jueves, 31 de agosto de 2017

Poscorreísmo 6: sin élites tampoco hay democracia

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¿Hay élites en Ecuador? Vieja pregunta cuya respuesta no varía: no, no hay. La década correísta corroboró con creces esta penosa realidad. Los grupos de poder volvieron a probar que son meros gremios que defienden sus metros cuadrados y que sobre el país no tienen cosmovisión alguna; mucho peor un proyecto. En los hechos, Correa articuló su programa político en abierta oposición a los valores democráticos que, en teoría, esos grupos dicen defender. Muchos de ellos se alinearon con el régimen y plegaron a su lógica, a sus mecanismos de extorsión y a sus tiempos.
¿Hubo casos de resistencia? Los hubo. Pero, como en la época de Galo Plaza, se tiene que hablar de casos tan excepcionales como personales. Algunos banqueros, algunos empresarios, algunos presidentes de gremios, algunas universidades, algunos economistas, algunos ex presidentes de la República… Que un banquero haya terminado representando la oposición política es significativo: pero Guillermo Lasso no pretende personificar al empresariado. Tampoco encarna una cosmovisión en la que se reconozca parte importante de la dirigencia en general del país.
Correa es la demostración más paladina del subdesarrollo del capitalismo en Ecuador. Hablar de neoliberalismo -mejor aún, hablar de la larga noche neoliberal- le sirvió para disfrazar la visión de un populista reaccionario que se echó al hombro un proyecto desarrollista capitaneado por el Estado. Correa también se propuso, como antaño Abdalá Bucaram, crear su propia burguesía y hacer un canje con los grandes grupos económicos establecidos: excelentes contratos a cambio de su apoyo dócil a un proyecto que incluía una sociedad disciplinada y en orden. Viejo sueño fascista.
Es significativo constatar, igualmente, que esos grandes grupos económicos tienen un concepto de esfera pública que empieza y termina en sus balances empresariales. Son grupos mercantilistas que se relacionan con el poder político para evadir los códigos que predican en sus clubes exclusivos: quieren el Estado a su servicio, hablan de competencia pero son grupos monopólicos, dicen creer en el interés general pero administran sus intereses mediante relaciones personales con los miembros de la nomenclatura de turno. La mayoría de ellos se sumó al régimen por los beneficios económicos en juego.
El correísmo no solo ratificó que no hay una burguesía nacional. Mostró grupos económicos, políticos y sociales totalmente desperdigados y carentes de iniciativa democrática ante un poder hegemónico que ensayó políticas en todos los campos: en educación, en salud, en ecología, en producción agrícola, en tecnología, en salud reproductiva… La planificación de la tecnocracia correísta -esa ficción de eternidad en el poder- mostró la vocación totalitaria del Ejecutivo y desnudó la pobreza política y filosófica de los grupos tradicionales de poder. Sin visión sobre la cosa pública. Sin estructuras de pensamiento. Sin articulación con espacios de poder alternativo. Sin el aliento propio de las elites que irrigan los países en todos los campos y los jalonan.
Los grandes grupos (Isabel Noboa, los Wright, los Eljuri, Los Ortiz… para citar algunos) juran que hacen lo suyo: dar empleo y hacer obra social. En realidad, no tienen idea de lo que son y hacen las élites. Tras diez años de correísmo, durante los cuales hicieron excelentes negocios, ni siquiera se inmutan por haber sido aliados dóciles del autoritarismo. Creen tan poco en la democracia (no la defendieron) como en la educación pública (no les preocupa).
Este examen debiera ser motivo de estudio en la academia. La comprobación final será similar:  no hay élites en Ecuador. Ciertas figuras hicieron la resistencia y eso habla de un alma democrática en el país, pero sin un corpus conceptual, político y social. Esa tarea sigue pendiente en el país.

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