NOCHIXTLÁN, México — En este lugar, la lucha por la educación de pronto se transformó, literalmente, en una batalla.
La semana pasada, protestas violentas encabezadas por un grupo de maestros cobraron la vida de nueve personas, las carreteras fueron bloqueadas con restos de camiones de carga quemados y se exacerbaron los profundos sentimientos de enojo y desconfianza hacia el gobierno.
Miles de estudiantes del estado de Oaxaca, al sur de México, no han asistido a la escuela desde hace meses porque los profesores se lanzaron a las calles para expresar su rechazo a una reforma que busca mejorar el terriblemente deteriorado sistema educativo.
En la mayor parte del país, las acciones impulsadas por el presidente para modernizar las escuelas, aprobadas por el congreso en 2012, han recibido una amplia acogida. Funcionarios de gobierno y partidarios de la reforma señalan que la resistencia se ha concentrado casi por completo en cuatro estados del sur, en especial Oaxaca, y solo involucra a una pequeña fracción de los empleados del sector educativo.
Incluso muchos de los opositores del presidente piensan que el sistema de educación pública mexicano, que ocupa el quinto lugar entre los mayores sistemas del mundo y suma más de 30 millones de estudiantes, necesita con urgencia algunos cambios.
Sin embargo, después de que las fuerzas del gobierno se enfrentaran a algunos manifestantes el 19 de junio en Nochixtlán, con un saldo de nueve muertos y decenas de heridos, el movimiento de protesta ganó ímpetu y los cambios propuestos para el sector educativo se han sumido en una controversia aún más profunda.
Tras los disparos y los muertos, miles de estudiantes de Oaxaca se han unido a sus maestros en las calles por primera vez para protestar contra el gobierno, y muchos adultos que antes tenían una postura un tanto ambivalente ante las denuncias de injusticia de los maestros, ahora se han adherido a la causa.
“Antes, no apoyábamos a ningún bando”, declaró Karen Hernández Casares, de 15 años de edad, estudiante de la ciudad de Oaxaca que se encontraba con otros miles de estudiantes que vestían sus uniformes y exhibían carteles de denuncia contra la reforma educativa. “Pero no podemos quedarnos sin hacer nada mientras el gobierno nos reprime”.
“Ahora todo ha cambiado”, añadió.
La violencia tocó un nervio sensible en Oaxaca, un estado que, a pesar de contar con una industria turística boyante, está entre los más pobres del país. La respuesta del gobierno a las protestas hizo resonar en Oaxaca la creencia de que la reforma educativa es tan solo el instrumento más reciente que el gobierno federal intenta implementar para marginar a la población de esta zona.
Desde hace algún tiempo, el sistema mexicano de educación pública ha sido uno de los que tiene peores resultados entre las mayores potencias económicas del mundo. Según un informe que presentó en enero de 2015 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), de los 34 estados miembro del grupo, México está en último lugar en cuanto a logros académicos.
Las escuelas de México han sido víctimas del malgasto de recursos y de una entorpecida burocracia sobre la cual el poderoso sindicato de maestros ha ejercido gran influencia durante muchos años, e incluso en algunos lugares las controlaba por completo. Con cerca de 1,6 millones de afiliados, es el sindicato más grande en toda América Latina en su tipo.
Aunque el sindicato nacional se alineó con las acciones del gobierno, un ala disidente mantuvo su oposición a los cambios y organizó enormes manifestaciones, como los recientes levantamientos en Oaxaca.
Esa ala, llamada Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), está presente en todo el territorio, pero tiene mayor poder en las áreas más pobres del sur, en especial en Oaxaca, donde ha ejercido su tiranía sobre el sistema educativo, según funcionarios de gobierno y analistas.
“Las secciones locales del sindicato tenían atados de manos a los gobiernos estatales”, comentó Carlos Ornelas, profesor de educación y comunicaciones de la Universidad Autónoma Metropolitana en la Ciudad de México.
El sistema ha estado plagado de favoritismos y triquiñuelas. Un censo reciente del sistema de educación pública —el primero de ese tipo que organiza el gobierno en la historia— reveló que la nómina incluía miles de empleados fantasma y antiguos empleados que ya habían renunciado, se habían retirado o habían muerto, pero cuyos cheques se seguían cobrando.
Antes de la reforma educativa, los egresados de las escuelas magisteriales tenían garantizado un trabajo para toda la vida sin importar su desempeño, y las plazas se heredaban o se vendían de forma abierta.
Después de llegar a la presidencia en 2012, uno de los sectores que Peña Nieto identificó como prioritarios fue la educación, por lo que aprobó muy pronto un paquete de cambios diseñados en parte para acabar con los abusos de ambas alas del sindicato.
Los cambios incluyeron evaluaciones a los maestros y un proceso de contratación competitivo. También se reestructuró la burocracia educativa, con lo que el gobierno federal busca recuperar el control sobre ella, y se ha intentado establecer un nuevo sistema para el pago de salarios con el propósito de evitar el malgasto de recursos.
Los líderes de la CNTE afirman que su mayor discrepancia es con las evaluaciones a los maestros, pues la reforma establece como requisito que todos ellos sean evaluados con cierta frecuencia. Los profesores tienen tres oportunidades para aprobar el examen, con un año de capacitación entre cada una de ellas. Si no lo aprueban en esas tres oportunidades, pierden su trabajo y se les asigna un puesto administrativo.
“La única intención de los exámenes”, expresó Gabriel López Chiñas, maestro que hace poco ocupó una posición importante en el ala disidente de Oaxaca, “es despedir a los maestros. Su objetivo no es mejorar la calidad de la educación”.
El año pasado, como parte de la reforma, los gobiernos federal y estatal desmantelaron el departamento de educación del estado de Oaxaca, dominado por miembros del sindicato, y lo reestructuraron con nuevos líderes bajo el control del Estado. Hace dos semanas, las autoridades arrestaron y encarcelaron a los dos de los líderes principales de la sección oaxaqueña del sindicato por supuestos cargos de corrupción.
El apoyo al ala disidente del sindicato en Oaxaca y sus otras áreas tradicionales de influencia en Chiapas, Michoacán y Guerrero parecía haber languidecido, de acuerdo con algunos funcionarios y analistas. Sin embargo, el enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, que cobró tantas vidas, enardeció la antipatía hacia Peña Nieto, quien ha registrado porcentajes bajos de aprobación y a cuya administración se considera incapaz de combatir la corrupción y los actos delictivos, como en el caso de la desaparición de 43 estudiantes.
En un intento de acercamiento entre las partes después de la violencia, el gobierno sostuvo una reunión con el ala disidente del sindicato, que en general, se consideró como una capitulación. Desde hace tiempo el gobierno de Peña Nieto ha sostenido una misma postura al afirmar que no negociará las nuevas leyes y que la reforma es inevitable.
Juan Díaz de la Torre, quien encabeza el sindicato nacional de maestros, ha respaldado incondicionalmente la posición del gobierno en contra de los miembros disidentes. “Si contravenimos las leyes debido a estas circunstancias, caeremos en una espiral que no ayudará a nadie”, opinó durante una entrevista. “Queremos vernos en el espejo de los países más desarrollados. Queremos vernos ahí. No queremos ir para abajo de nuevo. Queremos seguir mejorando”.
Los bloqueos y protestas han aumentado en Oaxaca desde que estalló la violencia el 19 de junio, y algunos residentes temen que se derrame más sangre. En las calles del centro de Nochixtlán, la mayoría de las tiendas permanecieron cerradas la semana pasada, con las cortinas metálicas corridas y con cerrojo.
“Se percibe una atmósfera de pánico en el pueblo debido a esta confrontación”, subrayó Eric Coca Hernández, de 31 años, quien abrió su zapatería a pesar de la falta de clientes.
El comerciante manifestó que muchas personas de otras regiones del país y que no son maestros se han sumado a las barricadas.
“No sabemos si están aquí para ayudar a los maestros o por otros motivos”, enfatizó.
Las autoridades han especulado que miembros armados de grupos radicales, opositores al gobierno, se infiltraron en las líneas de los maestros durante la manifestación y dispararon a policías federales el 19 de junio, lo que provocó el tiroteo. Las investigaciones sobre esos sucesos se encuentran en marcha.
Tras el enfrentamiento, a las afueras del pueblo, jóvenes con el rostro cubierto vigilaron los bloqueos. Detenían automóviles de forma aleatoria para inspeccionarlos. Informaron a los conductores que buscaban a empleados del gobierno federal.
Sin embargo, no toda la población se unió a los maestros. Algunos sienten que, en medio de la violencia se ha perdido de vista el problema central de la educación que requieren los estudiantes, y hay quien piensa que los maestros son responsables por la violencia y por no educar a los niños. En los últimos siete años, las escuelas de Oaxaca han permanecido cerradas por huelgas de los maestros el equivalente a un año escolar completo, según las cifras del gobierno.
“Justo ahora todos se lavan las manos, nadie quiere hacerse responsable y culpan al gobierno”, comentó María Martina García, una trabajadora del hogar de 55 años de edad. “Pero yo culpo a los maestros. Quisiera que se deshicieran de ellos”.
Junto con su hija y tres nietos, que se la han pasado en casa desde mediados de mayo, María fue al centro de Nochixtlán para el funeral de Jesús Cárdenas, un joven de 19 años que murió durante los enfrentamientos.
“Sucede todos los años”, dijo su hija, Sulema Rivera, sobre las protestas. “También mis hijos tienen derechos; tienen derecho a ir a la escuela”.
Al día siguiente, algunos estudiantes se congregaron para mostrar su apoyo a los maestros. Miles llegaron a la ciudad de Oaxaca, cuyo encantador centro se ha convertido en un campamento improvisado con tiendas de acampar y lonas desgastadas para los maestros que se manifiestan. Consignas a coro y pancartas alternadas expresaban apoyo a los maestros y denunciaban los actos del gobierno.
La marcha se desplazó a través de una serie de puestos que vendían productos como queso y camisas bordadas a mano. Los meseros de los restaurantes elegantes que rodean la plaza central ni siquiera intentaban atraer clientes. Los cafés, que por lo regular están muy concurridos, estaban desiertos. La única energía del lugar era la que transmitían quienes marchaban.
“Si puedes leer este cartel, es gracias a mis maestros”, era una de las leyendas.
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