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Interpretación para las izquierdas latinoamericanas
Pablo Ospina Peralta
Rebelión
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A estas alturas del partido, la ruptura en el oficialismo en Ecuador es irreversible. Solo resta aclarar por dónde se cortará el partido y cuántos funcionarios y dirigentes quedarán de cada lado. ¿Cómo interpretar la división interna en Alianza País, entre Rafael Correa y Lenin Moreno? No hay duda de que el carácter intratable del máximo líder, esa megalomanía que no acepta la más mínima variación en el libreto que se inventó, cuenta para explicar su alucinante rapidez. Pero es apenas anecdótico. Se dibuja en el horizonte el perfil de un discurso correísta que presenta la división como una fractura entre la izquierda y la derecha del partido; entre la intransigencia de los principios y la negociación de todo y todos con los principales factores de poder del orden establecido. Cuando el morenismo firme un nuevo tratado de libre comercio complementario al que firmó Rafael Correa, cuando continúe con las amplias concesiones al empresariado que empezó el gobierno anterior y cuando tome medidas impopulares de austeridad, esa justificación se volverá más popular entre la fracción correísta y entre sus cajas de resonancia entre aquella parte de las izquierdas latinoamericanas que han mostrado tanta ceguera ante la deriva conservadora y autoritaria de los progresismos. Pero será una explicación falsa, aunque fácil de entender para quienes acostumbran a profundizar poco en la complejidad de las opciones políticas.
Quiero proponer una interpretación alternativa que elude tanto las etiquetas ideológicas rápidas como los significados superficiales basados únicamente en las características de los liderazgos, sus estilos personales o sus discursos justificatorios. La interpretación que propongo es que con el cambio de gobierno se produjo en Ecuador un desplazamiento dentro de la coalición gobernante. Nadie, ni siquiera los más poderosos sectores empresariales pueden gobernar solos. Siempre hay, en todo gobierno, una mezcla variable de grupos empresariales, tecnócratas y políticos profesionales, y grupos ideológicos. Las coaliciones, informales y cambiantes, no siempre integran a todos los beneficiados de las políticas de gobierno pero sus integrantes pueden distinguirse por la facilidad con que acceden a la toma de decisiones políticas y económicas estratégicas.
Durante el neoliberalismo (digamos, entre 1992 y 2006) los grupos empresariales que más claramente formaron parte de la coalición dominante fueron los banqueros y los agroexportadores. La medida económica que debilitó la hegemonía de estos sectores empresariales fue la dolarización, adoptada en enero de 2000, que privó a ambos de su principal herramienta de control de las ganancias: es una medida que favorece a los importadores, no a los exportadores y que le quita a los bancos la posibilidad de especular con los tipos de cambio. En 2006 ese debilitamiento se expresó en un gobierno, el de la revolución ciudadana versión Rafael Correa, que ya no integró en la coalición a ninguno de los dos. Las enormes utilidades de la banca durante el correísmo no pueden ocultar el hecho de que su gobierno se caracterizó por un constante conflicto con los principales banqueros del país. Sus insólitas ganancias provinieron de la financiación de las importaciones y del auge del sector inmobiliario y no de sus buenas relaciones con el gobierno. El sector agroexportador finalmente tuvo su tratado de libre comercio con la Unión Europea, pero ese resultado final no debe hacernos olvidar que la firma ocurrió tardíamente y luego de muchas vacilaciones. Un gobierno plenamente comprometido con el sector agroexportador hubiera firmado ese tratado mucho antes y con menos vaivenes.
El correísmo expresó, entonces, una coalición gobernante diferente a la del neoliberalismo. ¿Cuál? Fue un gobierno cuyos sectores hegemónicos variaron a lo largo de los años, sin embargo, se pueden distinguir cuatro grupos que formaron el corazón de la coalición gobernante. El primero fue un núcleo de intelectuales y militantes de izquierdas, algunos ligados por años a movimientos sociales, sindicales e indígenas, que constituyó el núcleo de los estrategas políticos del buró político de Alianza País hasta la culminación de la Asamblea Constituyente a fines del año 2008. Aunque varios de estos militantes se quedaron en el gobierno, fueron perdiendo progresivamente la hegemonía que alguna vez tuvieron. Este primer grupo le otorgó al correísmo su inicial perfil heterodoxo, un perfil que le valió la simpatía de las izquierdas latinoamericanas y mundiales. El segundo grupo fue el de un conjunto de tecnócratas más o menos progresistas, pero decididamente estatistas, cuyo poder deriva siempre de la capacidad de aumentar la autoridad de los organismos del sector público. El propio Rafael Correa, sin ninguna tradición ni cercanía con ningún movimiento social ni militancia de izquierdas, expresó bien a este grupo que atrajo permanentemente y del que se rodeó en todas partes. Este grupo le otorgó al gobierno un perfil de eficiencia técnica, muchas veces más aparente que real, pero lleno de cifras, de presentaciones en power point y de profundo desprecio por la ignorancia popular. Este sector vive mostrando una aristocrática desconfianza hacia los “intereses particulares” de todos los actores sociales, los considera potencialmente mafiosos e incluso busca independizarse de los políticos a quienes ven como personas que los obligan a tomar decisiones alejadas de la técnica y el saber experto, que debería gobernar por sobre quienes no tienen ni los conocimientos ni los méritos de hacerse cargo de sí mismos. Este perfil ideológico era claramente distinguible en el gobierno desde el principio pero se volvió crecientemente dominante conforme la dinámica política del Ecuador concentraba poder en la figura presidencial.
El tercer grupo era ya un poderoso grupo empresarial moderno, consolidado, que había ocupado posiciones relativamente secundarias durante el neoliberalismo. A diferencia de los dos anteriores, este grupo disponía de poder real en la economía. Son grupos monopólicos de importadores y empresarios cuyos principales negocios dependen de la expansión del mercado interno y cuya coincidencia con las políticas de expansión del gasto del correísmo los hizo aliados naturales del gobierno. Son grupos empresariales con importantes conexiones internacionales como el grupo PRONACA, dedicado a la producción de carnes, embutidos y otros alimentos; el grupo SUPERMAXI y El Rosado, dedicados al comercio minorista en supermercados, con ramificaciones inmobiliarias; el grupo ELJURI, radicado en la Sierra sur del país, dedicado fundamentalmente a la importación pero también a la industria ligera. El crecimiento del consumo, de las importaciones y el aumento de las clases medias los favorece inmediatamente, a diferencia de los agro-exportadores cuyo negocio no necesita ninguna política de expansión del gasto o de los salarios. Al mismo tiempo, este grupo empresarial despliega una competencia descarnada y desigual con un país de pequeños negocios comerciales, el autoempleo y la producción campesina. Las políticas económicas del correísmo expresaron muy bien el contenido contradictorio de los intereses de este grupo empresarial, tanto “progresista” (la expansión del gasto y el consumo de clases medias crecientes) como reaccionario (destrucción del pequeño comercio y subordinación campesina a las agroindustrias y supermercados).
El cuarto grupo que integró la coalición dominante apareció públicamente desde el principio del gobierno de la revolución ciudadana pero se volvió una presencia descollante al final. Si hay un personaje que expresó la presencia de este grupo en los primeros momentos del gobierno de Rafael Correa fue el hermano del presidente, Fabricio Correa, que aseguró los fondos para la campaña con sus contactos y con su aporte personal y que siempre vivió de contratos con diferentes organismos del Estado. Se trata de grupos empresariales cuya giro de negocio más importante es altamente dependiente de los contratos con el gobierno. Este grupo efectuaba las conexiones y la intermediación con el capital internacional para inversiones en sectores de bienes primarios y sobre todo en la construcción de infraestructura. La presencia hegemónica de este grupos en el núcleo más estrecho de toma de decisiones estratégicas en el gobierno de la revolución ciudadana explica cosas irracionales que de otra manera serían inexplicables. Explica que en lugar de apoyar a escuelas politécnicas que se contaban entre las mejores del país, el gobierno decidiera construir una costosa y demencial “ciudad del conocimiento” planificada para desperdiciar mil millones de dólares. Explica que se construyeran al menos dos represas hidroeléctricas más de las necesarias. Explica que se hicieran las carreteras más caras de la historia y que cuando todavía no se había cumplido a obligación constitucional de invertir el 6% del PIB en educación (solo se llegó al 3,5% en el mejor momento) se prefiriera invertir el dinero en tres faraónicas “plataformas gubernamentales” que sirven estrictamente para nada. Este grupo, cuya cabeza política era el vicepresidente Jorge Glas Espinel, es el que está siendo desplazado en el gobierno de Lenin Moreno.
El modelo basado en el gasto irracional y el despilfarro, base del poder del grupo empresarial dependiente de los contratos públicos, era sencillamente insostenible en las nuevas condiciones de alto endeudamiento y asfixia fiscal. El desplazamiento del balance de poder interno no es tanto un acto de limpieza moral como una condición forzada por las circunstancias económicas. Es desembarazarse de un núcleo de autoridad política y económica dentro del gobierno que fortalece de manera desigual a los otros tres grupos. No es claro quién se reforzará más: Lenin Moreno está buscando reorganizar aliados por todos lados, a su derecha y a su izquierda. Entregó todo el gabinete productivo a sectores empresariales. Entregó el área social a intelectuales de izquierdas. Por lo tanto, el desplazamiento en la coalición dominante no implica ni un giro a la derecha ni a la izquierda. Además, los empresarios e intermediarios desplazados podrían perfectamente ser reemplazados pronto por otros peores. Pero, aun con todas sus incertidumbres a cuestas, significa una oportunidad de disputa que se había perdido en los últimos seis años de una degradada y avasallante hegemonía de lo más nefasto de los últimos años del correísmo.
Aunque no sea un giro a la izquierda, este desplazamiento en la coalición dominante ofrece una oportunidad. A las izquierdas ecuatorianas nos corresponde reforzar el giro y exigir una política económica alternativa en medio de la crisis. Aunque al final quizás Lenin Moreno sucumba al mismo pragmatismo del poder o a los intereses de los poderosos grupos empresariales que forman parte de su base social, su giro es una coyuntura que debemos aprovechar en todo lo que pueda dar. Es un riesgo, como fue un riesgo el apoyo crítico brindado en los inicios de la revolución ciudadana. Hay que demandar y luchar, como siempre, por un programa de gobierno que fortalezca las experiencias alternativas de la sociedad civil. Hagamos lo necesario, después la vida seleccionará lo posible.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de las autoras mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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