domingo, 16 de noviembre de 2014

Al que le calce el guante

Francisco Febres Cordero


 El video que la Senacom ordenó difundir no atenta contra la libertad. Es, más bien, una invitación que hace el Gobierno para que todos podamos hacer uso de esa misma libertad.

Si la Senacom, en un ambiente siniestro, presenta a un grupo de individuos que encarnan a empresarios, banqueros y comunicadores como personajes que han usado la libertad para defender sus protervos intereses, de aquí en adelante cualquiera puede, también, filmar una escena, escribir un texto, hacer una viñeta en que, al vaivén de su creatividad, muestre a cuatro o cinco funcionarios de pelo engominado, saco cruzado y pistola al cinto, robándose, a nombre de la revolución ciudadana, el dinero del Estado; otros, sumergiendo la cabeza de un periodista en un tacho de aguas pútridas para acallar su voz, y unos terceros reprimiendo y luego torturando a quienes se oponen a los designios del mandamás de turno.
¿Por qué no?
Gracias a la Senacom, cuando alguien monte sobre cualquier tinglado un parlamento que diga que entre esos que nos gobiernan existe un puñado anónimo de cobardes, de infames, de cerdos asesinos, está en capacidad de responder con las mismas palabras que, a través de su Twitter, usó el secretario de Comunicación como respuesta al video senacomniano: “¡Al que le calce el guante que se lo chante!”. Y luego, seguir tan campante.
Que se lo chanten, entonces, también esos esbirros que ahora avalan, con su silencio cobarde y su mirada torva que apunta siempre para otro lado, las feroces arremetidas contra la prensa independiente de la que ellos fueron parte durante tantos años y en la que pudieron expresar sus ideas libremente. Esos son unos hipócritas, unos viles mercenarios. ¿Quiénes? ¡Al que le calce el guante, que se lo chante!
Porque, según la teoría de este discípulo de Goebbels que realiza sus genialidades a nombre del Gobierno, mediante la ficción cualquier ciudadano tiene el arbitrio de poner a funcionar un guion acusatorio que deje librada a la imaginación de quien lo ve las peores atrocidades cometidas por personajes que, maquillados como actores, salen a recitar su libreto de venganza y odio. Y si algún representante de esos organismos creados para silenciar las voces que contradicen la tesis oficial amenaza con un nuevo juicio, la respuesta que lo librará de ser conducido a la hoguera está sacramentada: Yo no sé, eso es una ficción, al que le calce el guante, que se lo chante.
Bajo esa premisa promulgada a contramano de la ética, la libertad de expresión encuentra nuevos derroteros, que son esos siniestros ahora patentados por el Gobierno, que personifican a la libertad como a una señorita acosada por quienes “usaron el poder para enriquecerse y ahora quieren seguir usando sus prebendas” y que no vacilan en emplear la violencia, pretender controlar la justicia y usar el poder en su beneficio, como antes. Antes, claro, de que el Gobierno del excelentísimo señor presidente de la República viniera a poner el orden en el caos y –reelección indefinida mediante– impida el retorno a ese nefasto pasado.

La ficción revolucionaria que vivimos ha logrado que la ficción pueda hoy pavonearse impunemente para propalar cualquier especie. La mentira, la calumnia están, entonces, libres para dispararse como un guante, para que, a quien le calce, se lo chante.

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