lunes, 28 de agosto de 2017


Poscorreísmo 5: volver a los hechos, tras la intoxicación propagandística

  en La Info  por 



Rafael Correa, el humanista del cual habla Carlos Marx Carrasco, casi logra su cometido: desterrar el periodismo del país. El paisaje de los medios, tras la mal llamada Revolución Ciudadana, luce devastado. Desaparecieron diarios y revistas. Los canales incautados fueron puestos a su servicio y quebrados. Los periodistas se acostumbraron a trabajar en las redacciones bajo el ojo vigilante de abogados. Algunas grandes empresas se achicaron tanto que su giro de negocio es ahora similar al de hace 20 años. No hubo inversiones, la producción fue deficitaria, la innovación no se ve. Los medios que sobrevivieron se dedicaron a capotear a los miserables que, en la Secretaría de la Comunicación y la Supercom, fueron pagados para hacerles la vida imposible.
El daño no solo es ese. Correa, en un país que no lee, se dedicó a romper periódicos. Y en un país que no debate, clausuró todos los intentos. Prohibió a sus ministros ir a los medios. Quiso convertir los periódicos, las radios y los canales en notarios de su gestión. Casi lo logra. Las noticias dejaron de girar alrededor de los hechos. El correísmo quiso apoderarse del relato; convertir a los periodistas en administradores de versiones. Y siempre quiso que la suya tuviera prelación sobre las restantes.
La historia del correísmo contiene capítulos truculentos contra los medios de comunicación. Sus insultos contra los empresarios de los medios. La persecución descarada contra caricaturistas y periodistas. Las multas montadas y exorbitantes. Las rectificaciones escritas, tituladas, diseñadas por el tribunal de la inquisición correísta. El cambio de biografías. Las interrupciones de programas. Las cadenas. Los pedidos de aclaración… No será fácil superar este intento abyecto, consciente y sistemático para destruir, desde el poder político y con apoyo de académicos como Hernán Reyes, el periodismo en Ecuador. 
Reyes no fue el único que suscribió el discurso según el cual la intervención fascista del poder político en la comunicación mejoraría la calidad del periodismo en el país. Romel Jurado es otro nombre para recordar. No solo ayudó a armar la Ley de Comunicación sino que, tres años después de aplicada, pretendió, también él, ver refinerías donde solo hay terrenos aplanados. 
La realidad está a la vista: nunca, desde la persecución obsesiva del Ejecutivo y la promulgación de la Ley de Comunicación, el periodismo ecuatoriano ha estado tan mal. Perdió periodistas. La inversión fue penalizada. Algunos de los pocos empresarios que había se retiraron. El oficio perdió mucha de su sustancia. Su objetivo se volvió equilibrar versiones; no buscar la verdad. La autocensura es un hecho. Desde que Correa llegó al poder no hay una sola experiencia icónica en los medios tradicionales del país. Es claro, la década de Correa es el peor retroceso en la historia del periodismo nacional. Lo poco que hay en la columna de activos hay que buscarlo en los portales digitales que fundaron periodistas que perdieron sus empleos. O francamente señalados y perseguidos por el poder, lo cual los convirtió en indeseables en muchas redacciones del país.
No se sabe, por ahora, hasta dónde la sociedad ecuatoriano resintió este intento de convertir el periodismo en correa de transmisión propagandística del poder político correísta. Las desapariciones de la revista Vanguardia y de diario Hoy no generaron zozobra social alguna. Tampoco La ausencia en la pantalla de un periodista polémico como Jorge Ortiz. Lo mismo ocurrió en el caso de Emilio Palacio exilado en Miami. Las muestras de escasa solidaridad nacional con medios como El Universo o Radio Democracia en Quito, amenazada de perder la frecuencia, crea serias interrogantes sobre la convicción profunda que tiene el país en libertad de expresión. ¿Le da lo mismo contar con información independiente y de calidad sobre los procesos sociales y políticos que no tenerla? 
Esa es una respuesta pendiente para el periodismo. Hay otras tareas. Quizá la más importante sea recuperar el oficio y renovarlo. Es imprescindible volver a bucear en la sociedad que, contrariamente a lo que quiso hacer creer el correísmo, es plural y compleja. El periodismo puede contribuir a superar la polarización maniquea fraguada por el correísmo. Volver a los hechos, tras una década de intoxicación propagandística, es decisivo para saber lo que realmente ocurrió en todos los campos y acompañar al país en esta transición hacia la democracia. 
El paisaje mediático luce devastado. Pero el periodismo fue, sin lugar a dudas, el mayor factor de resistencia a un gobierno autoritario que vio en él su mayor enemigo. Correa perdió esa guerra.
En la foto de la Presidencia, Rafael Correa y Hernán Reyes en la Primera Cumbre para el Periodismo Responsable en los Nuevos Tiempos (Cupre)

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