miércoles, 1 de noviembre de 2017


 

Correa no perdió una sino dos veces contra un pelagato

  en La Info  por 
07:50 en la Corte Provincial de Justicia de Quito: los empleados afanan el paso e ingresan pasando bajo el detector de metales que luce apagado. Dos agentes de la policía, sentados, siguen el desfile con aparente despreocupación.
Caupolicán Ochoa, el abogado del ex Presidente Correa, llega a la Corte. Traje gris, corbata rosada-fucsia, zapatos negros. Es un hombre voluminoso, de andar pausado, ojeroso, el color de la cera en su rostro y una mancha negra alrededor de su ojo izquierdo. Dos personas lo acompañan. Los tres se precipitan en el ascensor hacia el tercer piso donde se llevará a cabo la audiencia. Hoy no hay barras correístas.
08:10 en la Sala 7 de la audiencia: el sol entra a raudales y hay cómo temer que en minutos esta sala será un verdadero horno. Caupolicán Ochoa ocupa el escritorio de la derecha. Despliega una tableta Apple, de 13 pulgadas, y abre su alegato. Así lo ha titulado. Ochoa es un hombre precavido: el cuerpo de su texto es de por lo menos 36 puntos. No tendrá problemas al leerlo. No se despega de su celular y es evidente que habla con alguien muy interesado en el juicio. ¿Rafael Correa? Incluso hace un paneo de los asistentes. Caupolicán Ochoa luce cansado. Bosteza.
08:22 el juez Miguel Narváez hace su ingreso. Diez minutos después llegan los jueces Anacélida Burbano y Patricio Robalino. El juez Narváez preside y pide que se retire la prensa. Ya son las 8:38 cuando anuncia las reglas. 10 minutos para Ochoa y Rómulo Argudo, los dos abogados de Correa. Diez para Andrade y Albán, abogados de Pallares. 5 minutos para la réplica. Ochoa pide más tiempo. El juez alarga el primer tramo a 15 minutos para las partes.
8:40 Ochoa se ensaña con al juez Carrasco: en esta audiencia no hay testigos ni pruebas que aportar. Es evidente que Ochoa trazó su estrategia pensando en el juez Ignacio Fabricio Carrasco, que declaró inocente a Pallares. Viene por él. Le endosa “graves errores judiciales”. Le achaca haber desechado pruebas y haber valorado indebidamente otras. Ochoa se adorna. Dice hacer esfuerzos sobre humanos para ser conciso. Se excusa de poner énfasis en detalles que son, a sus ojos, elementos probatorios que el juez desechó. Habla de Carrasco como juez parcializado. Un hombre que tuvo una gravísima confusión en su cabeza. Un ser con nociones de gramática pueriles. Ochoa quiere llevar el agua a su molino. Quiere hacer creer a los tres jueces que Pallares fue declarado inocente porque el juez desconoció el peritaje al que fue sometido el sitio 4Pelagatos. Si el sitio existe, si Pallares escribió el artículo y si ese artículo circuló y fue reproducido, pues Pallares es culpable de lo que lo acusa Correa. Y remata alegremente: si hubiera dejado que el perito leyera el artículo, todo hubiera quedado demostrado. La jueza frunce el ceño y entrelaza las manos.
Caupolicán Ochoa se acerca a los 15 minutos estipulados. Y no ha entrado en el segundo tema de su alegato. La deshonra de Correa. De nuevo se carga contra el juez Carrasco. Lo acusa de haber utilizado un No rotundo dado por una seguidora de Correa, que él trajo a la Corte, cuando Albán le preguntó si luego de haber leído el artículo pelagato cambió su percepción de Correa. En este punto, Ochoa ensaya una teoría. Habla de delitos de peligro y no de daño. Delitos que son, dice, de “consumación instantánea”. Para él es claro: basta con que la ofensa llegue al ofendido para que haya delito. Y la emprende contra el pelagato que volvió a publicar la nota y que llama “a sus acólitos” para apoyarlo. No olvida a los abogados de la San Francisco que, en forma arrogante, dice, reconocieron que 4P existe, que Pallares escribió, que la nota circuló pero desconocen el delito. Ochoa lleva 30 minutos y, ante su vehemencia, el juez Miguel Narváez solo lo interrumpe para indicar que el mismo tiempo tendrán los abogados de Pallares.
Ochoa quiere que se repare el error judicial. Que se haga una adecuada valoración de la prueba. Que no se deje la puerta abierta para que algunos, aprovechándose de la web, lastimen la honra ajena como hizo Pallares con su cliente. No quiere castigar. No. Él se declara partidario de educar. No dice educar con cárcel, pero no hace falta. Ya se entendió que eso es lo que quiere. No quiere que Pallares y gentes como él puedan abusar de estas nuevas formas de expresión como son los portales y las redes sociales.
Esa es su doctrina. Y es en función de ella que pide a los jueces que hagan justicia al honor ofendido de Correa. Que revoquen la sentencia del juez Carrasco. Que impongan la pena fijada en estos casos. No dice cárcel. Un patricio como él no habla de esas cosas. Pide a los jueces que actúen con imparcialidad. Que no tengan miedo… Ochoa ha hablado 40 minutos.
09:20 Xavier Andrade desmonta las falacias: los abogados de Pallares se han dividido la tarea. Xavier Andrade, versado en las leyes y en los códigos, se encarga de mostrar cómo hay reglas en la legislación que permiten producir pruebas y reglas que prohíben producir pruebas. No es que el juez desechó los documentos que Ochoa presentó ante el juez Carrasco. En el sistema oral es necesario incorporar esas pruebas al proceso en forma oral. El perito, dijo Andrade, determinó que la página 4P existe. Pero no probó el contenido del artículo. En cuanto a la deshonra no basta con decir que afectó a Correa. Hay una dimensión objetiva y otra subjetiva. La autoestima y la apreciación que tiene la sociedad. Y la señora traída por Ochoa al primer juicio dijo que su opinión sobre Correa no había variado tras leer el artículo. Correa, además, nunca fue a la audiencia para poder evaluar cuánto lo afectó el artículo. Andrade avanza como aplanadora: recuerda que la parte acusadora nunca llamó a un filólogo. Y que el dolo o teoría de la real malicia debe ser probada analizando el texto escrito, pues hay analogías, metáforas, metonimias… En su remate resumió, con una frase de Benito Jerónimo Feijoó, el real sentido de la demanda de Correa contra Pallares: “para quien ama la lisonja, es enemigo quien no es adulador”. Andrade habló, como dijo al inicio de su intervención, 8 minutos.
Juan Pablo Albán desenmascara a Ochoa: el otro abogado de Pallares pincha y corta. Se ha mentido a la Justicia, cínica y descaradamente, dice a los jueces. Y pasa en revista cada una de las aseveraciones que hizo minutos antes el abogado de Correa. El perito que presentó no era perito, era testigo. Ese perito podía certificar la existencia de la página, no el contenido. El pelagato Pallares escribió usando el condicional simple que expresa un hecho hipotético. Y una opinión condicionada no puede ser sometida a una prueba de veracidad. No se acreditó, entonces, la deshonra o el descrédito de Correa que no fue a la audiencia para poder evaluar el impacto psico-social del cual se queja. No hay dolo, pues de haberlo querido, Pallares no hubiera condicionado la opinión… Caupolicán Ochoa no cesa de usar su celular. La jueza Burbano le llama la atención. Debe apagarlo. Debe atender lo que dicen los abogados de Pallares. Ochoa asiente.
Albán prosigue. Es incisivo. Hace pausas teatrales. Pone en evidencia sus subtextos. Habla con pasión de la arena pública en donde se producen discursos que pueden irritar, molestar, inquietar a los que nos gobiernan. Así es en democracia. Y quien no quiera ser criticado, no debe aspirar a cargos públicos. Por eso los delitos de palabra resultan inadmisibles, son censura y violación a la libertad de expresión. Hay fallos en Estados Unidos, Argentina, República Dominicana, México, Colombia… Los cita. Por eso, Albán, amante de los matices, pone a los jueces ante una película en blanco y negro. ¿Por qué Ochoa se ensañó contra el juez Carrasco? Porque se acostumbraron durante diez años a censurar a los ciudadanos. Y los gobernantes que actúan en nombre de las personas deben tolerar los cuestionamientos. Ya casi son las diez y Albán cierra su intervención citando a James Madison cuando afirmó que “en un Estado republicano el poder de censura lo ejerce la gente sobre el gobierno y no el gobierno sobre las personas”. 
09:58: Rómulo Argudo reincide: el otro abogado de Rafael Correa hace la réplica. Lo suyo prueba que los abogados del ex presidente se acostumbraron, como él, a pensar con el deseo. Argudo dice que Pallares sí cometió dolo y que para probarlo no se requiere filólogo alguno. Que el buen nombre es un límite que no puede cruzar la libertad de expresión. Que, claro, que hubo delito pues para Correa no fue halagador el contenido del artículo… Argudo volvió a perder la oportunidad de callarse. Y, al parecer, Ochoa de presentar un recurso al primer fallo. El juez anuncia un receso para hablar entre ellos tres del fallo.
11:30. Se abre la puerta de la sala: el juez Miguel Narváez repasa el caso. Han escuchado. Han revisado el fallo. El acervo probatorio presentado en la audiencia. Y crea expectativas en la mesa de Caupolicán Ochoa cuando dice que, en efecto, el juez de primer nivel debió valorar la prueba del informe pericial. Un frío recorre la sala repleta de amigos y familiares de Pallares. Pasarán unos minutos hasta que se entienda que el juez habla de que el juez Carrasco debió pronunciarse sobre el contenido del artículo de Pallares. Y sorprende al decir “leído todo el artículo”… que, hasta ese momento, no existía en el proceso.
El juez retoma el artículo y su contexto en el cual figura Alecksey Mosquera y lo que dijo Correa sobre la coima convertida en evasión fiscal. El juez Narváez recuerda que Correa no compareció y que era necesaria su presencia “para llegar a la verdad histórica a través de la verdad procesal”. Segundos después recordó lo que ha dicho la Corte Interamericana sobre el umbral mayor de escrutinio y critica a los cuales están sometidos los gobernantes. Y concluyó: en el artículo de Pallares no hubo ánimo de injuriar. Por lo cual, ese tribunal, por unanimidad, desecha el recurso interpuesto por Correa y confirma el fallo de inocencia de Pallares.
Hoy 31 de octubre, día de las brujas, se produjo un hito en la justicia ecuatoriana: una corte penal reconoce y asume la doctrina internacional sobre libertad de expresión frente al poder político. Y lo hace en un juicio puesto a un periodista por un presidente que, durante una década, se creyó dueño de todos los poderes y del Ecuador.

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