domingo, 31 de julio de 2016

Encuestas: Negocio rentable



Publicado el 2016/07/30 por BLL
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ALBERTO ORDOÑEZ ORTIZ
Las encuestadoras -las inefables encuestadoras- han hecho su aparición en el horizonte político. Y digo inefables porque siempre o casi siempre se equivocan. Su presencia es inevitable en toda elección, porque si no fuera así, de que vivirían los dueños de las empresas que promueven sus resultados que, por su naturaleza volátil, son los más parecidos a un acto de hechicería. Si uno se fija bien, hasta puede divisar el humo protector en que se tejen las conjeturas. Sus primeros sondeos han sido lanzados en estos días y, como era de esperar, por todo lo alto. Su propósito: atraer a los incautos bajo el viejo ardid de que el pueblo se suma a los que aparecen como triunfadores. Desde esa óptica, las encuestadoras, hace rato que perdieron la calidad de tales para convertirse en un instrumento más de propaganda política. En la medida en que perdieron credibilidad -salvando las excepciones de rigor- ganaron en cambio, respetables fortunas, libres de impuestos y llenas de “manos limpias”.
Basta poner el acento en el hecho de preguntarnos: ¿con qué se financian?, para entender que con su intervención lo que pretenden es meternos gato por sondeo. Falacia por certeza. Nadie es tan patriota -menos en época en que todo es mercancía- como para darse el trabajo de conceder su tiempo y recursos -siempre considerables- para entregarnos resultados electorales de forma gratuita; al punto que, por su “incomprensible” generosidad, debería elevárseles a los altares. Los últimos patriotas murieron el veinticuatro de mayo. Ahora solo han quedado los mercaderes. Y mercaderes de imposibles, porque el fenómeno político puede cambiar -y cambia de un instante para otro- Hay imponderables que no se pueden considerar, ni se diga si la política es suma y resta de variables que exceden todo pronóstico.
Para desgracia del país, pocos reparan en las connotaciones expuestas. No miran el árbol si no el bosque. No la mano ágil y disimulada del hechicero o mago, si no a la paloma que estalla ante sus hipnotizados ojos y, a contrario sensu, se dejan persuadir y hasta seducir por los cantos de sirena de los encuestadores. Acto seguido -sin entender claramente el cómo y el porqué- se les ve haciendo filas en la “lista de la victoria”. Los encuestadores han cumplido con su roñoso papel y tienen derecho a la recompensa por haber logrado convencer si no a la mayoría, a gran parte de la población electoral. Al fin y al cabo: business son business.
No hay duda. No puede haberla. Las encuestadoras no cumplen otro papel sino que el de obedecer las instrucciones de las respectivas tiendas políticas que han comprado sus conciencias de alquiler. Atenta la circunstancia de que son posiblemente la más eficiente propaganda. La hechicería política es, entonces, un negocio redondo y rentable. Evitar su injerencia en nuestras decisiones, es asunto de nuestra independencia crítica que, -dicho sea de paso-, es lo único que nos queda después de lo que se alzaron durante diez años en que el “lleve, lleve” dejó a la Patria, con las manos en la cabeza.

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