Poscorreísmo 3. ¿En manos de los intelectuales del viejo mundo?
Uno de los grandes vacíos, de las grandes miserias, que la década correísta puso en evidencia, es la inexistencia en el país de elites intelectuales contemporáneas. Rafael Correa fue el líder de un proyecto moderno. Proyecto global, concebido como eterno e inmutable. Aquello que Zygmunt Bauman llamó modernidad sólida. En ella, el Estado ocupa el puesto central en la vida de la sociedad y de los ciudadanos. El proyecto moderno es para sus adoradores el equivalente de la estabilidad y el orden. El mundo perfecto que marcha al paso del líder y que no tolera disidencia alguna.
Ese mundo se desplomó, política y literalmente, con la caída del Muro de Berlín en 1989. Desde antes, el nuevo mundo había anunciado sus singularidades: la complejidad, la inestabilidad, lo mutable, lo frágil, lo efímero… Pues bien: cuando el mundo abandonó las ideologías globales, cuando las personas comenzaron a hablar de relaciones horizontales, cuando Narciso se convirtió en el ícono del individualismo y de la postmodernidad, la Revolución Ciudadana inauguró la democracia sin ciudadanos. Y volvió dueño del poder a un señor que perseguía ciudadanos en la calle por atentar contra la majestuosidad del poder. Ecuador marchó hacia atrás.
La Revolución Ciudadana no solo fue una revolución reaccionaria: fue la oportunidad para que los intelectuales del viejo mundo llegaran al poder. Llegaron armados de su pensamiento binario y sus aires mesiánicos. Viejos nostálgicos de la Sierra Maestra o jóvenes tecnócratas se unieron y auparon la mecánica totalitaria: el insulto, la calumnia, el cambio de biografías de sus críticos, la injuria, la cacería de brujas. En definitiva, en vez del diálogo y la polémica, consagraron la criminalización de la opinión y la judicialización de la disidencia. En vez del pensamiento complejo, del cual Edgar Morin mostró que conttibuye a enfrentar el error, la ilusión, la incertidumbre y el riesgo, ellos practicaron el pensamiento binario: bueno-malo; blanco-negro; verdadero-falso… En ese mundo maniqueo, solo podía instalarse la intolerancia. La guerra.
Alberto Acosta, Fernando Bustamante, Javier Ponce, Juan Paz y Miño, Franklin Ramírez, Fander Falconí, Erika Silva, Hernán Reyes, Ramiro Noriega… La lista de intelectuales que se sumaron en este proyecto fue, como se ve en esta pequeña muestra, de una enorme diversidad. Y si bien cualquier lista nunca perfilará la actitud de las instituciones de las que salieron esas personas para servir al Gobierno, sí subraya un hecho: intelectuales (liberales como Bustamante) o fanáticos (como Falconí o Rafael Quintero) coincidieron en su postura totalmente funcional al proyecto autoritario. Acosta se fue cuando muchas decisiones ya habían sido tomadas; decisiones que el régimen luego profundizó.
El peso y el volumen de intelectuales cooptados, facilitó la tarea de Correa y sus inquisidores de extirpar todo debate de la esfera pública. La ideología, que mutó en religión y el aparato de propaganda, contribuyeron a que esos intelectuales reinaran, durante años, como los grandes sacerdotes encargados de legitimar las razones, los métodos, los mecanismos y los resultados del poder correísta. Lo hicieron con similar arrogancia a la exhibida por los jerarcas del poder. Sus contradictores perdieron espacio y, en algunos caos, perdieron incluso sus trabajos. El librepensador, mirado desde su visión maniquea, solo podía ser agente, empleado, servidor o cómplice de intereses oscuros.
Nadie pedirá cuentas a esos intelectuales. Nadie señalará a las universidades dedicadas, también ellas, a sobrevivir ante la ofensiva política para controlarlas. Y sin embargo, tampoco nadie negará la sequía inconmensurable que produjo el correísmo en la escena de las ideas en el país. El atraso que era grande en estudios y publicaciones sociales y políticos, se volvió desolador. El régimen plantó su verdad y ocupó todos los campos con ideología y documentos tecnocráticos. Y los escasos resquicios dejados fueron ocupados por los apóstoles de lo políticamente correcto. Ahí está parqueado el país. Con un mar de debates atrasados y problemas que merecen ser analizados desde las nuevas corrientes de pensamiento. Eso no es seguro: basta ver, en este gobierno, a Raúl Pérez Torres a la cabeza de Casa de la Cultura.
En conclusión, gran parte de los intelectuales sirvieron al correísmo a cambio de cargos públicos, asesorías, representaciones y distinciones. Una pequeña parte resistió, más desde sus columnas e intervenciones periodísticas que desde su estatus y trabajo en las universidades.
Se supone que en este campo, el post correísmo es una tarea pendiente sobre todo para aquellos intelectuales que, tras servir al correísmo, se declararon en disidencia. Al igual que para las universidades que, aliviadas de la asfixia burocrática, tendrán que preguntarse si solo son fábricas de estudiantes. O si la sociedad puede esperar que encuentren nuevas vías para entroncarse con las ideas contemporáneas que deben contribuir a perfilar un destino democrático luego de la década autoritaria.
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