¿Qué hay tras la defensa de Correa a Glas?
A estas alturas del partido hay muy pocas explicaciones al respaldo incondicional y militante que Rafael Correa le ha ofrecido a Jorge Glas que no sean las de la corresponsabilidad o incluso de la complicidad. ¿De qué otra manera se puede entender que tras todos los indicios y revelaciones que han aparecido en las últimas semanas Correa siga creyendo, o diciendo que cree, a pie juntillas en la inocencia de Glas?
Correa se ha jugado por Glas mucho más allá de lo que se puede o se debe en política. Mucho más allá, en todo caso, de lo que un político responsable y apegado a la ética pública puede hacerlo. Correa, incluso luego del anuncio del Fiscal de que se pedirá a la Asamblea la autorización para que Glas sea juzgado por la Corte Nacional, reaccionó negando cualquier indicio de culpabilidad de su protegido. “Continúa el show. Sin prueba alguna, Fiscalía vincula a vicepresidente en caso Odebrecht”, escribió el ex Presidente en sus cuentas de redes sociales, no sin echar mano luego del clásico recurso de quien se va quedando sin argumentos en un caso judicial: las presiones mediáticas. “Revisen el libreto: el mismo que utilizaron con Dilma, que luego fue declarada inocente de todo… pero ya estaba destituida”, agregó más adelante sin siquiera decir de dónde sacó el dato de que la ex presidenta de Brasil fue declarada inocente por algún organismo judicial.
No mucho antes, durante su enlace a través deFacebook live desde su casa en Bélgica, Correa hizo una declaración que difícilmente la haría alguien que actúa con el escepticismo y la distancia a la que está obligado cualquier funcionario o ex funcionario público. “Glas no solo que no roba sino que no deja robar”, dijo categóricamente el ex Presidente en ese enlace donde aseguró que las acusaciones en contra del Vicepresidente forman parte de un complot para impedirle a él que vuelva a gobernar.
Muchos dirán que el apoyo de Correa a Glas se debe a la lealtad y a la fe que tiene en el Vicepresidente porque ha sido amigo suyo de larga data y estuvo junto a él durante todo su gobierno. Pero ese argumento no es válido porque en política y en temas relacionados con la administración pública la lealtad y la fe no cuentan. No es igual que en la vida privada de los ciudadanos. Un funcionario o alguien que como Correa aún tiene responsabilidades como ex mandatario jamás puede jugarse por la honestidad de otra persona basado en la lealtad o en la confianza. Correa, además, no ha sido una persona que se ha destacado por la lealtad con sus compañeros. Cuando gente muy cercana a él se ha distanciado de sus directrices, sin haber cometido actos de deshonestidad si quiera, Correa los ha condenado sin pensar en lealtad alguna. Ocurrió con Alberto Acosta o Fausto Ortiz, por ejemplo. Y cuando hubo funcionarios o amigos suyos que se hallaban acorralados por denuncias de deshonestidad, Correa finalmente les dio la espalda cuando la situación ya era insostenible. Fue el caso del primo Pedro Delgado, el comecheques Raúl Carrión o de Carlos Pareja Yannuzzelli. Pero con Glas es muy distinto y todo permite pensar que, aunque saquen los videos o las pruebas más explícitos de algún posible acto de corrupción cometido por Glas, Correa seguirá en obstinada defensa.
Si Rafael Correa fuera responsable con su calidad de ex presidente y con las obligaciones que arrastra como tal o como político serio que pretende ser, tomaría una distancia institucional de la causa de Glas y simplemente diría que va a esperar el pronunciamiento de la justicia. Pero el ex Presidente ha asumido el caso de Glas como lo haría un fanático religioso o como un adolescente perdidamente enamorado.
La única explicación que se antoja a estas alturas a tanta incondicionalidad y militancia es la de una posible corresponsabilidad o complicidad con Glas. La defensa incondicional, militante e irracional de Glas no es la que normalmente haría un funcionario público que está obligado, por la ley, a creer más en las instituciones y en la ley antes que en sentimientos hacia determinadas personas. En la actitud de Correa parece desnudarse el axioma aquel que dice que en la suerte del acusado está la propia.
Pero no es únicamente la defensa de Correa a Glas lo que hace pensar en que tras todo aquello hay una posible corresponsabilidad. Si se suma este respaldo incondicional a Glas al hecho de que durante muchos años casi nada se hizo en la administración pública sin el conocimiento o el consentimiento de Correa, entonces la posibilidad de que exista algún tipo de complicidad se vuelve mucho más cierta.
Correa tuvo, en realidad, pleno conocimiento por no decir que estuvo de acuerdo con varios acontecimientos y circunstancias que hubieran hecho imposible cualquier esquema de corrupción como el articulado por Odebrecht en el país. Entre esos, estos: la reelección por dos ocasiones del contralor Carlos Pólit, clave para el trabajo de la constructora brasileña; la elección de su abogado personal, pariente y amigo Galo Chiriboga, como Fiscal, y luego la elección del sucesor de Chiriboga de un cheerleader suyo como Carlos Baca Mancheno; la aprobación, hecha por el procurador Diego García Carrión, de los documentos necesarios para que Odebrecht pueda reingresar al país luego del incidente de San Francisco, y, el indiscutible control sobre el aparato de justicia a través, sobre todo, de las sanciones a los jueces por parte del Consejo de la Judicatura.
Sin todos estos elementos, la operación de Odebrecht y de cualquier otro esquema de corrupción en el Ecuador hubiera sido mucho más difícil ejecutar por no decir imposible. Se trató, como Gabriela Calderón lo dijo hace poco en una columna suya en El Universo, de un esquema de corrupción “sistémica”. ¿Es posible que Correa no hubiera estado al tanto de todo este entramado institucional y legal? ¿Se puede pensar que haya sido posible un sistema tan complejo sin que el hacedor-de-todo no lo hubiera sabido?
Hace poco, además, se puso en evidencia que Correa y el entonces fiscal Galo Chiriboga ya tenían información sobre el caso Odebrecht días antes de las elecciones y que en su afán de ganar en las urnas mantuvieron el tema bajo la alfombra. Incluso en alguna de las sabatinas, Correa llegó a anticipar, como curándose en salud, que en esos días saldría una “bomba” que involucraría a Glas e incluso probablemente a él.
Rafael Correa ha hecho un esfuerzo enorme para defender a Glas. Se trata de un esfuerzo que no se compadece con la actitud que debería tener un ex mandatario que tuvo responsabilidades políticas y administrativas sobre los hechos y las personas que están por juzgarse. A estas alturas, la defensa de Correa a Glas solo puede explicarse a través de una posible corresponsabilidad o complicidad, de él o de sus allegados. Lo que es con Glas, parece ser, también lo es con Correa.
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