Escrito por Roberto Aguilar
- Las
voces
Cuando
esto haya terminado, las voces de la propaganda correísta seguirán resonando en
nuestras cabezas con su cantaleta de insidia. Será difícil sacárselas de encima
tras tantos años de bombardeo radial y televisivo. Esas voces ponzoñosas,
capaces de expresar en cada modulación y cadencia todo el desprecio que el
régimen reserva a quienes declara enemigos; esas voces arrogantes, colmadas de
soberbia y superioridad moral, que pontifican verdades absolutas; esas
voces intrigantes y untuosas, aporte de la escuela de locución de Douglas
Argüello a la causa de la Secom, quedarán pegadas a nuestras conciencias como
una lapa indeseada y mortificante cuando esto haya terminado. Serán un mal
recuerdo, uno indefectiblemente ligado al contenido que las acompaña: el correísmo.
Si el Presidente de la República quiere saber qué sensaciones despertará el
recuerdo de su gobierno cuando esto haya terminado, deberá escuchar a Douglas
Argüello y sus aprendices con atención y asiduidad, por lo menos la misma
asiduidad a la que el común de ecuatorianos se somete, que es harta. Porque en
el nivel más básico de la percepción, el de las sensaciones, esas voces
representan mejor que cualquier otra cosa el clima moral de este período. En el
catálogo de sonidos que asociamos mecánicamente con el régimen, ellas merecen
la misma importancia que los acordes de la canción patriótica que acompaña al
Presidente en la parafernalia teatral de sus desplazamientos. Al escucharlas,
cuando esto haya terminado, reviviremos con un estremecimiento los años en que
la comunicación pública en el país estuvo dedicada, con recursos nunca antes
destinados a estos fines y un aparato de dimensiones colosales, a repartir
insidia y mala leche.
- La
insidia
Tantos
años de bombardeo publicitario han logrado que el país pierda contacto con la
realidad. A estas alturas los ecuatorianos hemos llegado a tomar como normales,
por cotidianas, cosas que, en naciones donde los gobiernos respetan a sus
ciudadanos y las instituciones democráticas ocupan su lugar y cumplen su tarea,
serían francamente intolerables e inauditas: que la comunicación pública se
utilice a diario para la intimidación y la intriga; que la propaganda
gubernamental y las mismas presentaciones televisivas del Presidente de la
República sirvan para cometer asesinatos simbólicos, cambiar biografías, echar
abajo reputaciones, destruir personas; que el dinero de los contribuyentes sea
destinado a desprestigiar a los gobiernos locales electos en las urnas… Que el
Estado, en fin, se dirija a los ciudadanos en el tono que cabría esperar de una
organización mafiosa. Todo eso ha llegado a ser normal en el Ecuador del
correísmo y esa normalidad ha alentado al aparato de propaganda a sobrepasar
cada día nuevas cotas de infamia y de malicia. En ese afán, este año el aparato
se superó a sí mismo.
Hoy todo es posible. Nada puede sorprendernos
después del mes de mayo, cuando la Secretaria de Comunicación del
correísmo dio la bienvenida al recién posesionado alcalde de Quito con una pieza propagandística que,
en fondo y forma, alcanzó el nivel más alto de concentración de insidia del que
se tenga memoria. Sin mediar otro motivo que la mala fe de sus productores, la
propaganda vinculó al nuevo alcalde con lo peor de la corrupción y la
desvergüenza de gobiernos anteriores sin presentar una sola prueba, sin
proporcionar un solo dato, sin mencionar siquiera su nombre. Todo con preguntas
retóricas y veladas alusiones: calumnia por inducción, el expediente de los
cobardes. Nunca antes la comunicación pública en el Ecuador había caído tan
bajo. Nunca antes los recursos de todos habían sido utilizados para indisponer
a los ciudadanos contras las autoridades elegidas por todos.
El
aparato correísta de propaganda descubrió entonces que no necesita argumentos
ni propuestas. Le basta con la insidia. A diferencia de lo que se espera de
cualquier pieza comunicacional de un Estado, pagada con fondos públicos para
tratar temas de interés público, la propaganda correísta puede no contener
información de ningún tipo, no aportar un solo dato, no enunciar un solo
problema, no proponer un solo debate. Puede no decir nada: le basta con
insinuar. No afirmar: inducir. No comentar: intrigar. No debatir: esconderse.
Puede transmitir nada más que insidia y mala leche. Insidia químicamente pura.
Pagada con fondos públicos.
Pero el aparato de propaganda no se quedó ahí. En
cuñas cada vez más elaboradas, cada vez más costosas, ha apelado a retorcidas
dramaturgias que le permiten poner en escena alegorías maniqueas de la ficción
política correísta. ¡Impagable hallazgo! La alegoría como vehículo de la
insidia. Es el subterfugio perfecto, pues abre los diques de la imaginación al
infinito. En el truculento círculo de personajes oscuros, violentos, maliciosos
(y, fuera de toda duda, ricos) que acosan a la Democracia y a laLibertad en
las últimas dos piezas propagandísticas producidas según este nuevo plan
iconográfico, el espectador puede proyectar los odios y resentimientos que
mejor le cuadren; puede dotar a los personajes de los contenidos que a bien
tenga, sólo dejándose inducir por la malevolencia de los guionistas. El único
requisito para conectarse con el mensaje es pensar mal, lo más mal que se
pueda. Con este nuevo procedimiento la propaganda correísta alcanza con
naturalidad las infamantes cotas de la calumnia y el ultraje, en el despeñadero
de una degradación moral sin precedentes en la historia de la comunicación
pública ecuatoriana.
- El
antecedente
Esas
voces insidiosas, esas técnicas de manipulación de imágenes, esa manera de
oscurecer y retocar los rostros para conferirles terribles apariencias, esos
efectos de sonido, esos ecos metálicos intimidantes, ese sistema de calumniar
por inducción a través de interminables y ponzoñosas campañas sucias en los
medios, todo eso que Fernando Alvarado, el pope de la propaganda correísta, ha
masificado hasta sobrepasar los límites del hartazgo, tuvo en el Ecuador un
nombre propio: hermanos Isaías. Es bueno recordarlos con el fin de “generar
memoria social sobre procesos históricos”, como recomiendan los sabios del
Consejo de Regulación de la Comunicación (Cordicom).
Años
antes de que Alvarado aterrizara entre nosotros con su cargamento de insidia,
el imperio mediático de los Isaías fue lo peor que le había pasado al país en
el campo de la comunicación de masas. Con un banco quebrado y un juicio por
peculado en su contra, ellos afrontaron la resaca de la crisis financiera dando
batalla a través de sus canales de televisión, manipulando informaciones,
sacando de contexto declaraciones, cambiando biografías…
Las
campañas sucias de los Isaías fueron tan escandalosas que el periodismo
reaccionó: surgieron las primeras columnas de crítica de televisión en los
principales diarios del país, como un esfuerzo por entender y contrarrestar lo
que estaba ocurriendo. Hoy, esos diarios que impulsaron una lectura política de
la comunicación son intimidados o cooptados, cuando no han desaparecido. El
sistema de calumnia por inducción de los Isaías, en cambio, vive su mejor
momento, pues anima el espíritu de la propaganda correísta. Con una diferencia:
hace quince años, las campañas sucias de los Isaías eran esporádicas y
específicas, no afectaban al conjunto de la información y tenían una duración
delimitada en el tiempo. Hoy, las de Alvarado son permanentes y generales,
copan la práctica totalidad de la agenda informativa y gozan de omnipresencia
en el tiempo y en el espacio a través de los ilimitados recursos del aparato
oficial de propaganda.
Fernando
Alvarado, pues, aventajado alumno de lo peor que ha parido la industria
ecuatoriana de la comunicación, ha logrado lo que hace quince años parecía
imposible de imaginar siquiera: que los ecuatorianos casi casi extrañemos a los
Isaías. No podía ser de otra manera. Al fin de cuentas, él es mucho peor.
- El
aparato
“Radicalicemos
la revolución”, decían los carteles que funcionarios del Gobierno repartían a
los participantes de la marcha correísta del Primero de Mayo de 2013, al pie de
los buses que los trajeron desde distintas provincias del país. “Radicalicemos
la revolución” era la consigna que la autodenominada ala izquierda del
correísmo quería posicionar en aquellos días, así que el Sindicato de Heladeros
del Ecuador, el Sindicato de Carretoneros de Quito, la Asociación de
Trabajadores de Mototaxi de Tosagua y la asociación de vendedores playeros Coco
y Sabor, entre otros importantísimos e históricos gremios reclutados para la
ocasión, marcharon por el centro de la capital enarbolando ese reclamo: “Radicalicemos
la revolución”. Y los funcionarios se multiplicaban repartiendo carteles
igualitos. Al día siguiente, el diario gobiernista El Telégrafo, aparte de
mentir que la marcha correísta fue más grande que la organizada por la
oposición, trajo un significativo título de apertura en su portada: “Los
trabajadores piden radicalizar la revolución”. Es un ejemplo de cómo funciona
un aparato de propaganda cuando sus piezas están bien engrasadas.
Todavía
hay quienes defienden la idea de que en el Ecuador existen medios públicos,
pero esa es una tesis que no tiene ningún asidero en la realidad. ¿Qué hacía,
si no, la presentadora de noticias de Ecuador TV como maestra de ceremonias de
la concentración correísta del 15 de noviembre en Guayaquil? ¿Qué dirían los funcionarios
de Gobierno si Alfonso Espinosa de los Monteros o Diego Oquendo hicieran lo
propio en un acto proselitista de Guillermo Lasso o cualquier otro (cosa que no
van a hacer, porque son periodistas)? El Telégrafo, Ecuador TV, la agencia
Andes… No son medios públicos, son medios correístas y participan, como tales,
del aparato de propaganda dirigido desde la Secom. Lo mismo se puede decir de
los llamados canales incautados (TC y Gama), antiguas joyas de la corona de los
Isaías, cuyo imperio mediático resulta una ridícula bagatela al lado del que
maneja hoy el correísmo: el poder comunicacional más grande de la historia del
país. Y sí: funciona como un reloj.
Pero
si la propaganda correísta se ha convertido en un poder intimidante e
incontestable, si los ciudadanos sentimos la física sensación de vivir
aplastados por él, no es solamente por una cuestión de dimensiones. Es, sobre
todo, por el hecho de que la propaganda se ha convertido, bajo el correísmo, en
la institución más importante del Estado. Esa institución parece tener un único
objetivo: asegurarse de que el Estado tenga siempre la última palabra. Por eso
no hay debate político posible: es acallado por la propaganda.
Un
político opositor o un ciudadano crítico expresa su opinión en un programa de radio
o televisión y no pasan 48 horas sin que el aparato de propaganda, en ese mismo
espacio y a través de una pieza específicamente producida para el efecto, no
solo responda al atrevido sino que lo maltrate, lo ultraje, lo someta a
escarnio público, se burle de él, lo destroce.
Los
grupos de oposición organizan una marcha, como la del 17 de septiembre último,
con un pliego de propuestas e inquietudes, y su posibilidad de ser escuchados
por la opinión pública se ve ahogada por la gigantesca movilización propagandística
del correísmo y la contramarcha que somete el derecho a la protesta a
plebiscito.
Un
ciudadano detenido en el extranjero es extraditado al país y el ministerio del
Interior, a través de las redes sociales, dedica un seguimiento fotográfico minuto
a minuto de su traslado, con imágenes que son en sí mismas un escarmiento y una
pedagogía, una aleccionadora demostración de control del cuerpo por el Estado,
un expediente fascista.
Esto
no tiene antecedentes en la historia del país. El correísmo ha erigido a la
propaganda en forma de gobierno y la ha convertido en el más peligroso y
opresivo sistema de control social que se haya impuesto en el Ecuador desde el
retorno de la democracia.
- Este
blog
Este
blog surge de la indignación y del hartazgo. La tiranía propagandística del
correísmo ha convertido la vida política ecuatoriana en un desierto de cardos
secos. Por su violencia intrínseca y aplastante, ha condicionado la libertad de
expresión del pensamiento; ha pisoteado la dignidad de los ciudadanos; ha
manoseado la verdad; nos ha ofendido a todos. Es, simplemente, intolerable.
Nada
de lo que pueda hacer el Gobierno en otros ámbitos, ninguno de sus aciertos (si
es que los tiene y no son meramente propaganda) alcanzan para justificar este
atropello. El mecanismo de control social que se ejecuta a través de la
propaganda correísta es propio únicamente de un Estado fascista, y el fascismo
es incompatible con la democracia.
Académicos
e intelectuales que aúpan el aparato de control mediático del correísmo han
guardado silencio ante la insidia institucionalizada, la manipulación de la
verdad, el asesinato simbólico de ciudadanos. Han decidido convivir con eso
(como con tantas otras cosas) a cambio de un sueldo y una posición. Otros
elaboran retorcidas teorías semióticas o políticas para justificarlo (el
reciente comunicado del Cordicom en defensa de las propagandas alegóricas es
uno de los ejemplos más penosos). Nada se puede esperar de ellos. Serán, como
define Kundera, los ingeniosos aliados de sus propios sepultureros.
Todo
este espectáculo da asco. Por dignidad, es hora de reaccionar. Algunos ya
empezaron a hacerlo. Los canales de televisión independientes, los pocos que
quedan, ya no transmiten las cuñas correístas sin beneficio de inventario: las
comentan, las critican. Los ciudadanos armados de un teléfono o una computadora
inundan cada día más las redes sociales con sus manifestaciones de descontento.
Es lo único que está al alcance del individuo frente a la potencia intimidante
del Estado. Y es bastante.
Este
blog pretende alimentar ese sentido crítico. Ser la sombra del Estado de
propaganda. Hará un seguimiento diario de sus producciones, comentará su
lenguaje, tratará de interpretar sus manipulaciones con las simples armas de
que dispone cualquier ciudadano: discernimiento, poder de observación,
capacidad de análisis, mirada crítica, sentido del humor. Y rigor, porque la
indignación no debe nublar los ojos de la crítica.
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