Correa con sus subastas actúa como monarca medieval
Rafael Correa ratificó dos cosas sobre sí mismo durante el enlace 483, que tuvo lugar en Bahía de Caráquez. Uno, que ideológicamente es más cercano a un monarca medieval de una ínsula olvidada que que a un gobernante contemporáneo y, dos, que no tiene vergüenza cuando proclama ciertos principios y casi simultáneamente los está violando. En otras palabras que es un desvergonzado.
El primer tema, es decir lo de monarca medieval, lo ratificó cuando hizo una larga y detallada exposición de los lujosos regalos de Oriente que ha recibido de reyes orientales y que ha decidido subastar para hacer caridad, porque es bueno y caritativo. Lo segundo, eso de ser un desvergonzado, lo confirmó cuando dedicó al menos 10 minutos del enlace a hablar sobre cómo defiende a migrantes y refugiados cuando, pocas horas antes, su propio Gobierno había cometido el acto más vergonzoso de la historia migratoria del país al haber devuelto a cientos de cubanos al infierno del que huyen desesperadamente.
Pero vamos por partes.
Comencemos por lo de monarca medieval. Correa mostró en una pantalla muy al inicio de su presentación una serie de objetos sacados de las Mil y una noches que habían sido regalos que él, su esposa y sus funcionarios habían recibido en sus viajes a Arabia Saudita y Qatar. Relojes de platino, joyas con esmeraldas, figuras de oro blanco y diamantes dignos de Alí Babá. Todos los objetos han sido subastados o vendidos, dijo, para ayudar a los más necesitados e incluso a una chica “muy linda” que necesitaba cirugía plástica porque en un accidente había perdido su belleza.
Correa lucía seguro de que así estaba logrando enterrar cualquier sombra de sospecha que sobre su honradez y la de su gobierno pudieran sembrar los mediocres y los sufridores. Es tan honrado que sería incapaz de quedarse con uno de esos fastuosos regalos ni permitir que sus colaboradores también se queden con ellos porque, según narró, en esos fantásticos viajes a Oriente todos reciben regalos valorados por encima de los once mil dólares. Como uno de su esposa que había sido avaluado en 400 mil dólares pero que él, sabedor de esos tema, considera que vale “muchísimo” más. Como sintió que con el tema de las subastas había probado ser hombre recto y piadoso pasó enseguida a desafiar a sus contrincantes para que hagan lo mismo que él: que muestren que ellos también subastaron los regalos recibidos en esos viajes a Oriente, como si todo mandatario estuviera inevitablemente destinados a hacer los viajes que él hace.
El espectáculo hasta aquí era propio de monarca medieval. Hasta las carpas que habían colocado para el enlace recordaban a las tiendas de campaña que los reyezuelos instalaban en los pueblos a los que llegaban. Correa está convencido, en su mentalidad pre moderna, que con subastas como las que dijo que él hace para ayudar a los más necesitados se puede probar su honradez y su alma caritativa. Para él no existe el Estado moderno con organismos controladores y normas que establecen qué hacer con los regalos que reciben los mandatarios, ni opinión pública que pueda cuestionar libremente sus actos de gobernante. No, para Correa la única demostración válida de la rectitud del gobernante es el mismo gobernante gritando a los cuatro vientos cuán caritativa es su alma.
Correa, en su formación primitiva, piensa que nadie puede mirar en esos regalos posibles mecanismos de coima o soborno. ¿Collares y relojes regalados que valen más de medio millón de dólares? Con subastarlos y regalarlos a los pobres no alcanza. En países con instituciones modernas y donde los príncipes que arrojan su riqueza a las masas desposeídas solo habitan en los cuentos del medioevo existen normas que regulan la entrega de regalos. En EEUU, por ejemplo, existe una Gifts and Declarations Act del año 1966 que fija como monto máximo, para un regalo recibido por el Presidente, el valor de 375 dólares. Obama, alguien debería decirle a Correa, no puede recibir los regalos que él ha recibido en los suntuosos reinos de Oriente a los que viaja. Ni siquiera Trump, si llega a ser Presidente, podrá hacerlo.
Correa, además, cree que todos se van a comer el cuento de que con subastas como las que publicitó colabora con las arcas fiscales al hacer dinero para los pobres. Pero no repara, por ejemplo, que lo que gasta en cualquiera de sus dos aviones en un año es mucho más de lo que recauda en todas sus monárquicas subastas. O que aunque se de golpe de pechos y diga que las sabatinas ya no le cuestan al Estado, a la vuelta de la esquina de donde dio el enlace había cerca de 100 carros de burócratas movilizados para tan regio acto.
El gobernante moderno no necesita de misas para demostrar su honradez y bondad a los desarrapados. El gobernando moderno está rodeado de instituciones modernas a las que respeta y en las que no interfiere.
Luego estuvo el Correa desvergonzado.
Buena parte del enlace estuvo dedicado a promocionar la visita que le hizo Filippo Grandi, alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, y sobre cómo el país es modelo mundial en el tema de la movilidad y del respeto de los derechos humanos de migrantes y refugiados. Pero Correa no dijo ni una sola palabra sobre lo que había ocurrido horas antes con cientos de cubanos que fueron deportados para que regresen al país del que huyen. Correa, en su enlace, no fue siquiera capaz de dar su versión sobre lo ocurrido con los cubanos lo que ha sido, para muchos, uno de los actos más vergonzosos en la historia migratoria del Ecuador. Más de cien personas se vieron obligados, por decisión del gobierno de Correa, a regresar a un país donde lo más probable es que sufran las represalias de un régimen que no tolera que el éxodo deslegitime su modelo político. A Correa le importa mostrarse abrazando niños y ancianos en la zona del terremoto o sacando a relucir las cifras sobre el número de refugiados que viven en el Ecuador, pero hablar sobre lo que ocurrió con los cubanos no merece ni un segundo de su tiempo. “Este es el país del mundo que mejor integra a los refugiados. Aquí están perfectamente integrados con todos los derechos”, dijo sin siquiera ruborizarse.
No haber dado siquiera su punto de vista sobre la crisis migratoria cubana muestra la poca vergüenza que le produce a Correa no ser consecuente con lo que piensa. Mientras él se jactaba sobre lo bondadoso que es el Ecuador con los migrantes gracias a su decisión, decenas de familias cubanas seguramente estaban tragando saliva al sentir que el avión que los llevaba de regreso al infierno del que habían tratado de huir aterrizaba en La Habana. Gracias a usted, señor Correa.
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