Francisco Febres Cordero
Domingo,
30 de noviembre, 2014
Teoría del
lleve lleve
¡Fue gol!
¡Pero hubo mano! ¡Fue gol! ¡Pero hubo mano! Esa era la tradicional discusión
entre los adversarios de los partidos que jugábamos de muchachos, en que todos
éramos todo, hasta árbitros. Fue gol. Fue mano. Acercamientos físicos.
Bravuconadas. Amenazas. Hasta que la voz de quien fungía de capitán de uno de
los equipos se elevaba: Fue un gol con la mano, pero bueno ya, lleven lleven.
Superado el incidente.
Caserita
–dice la vendedora– vea qué lindas papitas. ¿A cuánto da la libra?, pregunta la
caserita. A tanto, dice la vendedora. ¿Qués pues? –dice la caserita– ni que
fueran cholas. Si cholas mismo son pues caserita, ¿cuánto ofrece? Tanto, dice
la caserita. Bueno ya, caserita, lleve lleve. Superado el regateo.
Entre
nosotros, la costumbre de dar al otro la razón aun sabiendo que no la tiene se
zanja con esas palabras sacramentales que eliminan las discrepancias: lleve
lleve. El lleve lleve equivale –por sumisión, comodidad o cobardía– a la
aceptación de algo que, a contramano de su propio criterio, permite a una de
las partes evitar la contienda, aunque quede rumiando su sensación de derrota.
El lleve
lleve ha vuelto a cobrar vigencia durante estos largos años de revolución
ciudadana en que hemos visto que quien esgrime argumentos falaces y carece de
razones jurídicas termina haciendo lo que le viene en gana. Y nosotros, aunque
rumiando nuestra sensación de derrota, lleve lleve.
Lleve
lleve cuando, por sí y ante sí, los miembros del Tribunal Constitucional
decidieron proclamarse Corte Constitucional.
Lleve
lleve cuando el excelentísimo señor presidente de la República califica como
terroristas a todos quienes se oponen a sus sagrados designios y, desde la alta
tribuna de su sabatina, los sentencia.
Lleve
lleve cuando el primo del excelentísimo señor presidente de la República
decidió, con su aquiescencia, “ir a volver” de Miami para el matrimonio de su
hijito.
Lleve
lleve cuando se descubrió que desde la Cancillería se estaba enviando droga y,
hasta ahora, nadie sabe quién armó esas narcovalijas ni cómo.
Lleve
lleve cuando se enjuicia a un medio de comunicación o a un periodista que, a
criterio de los tribunales de la Santa Inquisición, cometen alguna
transgresión, y se excluye de la más mínima advertencia al excelentísimo señor
presidente de la República cuando insulta, amenaza, injuria públicamente a
alguien que no le muestra obsecuencia.
Lleve
lleve cuando, en evidente nepotismo, padres, hijos, tíos, primos, cuñados,
esposos ocupan cargos públicos y usan los bienes y fondos del Estado como
propios.
Lleve lleve
ante el lleve cada vez más jugoso y extendido.
Lleve
lleve cuando se trampea para poner en cortes, tribunales y consejos a los
amigos del régimen, pasándose por encima de normas y reglamentos.
Y así, la
lista podría alargarse hasta el infinito.
Lleve lleve
decimos todos al excelentísimo señor presidente de la República, cuando
interpreta las leyes y modifica la Constitución a su albedrío, pisotea la
independencia de las funciones del Estado e impone a rajatabla su voluntad
omnímoda.
¿La
reelección indefinida? Así como están las cosas, aunque con la cabeza baja y
rumiando nuestra sensación de impotencia y derrota, lleve lleve.
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