martes, 12 de julio de 2016

La ‘ética’ de la autoexaltación

Felipe Burbano de Lara
Martes, 12 de julio, 2016 - 00h07


Uno de los mayores defectos de la revolución ciudadana y del presidente Rafael Correa ha sido su tendencia a convertir actos casi rutinarios del ejercicio del poder en gestos espectaculares. El Gobierno no tiene una ética propia, unos códigos que pesen por sí mismos, que den pleno sentido y autenticidad a sus acciones; al contrario, posee una ética relativa: en la comparación con el pasado –siempre ruin– encuentra el camino para exaltarse. Valora sus propias acciones frente a la ruina moral y ética de todo lo que le antecedió, no por el valor de la acción en sí misma.
El sábado, el presidente montó un espectáculo político con los regalos recibidos por él y algunos funcionarios del Gobierno en las visitas realizadas a países árabes. Relojes, collares, mancuernas, anillos, brazaletes de oro amarillo, rosado o blanco… Si me quedase con todo lo que me han obsequiado –dice Correa– podría ser millonario. Pero como sus convicciones e ideales son más elevadas los subastará para obtener dinero que será invertido en los damnificados del terremoto. Quien actúa por convicción, de modo auténtico, profundo, sincero, honesto, nunca exalta sus acciones ni sus valores, se despliegan de forma natural. Pero Correa los exalta hasta el límite y a través de ese gesto se alaba a sí mismo. Subastará los regalos haciéndolo notar, gritando a voz en cuello la nobleza, el desprendimiento, la honradez del acto. Hace de su gesto un acto de exhibición política. La transparencia que busca transmitir termina asfixiada en la autoexaltación; el gesto noble termina desvirtuado en su instrumentalización política, en la falta de autenticidad ética. En el sitio web donde se muestran los objetos lujosos a ser subastados –el sitio se llama “subastas para el pueblo”, muy al estilo de Alvarito– una de las fotos exhibe al presidente frente a una enorme bandera del Ecuador que ondea en Pedernales. ¿Se podía esperar algo diferente?
Hemos tenido que soportar diez años de permanente comparación con los políticos del pasado para poner sus méritos por encima de todo. El Gobierno ha construido una seudoética de sí mismo devaluando permanentemente el mundo político de la partidocracia. Frente a esa miseria, a esa ruina, a esa corrupción, se levanta la dignidad de la revolución ciudadana. La dignidad no tiene contenido propio, reflexión propia, sustrato propio, existe solo por referencia a la corrupción del pasado. Dónde están –pregunta Correa– los obsequios que recibieron los anteriores presidentes. ¡¿Dónde están esos regalos, compañeros?!
El problema de esta lógica es doble. Primero, requiere de la corrupción del pasado para afirmarse, no existe por su propio valor y mérito. Segundo, crea una cortina de humo sobre la ética de la revolución. Si el caudillo detesta tanto las joyas, el oro, los brillantes, lo material, si subastará tanto obsequio para beneficio del pueblo, no cabe imaginar siquiera un gobierno poco transparente. Funciona como un velo ideológico para que no nos preguntemos, por ejemplo, por qué tanta falta de claridad con las finanzas públicas. A ese reclamo responde Correa: “Que no nos hablen de honestidad”.
Para llenarlos de autenticidad y convertirlos en la base sólida de una nueva ética pública, Correa debería dar menos espectacularidad a sus gestos, ser más humilde y sencillo, ser más honesto con los valores que proclama con tanta pompa. (O)

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