Charlatanería y corrupción
El secuestro de la justicia y de las entidades de control impidió en forma sistemática investigar y esclarecer esos hechos. A la luz de lo que hoy aparece a propósito del ex contralor Carlos Pólit, resulta imposible no suponer que su designación respondió a acuerdos con las más altas autoridades de ese gobierno. Empezando por Rafael Correa.
02 de agosto del 2017
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Los datos de la crisis económica y de la corrupción son claros y concretos. Jorge Glas está cada vez más acorralado".
Nauseabundos. Así lucen los escándalos alrededor de la descomunal corrupción y la crisis pavorosa que nos heredó el correato. Porque a la deshonestidad ahora se suma el cinismo. Los involucrados no solo dilapidaron y atracaron los fondos públicos; hoy pretenden negar las evidencias. El país asiste estupefacto a una retahíla de coartadas, subterfugios y evasivas que abochornan.
No es inútil recordar, a estas alturas, que desde los primeros meses del anterior gobierno ya circulaban rumores sobre tráfico de influencias, coimas, sobornos, negociados, sobreprecios…
Desgraciadamente, el secuestro de la justicia y de las entidades de control impidió en forma sistemática investigar y esclarecer esos hechos. A la luz de lo que hoy aparece a propósito del ex contralor Carlos Pólit, resulta imposible no suponer que su designación respondió a acuerdos con las más altas autoridades de ese gobierno. Empezando por Rafael Correa.
Hubo, a no dudarlo, un plan premeditado para sepultar la transparencia en la administración pública. El entramado funcionó a la perfección mientras un pueblo embobado por las migajas refrendaba en las urnas la autoridad del caudillo. Y, obviamente, mientras había plata para callar y contentar a muchos actores sociales y políticos. Pero la crisis acaba de destapar la podredumbre y el contubernio.
Que durante diez años los casos de corrupción, irresponsabilidad administrativa y atropello a la ley no hayan sido procesados por la justicia no significa que no existan. La mayoría de ellos eran comidilla diaria entre la ciudadanía. Sobre todo, porque sus efectos han sido inocultables: ni la ostentación de los nuevos ricos, ni los meganegocios de los grandes monopolios, ni la irrupción desbocada de las transnacionales pueden esconderse bajo la alfombra.
Por eso, la sorpresa con la que algunos reciben las noticias del destape de la corrupción y el despilfarro parece fingida. Como si no supieran lo que estaba pasando. Rasgarse las vestiduras no resuelve el problema, ni tampoco absuelve de culpa.
Lo que el país exige son sanciones a los corruptos e irresponsables. Quebrar un país no es juego de niños. Ocultar información relevante no es un error de buena fe. Rifarse los fondos públicos no refleja un magistral manejo de la economía. Son delitos. Con todas sus letras.
Responder a los hechos con filatería y sofismas puede dar frutos en una discusión callejera, pero hacerlo frente a la institucionalidad del Estado es una ofensa. Agravia la dignidad de un pueblo. Es viveza criolla de la peor calaña. Rafael Correa insinúa que el Presidente Moreno es un mentiroso, cuando las evidencias respecto del endeudamiento público demuestran que fue él quien engañó al país; insinúa que es desleal, cuando él mismo traicionó a quienes lo llevaron al poder; insinúa que es mediocre, cuando él hizo de la ignorancia y la fatuidad un evangelio. El país no debe permitir que esa charlatanería sirva de parapeto para obviar responsabilidades.
Los datos de la crisis económica y de la corrupción son claros y concretos. Jorge Glas está cada vez más acorralado. Por si no lo recuerdan, su candidatura fue impuesta a troche y moche por Correa.
Esa es la cruda realidad.
No es inútil recordar, a estas alturas, que desde los primeros meses del anterior gobierno ya circulaban rumores sobre tráfico de influencias, coimas, sobornos, negociados, sobreprecios…
Desgraciadamente, el secuestro de la justicia y de las entidades de control impidió en forma sistemática investigar y esclarecer esos hechos. A la luz de lo que hoy aparece a propósito del ex contralor Carlos Pólit, resulta imposible no suponer que su designación respondió a acuerdos con las más altas autoridades de ese gobierno. Empezando por Rafael Correa.
Hubo, a no dudarlo, un plan premeditado para sepultar la transparencia en la administración pública. El entramado funcionó a la perfección mientras un pueblo embobado por las migajas refrendaba en las urnas la autoridad del caudillo. Y, obviamente, mientras había plata para callar y contentar a muchos actores sociales y políticos. Pero la crisis acaba de destapar la podredumbre y el contubernio.
Que durante diez años los casos de corrupción, irresponsabilidad administrativa y atropello a la ley no hayan sido procesados por la justicia no significa que no existan. La mayoría de ellos eran comidilla diaria entre la ciudadanía. Sobre todo, porque sus efectos han sido inocultables: ni la ostentación de los nuevos ricos, ni los meganegocios de los grandes monopolios, ni la irrupción desbocada de las transnacionales pueden esconderse bajo la alfombra.
Por eso, la sorpresa con la que algunos reciben las noticias del destape de la corrupción y el despilfarro parece fingida. Como si no supieran lo que estaba pasando. Rasgarse las vestiduras no resuelve el problema, ni tampoco absuelve de culpa.
Lo que el país exige son sanciones a los corruptos e irresponsables. Quebrar un país no es juego de niños. Ocultar información relevante no es un error de buena fe. Rifarse los fondos públicos no refleja un magistral manejo de la economía. Son delitos. Con todas sus letras.
Responder a los hechos con filatería y sofismas puede dar frutos en una discusión callejera, pero hacerlo frente a la institucionalidad del Estado es una ofensa. Agravia la dignidad de un pueblo. Es viveza criolla de la peor calaña. Rafael Correa insinúa que el Presidente Moreno es un mentiroso, cuando las evidencias respecto del endeudamiento público demuestran que fue él quien engañó al país; insinúa que es desleal, cuando él mismo traicionó a quienes lo llevaron al poder; insinúa que es mediocre, cuando él hizo de la ignorancia y la fatuidad un evangelio. El país no debe permitir que esa charlatanería sirva de parapeto para obviar responsabilidades.
Los datos de la crisis económica y de la corrupción son claros y concretos. Jorge Glas está cada vez más acorralado. Por si no lo recuerdan, su candidatura fue impuesta a troche y moche por Correa.
Esa es la cruda realidad.
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