domingo, 9 de noviembre de 2014

El Muro sigue cayendo





  por Miguel-Ángel-Berlin   


25 años, ya. Recuerdo que aquel la noche, mientras veía en la tele las imágenes de la Puerta de Brandenburgo, me preguntaba qué significaba todo aquello.
Para mi entonces la DDR era un régimen oscuro, una especie de franquicia de la Unión Soviética en medio de Europa. Yo no veía a Berlín como una franquicia del capitalismo en medio del bloque comunista (como así era), si no todo lo contrario.
En realidad, el Muro no rodeaba el Berlín este, si no el Berlín Oeste. Ese detalle era el que me faltaba para comprender el Muro.
El hecho de que las puertas del Muro se abrieran sin disparar ni un solo tiro, ni un cristal roto, ni un empujón, es lo que hace esta historia tan maravillosa.
Fue el día en que los alemanes se reconciliaron con su historia.
No nos olvidemos que el 9 de Noviembre, hasta entonces, era el día del la Christalnacht, la noche de los cristales rotos, el progrom contra los judíos. Desde ese día los alemanes tienen un día para sentirse orgullosos como pueblo.
Aquel día lo comprendí. Pero no lograba abarcar las consecuencias que tendría. Por supuesto, como la mayoría, aquello parecía la certificación de la derrota de la URSS, como así fue. 
La caída del Muro cogió Mihail Gorbachov en la cama, al canciller Kohl en Varsovia, al presidente francés Mitterrand en Dinamarca. Margaret Thatcher y George Bush fueron los únicos que lo vieron por la tele.
Sospecho que ellos tampoco tenían muy claro qué significaba todo aquello.
Gorbachov había sugerido a Hoenecker que se enganchara al carro de la historia si no quería ser barrido por ella. Mitterrand tenía un miedo cerval a una Alemania unida y más potente que Francia. Thatcher tampoco las tenía todas consigo, para ella una Alemania unida podía convertirse otra vez en una pesadilla, algo indomable. Sólo Bush tenía una posición bastante más confiada: la única condición que puso es que la Alemania del Oeste se integrara también en la OTAN. No es de extrañar que Kohl se mostrara tan agradecido a Felipe González, el primer líder europeo que lo felicitó tras la caída del Muro, su influencia pudo hacer que Mitterrand perdiera parte de sus reticencias.
El resto, la reunificación de Alemania, ya lo conocemos, es una historia de éxito, por más que aún quedan un 15% de alemanes a los que les gustaría que todavía hubiera un Muro. La grandeza de la democracia es precisamente que haya gente tan rara. Porque sencillamente, hay que tener la mente retorcida.
Lo que yo aquel día hace 25 años no podía imaginar son las consecuencias que tendría para todos y cada uno de nosotros. Porque aquel día no sólo se certificó la derrota del comunismo, si no también (y de eso no se era totalmente consciente) la victoria del capitalismo, con todo lo que eso significaba.
Durante los años de la guerra fría, occidente había dado cuerpo al estado del bienestar. Tenía que ofrecer a sus ciudadanos algo para que no cayeran seducidos por las promesas igualitarias del comunismo. En palabras económicas, la competitividad entre Occidente y la URSS creó el estado del bienestar.
Y aquel día en que ganó Occidente, el capitalismo se quedó sin parte de su esencia: la competencia del comunismo.
Las huestes de Reagan ya había fraguado el término neoliberalismo un eufemismo que todos sabemos lo que significa: la vuelta al capitalismo más descarnado. Ahora ya no había alternativa: el comunismo había muerto, el comunismo era una dictadura y además era inviable, así que vía libre al capitalismo.
Las consecuencias de aquella victoria las vivimos hoy. El capitalismo, sin competencia, ha retrocedido varias décadas hasta poner en cuestión el estado del bienestar. En cierto modo, el capitalismo se ha convertido en una dictadura, la dictadura de la avaricia.

Y una vez más, soy incapaz de imaginar qué significa todo esto. Qué viene después.

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