del fiscal general, Jesús Murillo Karam, el pasado viernes, de que
por versión de tres de los 74 detenidos en el caso, los estudiantes de la
escuela rural normalista de Ayotzinapa fueron asesinados e incinerados en un
botadero de basura de Cocula, vecina a Iguala, ahonda más el dolor de sus
padres y familiares.
Ellos se niegan a reconocer esta
versión hasta que haya una comprobación científica. “Quieren darle carpetazo a
la población haciéndole creer que todo está resuelto, pero sabemos que están
vivos y vivos los queremos”, dijo un padre de los desaparecidos que no se
identificó por temor a represalias.
Desde que la Fiscalía General asumió
la investigación solo logró reconstruir parte de lo que ocurrió la trágica
noche del 26 de septiembre en Iguala cuando policías municipales atacaron a un
grupo de alumnos que se había trasladado para reclamar y recaudar fondos. La
orden fue dada por el ahora exalcalde José Luis Abarca. Quería evitar que
sabotearan un acto de su esposa, María de los Ángeles Pineda, que se postularía
a la Alcaldía.
Cuatro días después de que ocurrieron
los hechos se esfumaron. El martes pasado fueron localizados en una modesta
vivienda del barrio de Iztapalapa en la Ciudad de México. Ya no ostentaba el
lujo que caracterizaba a la ‘pareja real’, como ahora se la conoce. Porque si
bien Abarca era el alcalde, cargo al que llegó sin una trayectoria política en
septiembre del 2012 de la mano del Partido de la Revolución Democrática (PRD),
era ella, según adversarios políticos, la que tenía el poder. La pareja, según
la Fiscalía, era supuesta socia y operadora de Guerreros Unidos, una
organización desprendida del cartel de los Beltrán Leyva.
Fiscales mexicanos señalaron que la
pareja utilizaba a este grupo para deshacerse de quienes creía eran sus
enemigos.
Ese 26 de septiembre, a causa del
ataque, seis personas murieron y otros 43 jóvenes, según confesiones de otros
detenidos, fueron entregados por policías a los Guerreros Unidos.
Las escalofriantes declaraciones de
tres presuntos guerrilleros apresados, difundidas parcialmente por el fiscal en
varios videos, reconstruyen lo que habría pasado después. Los sicarios llevaron
a los jóvenes por una vía sin pavimentar que conduce a la Loma de los Coyotes,
a medio camino entre Iguala y Cocula. Los embarcaron en un camión y una
camioneta y los condujeron hasta el basurero de Cocula.
Cerca de quince llegaron muertos por
asfixia y los otros fueron asesinados. Hicieron una hoguera con llantas,
gasolina y leña. Quemaron los cuerpos durante 14 horas (hasta la tarde del 27
de septiembre) y colocaron los restos calcinados en fundas de basura que
lanzaron en el río San Juan.
Peritos rescataron en el basural una
gran cantidad de fragmentos de huesos y dientes, pero debido al grado de
calcinación resultará difícil identificación, expresó Murillo.
Las revelaciones del caso difundidas
en vivo por la Fiscalía provocaron la inmediata reacción. Unas 300 personas se
concentraron con velas en la emblemática plaza del Ángel de la Independencia y
luego se desplazaron a la Fiscalía, donde pintaron en la fachada:
“#YaMeCanséDelMiedo”. Para el historiador Lorenzo Meyer, ahora “lo importante
es cómo va a reaccionar la sociedad mexicana. ¿Va a seguir tan apática como por
años lo fue? ¿Tan acostumbrada a que así son las cosas?”. “El estado de shock
espero que no sea solo mío, sino que sea compartido por mis conciudadanos. Si
esto no produce un shock entre nosotros, ya nada lo puede producir”.
Para Human Rights Watch (HRW), este
caso es considerado uno de los “más graves registrados en la historia
contemporánea de México y América Latina”. Por el momento, los agotados padres
de los estudiantes prometen no “bajar la guardia” ante el nuevo giro en las
investigaciones al que no dan crédito.
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