Deportados
La diminuta estatura humana del viceministro Fuentes; la del otrora defensor de los derechos Humanos, el ministro Serrano; y la de los jueces que actuaron en estos procesos, no les permite entender ni condolerse de la tragedia humana que han causado. Separaron familias, hay una niña menor de edad que se quedó y cuyos padres fueron deportados; la pareja de una mujer embarazada también fue expulsada; padres ya casi ancianos se quedaron sin sus hijos; en fin, las tragedias de tantas familias son múltiples y dolorosas.
14 de julio del 2016
POR: Simón Ordóñez Cordero
Estudió sociología. Fue profesor y coordinador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la PUCE. Ha colaborado como columnista en varios medios escritos. En la actualidad se dedica al diseño de muebles y al manejo de una pequeña empresa.
Todos ellos me recuerdan a Eichmann, el asesino nazi que organizó el proceso conocido como la solución final y que condujo a la muerte a millo-nes de judíos",
La mañana del 27 de mayo de 1939, el transatlántico Saint Louisatracó frente a las costas de La Habana. Traía novecientos treinta y siete pasajeros judíos que esperaban refugiarse en Cuba luego de haber escapado de las garras y el odio asesino del nazismo. Huían del terror y sus rostros eran “la constatación de cómo el miedo invade a un individuo cuando las fuerzas desatadas y manipuladas de una sociedad lo eligen como enemigo y le sustraen el recurso de apelación, en este caso solo por profesar determinadas ideas que los otros, la mayoría manipulada por un poder totalitario, han asumido como perniciosas para el bien común”. Habían dejado sus hogares y sus patrias; lo habían perdido todo. Con sus últimos recursos habían logrado conseguir los imprescindibles permisos de viaje que una agencia cubana radicada en Berlín les otorgaba a precios astronómicos.
Estos permisos de viaje constituían un gigantesco negocio orquestado por algunos personajes vinculados al entonces general Fulgencio Batista, quien aún no era presidente de Cuba, pero sí su hombre más poderoso. La codicia de quienes pretendían traficar con el dolor humano y el intento por participar del botín de otros personajes de la política cubana, hicieron que el Gobierno conminara a los judíos al pago adicional de una suma gigantesca. No lo pudieron hacer. El Gobierno revocó los permisos y la noche del 31 de mayo hizo pública la decisión de no negociar con el Comité para la Distribución de los Refugiados y dio la orden para que el transatlántico abandone las aguas cubanas en un plazo de veinte y cuatro horas.
La mañana del 2 de junio del mismo año, el Saint Louis abandonaba el puerto de La Habana con cerca de novecientos judíos a bordo pues sólo unas decenas de ellos habían obtenido los permisos de desembarque. Desde las bordas, familias enteras de pasajeros agitaban pañuelos y se despedían con lágrimas de los amigos y familiares que corrían por los terraplenes del puerto intuyendo que se trataba del último adiós. En el muelle y a lo largo de toda la avenida del puerto, también quedaban los curiosos y los partidarios de la expulsión.
El Saint Louis intentó desembarcar a sus pasajeros en Miami y luego en Canadá, pero sus gobiernos negaron los permisos. Tuvieron entonces que regresar a Europa en donde algunos países los acogieron. Muy pronto, los nazis invadieron varias de esas naciones y de inmediato comenzaron a limpiar el territorio de judíos, enviándolos a los campos de trabajo y exterminio en los territorios del Este. Muchos de ellos, (entre los cuales se contaban los personajes de Herejes, la novela histórica de Leonardo Padura, cuya primera parte he resumido en esta narración), “fueron despachados en 1941 o 1942 a Auschwitz, en las afueras de la ciudad de Cracovia, justo de donde habían partido unos años antes buscando la salvación del terror que se cernía”.
En octubre del año 2008 el gobierno de la Revolución Ciudadana promulgó la nueva Constitución del Ecuador. Según ellos, se trataba de la mejor Constitución del mundo y estaba destinada a durar más de trescientos años. Entre sus innumerables y líricas declaratorias se incluía la de la ciudadanía universal; a partir de allí ningún ser humano en nuestro territorio sería considerado ilegal por motivos migratorios.
Gracias a esas políticas de ciudadanía universal y apertura de fronteras, desde inicios del 2009 el país se llenó de ciudadanos extranjeros, la mayoría provenientes de países con gobiernos dictatoriales y economías depauperadas. Muchos vinieron de Cuba y según datos de las oficinas de migración, cerca de 25.000 de sus ciudadanos entraron anualmente al país entre el 2009 y 2011.
La diáspora de ciudadanos cubanos por el mundo empezó muy poco después de que los revolucionarios comandados por Fidel Castro bajaron de la Sierra Maestra y se apoderaron de la isla para imponer a sangre y fuego el paraíso terrenal del socialismo. Castro y sus secuaces suprimieron todas las libertades; grandes, medianas y pequeñas empresas fueron expropiadas y se las puso bajo el control de burócratas incompetentes y corruptos. Todas las actividades productivas al margen del Estado fueron suprimidas y en poco tiempo la escasez y el hambre agobiaron al conjunto de la sociedad. Los que dudaron del paraíso y decidieron marcharse, (empresarios, artistas, escritores y luego el pueblo llano) fueron criminalizados y estigmatizados.
Contrarrevolucionarios, gusanos, escoria, fueron algunas de las palabras que se utilizaron para denigrar a aquellos que huyeron de la sociedad totalitaria en busca de mejores días para sus familias. Cuando se producían salidas masivas, la seguridad del Estado cubano organizaba actos de repudio y quienes querían irse fueron sometidos al escarnio público y muchas veces a la violencia física. ¡Que se vayan, que se vayan¡ gritaban las masas fanatizadas organizadas por la seguridad del Estado.
Reinaldo Arenas cuenta que cuando ocurrió lo del Mariel, (más de diez mil ciudadanos cubanos se habían refugiado en la Embajada del Perú para tratar de salir de la isla), “Castro, junto con García Márquez y Juan Bosh, que aplaudían, acusó a toda aquella pobre gente que estaba en la embajada de antisociales y depravados sexuales. Nunca podré olvidar aquel discurso de Castro con su rostro de rata acosada y furiosa, ni los aplausos hipócritas de Gabriel García Márquez y Juan Bosh, apoyando el crimen contra aquellos infelices cautivos”.
Las decenas de miles de ciudadanos cubanos que llegaron a nuestro país ilusionados con el cuento de la ciudadanía universal, son parte de la interminable diáspora ocasionada por la dictadura de los Castro. En un principio esa gran mentira funcionó bien. Pronto se supo que cada ciudadano cubano tenía que pagar entre cuatro y cinco mil dólares para llegar al país de la libre circulación de seres humanos y legalizar sus papeles. Se organizaron uniones de hecho en oscuras notarías del país, y justamente en este tema, resultó implicado el hermano de la actual vicepresidenta de la Asamblea, Marcela Aguiñaga. No se probó su culpabilidad y el caso se difuminó en la niebla del olvido organizado. Sin embargo, quedó la sospecha de que altos funcionarios y burócratas de los dos países se habían beneficiado de un “negocio” que, solo para el caso cubano, representaba una suma de alrededor de cien millones de dólares anuales.
Mientras el negocio funcionó bien, los ciudadanos cubanos nunca fueron molestados por las autoridades nacionales. Sin embargo, hace un par de años las cosas empezaron a cambiar. No sé si el negocio dejó de ser tan bueno o si la dictadura de los Castro cambió repentinamente de parecer y acordó con este Gobierno un cambio radical de su política migratoria, lo cierto es que empezaron a ponerles trabas gigantescas y a acosarlos: desde la visa más cara del mundo, cuyo valor llega a los quinientos dólares, hasta los plazos y demoras en los trámites generados tanto en su propio consulado como en las oficinas migratorias de nuestro país.
Todo esto me lo contó Edgar, un muchacho cubano que trabajó con un amigo durante unos cuantos meses. Pese a que se lo recomendó una amiga cercana y a que traía en un pequeño folder verde varios certificados escritos a máquina que parecían provenir de un pasado lejano, mi amigo se demoró un tanto en contratarlo puesto que también él había sido contaminado por los prejuicios que ya en esos días se cernían sobre los ciudadanos de ese país.
Responsable, honrado y buena persona, trabajaba ilegalmente y su mujer también, pues sólo tenían visas de turistas. Un día hubo una batida migratoria en La Mariscal, y en esa zona quedaba el salón de belleza donde su esposa trabajaba. La detuvieron por unas horas y la amedrentaron. Se asustaron mucho ante la posibilidad de que los regresaran a su tierra y a los pocos días, dejando todo lo que habían conseguido en este país, huyeron. Un par de semanas después escribieron: ilegales, casi sin nada y llenos de miedo, estaban en La Paz y viajaban hacia Santiago, donde tenían algún pariente y alguna posibilidad de mejorar sus vidas. Simples y buenos seres humanos, salieron de su país huyendo del hambre y la falta de libertad y en busca de días mejores. Aunque salieron legalmente, el no haber regresado en el plazo previsto los convirtió, para las leyes de la dictadura, en delincuentes. Y en el país de la ciudadanía universal eran ilegales y habían sido acosados.
“La cosa se va a poner muy fea para los cubanos”, me dijo Edgar pocos días antes de su partida. Su intuición se hizo realidad. En estos últimos días se produjo una captura ilegal y masiva de más de ciento cincuenta ciudadanos cubanos, muchos de los cuales ya han sido deportados al país en donde están criminalizados y su vida y libertad corren grave peligro.
A ninguno de ellos se les garantizó el debido proceso y para su deportación se violaron todas las garantías imaginables que son consustanciales a cualquier ser humano. Según el criterio de los valientes abogados que participaron en su defensa, se trató de una deportación en masa pues no hubo órdenes de apresamiento ni juzgamiento individual, lo cual constituye un crimen de lesa humanidad. Fueron expulsados como grupo social, sin reconocer a cada uno su condición de individuo y ciudadano; es decir, el mismo mecanismo que utilizaron los nazis cuando aniquilaron al pueblo judío.
La diminuta estatura humana del viceministro Fuentes; la del otrora defensor de los derechos Humanos, el ministro Serrano; y la de los jueces que actuaron en estos procesos, no les permite entender ni condolerse de la tragedia humana que han causado. Separaron familias, hay una niña menor de edad que se quedó y cuyos padres fueron deportados; la pareja de una mujer embarazada también fue expulsada; padres ya casi ancianos se quedaron sin sus hijos; en fin, las tragedias de tantas familias son múltiples y dolorosas.
Pero sobre estas atrocidades legales nada ha dicho Gustavo Jalkh; tampoco los miembros de la Corte Constitucional y menos aún el Defensor del Pueblo; tampoco el Presidente, para quien nada está antes que el ser humano.
Todos ellos me recuerdan a Eichmann, el asesino nazi que organizó el proceso conocido como la solución final y que condujo a la muerte a millones de judíos; él nunca tuvo conciencia de la profunda maldad de sus actos pues su condición de buen burócrata y eficiente cumplidor de órdenes, habían abolido la responsabilidad moral de sus actos. Es a eso a lo que se refiere Hannah Arendt cuando habla de la banalidad del mal. “Lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron ni pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuente […] comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad”.
Y como si todo esto no fuera poco, también hay que señalar el silencio ominoso de una sociedad que ha sido paralizada y envilecida por el miedo y el conformismo; por la sumisión cómplice y el acomodo para recibir ciertas prebendas; y, en este caso particular, por una xenofobia idiota fundada en la ignorancia pero también en la pobreza y la falta de trabajo. El Ecuador de la Revolución Ciudadana avergüenza, duele e indigna.
Estos permisos de viaje constituían un gigantesco negocio orquestado por algunos personajes vinculados al entonces general Fulgencio Batista, quien aún no era presidente de Cuba, pero sí su hombre más poderoso. La codicia de quienes pretendían traficar con el dolor humano y el intento por participar del botín de otros personajes de la política cubana, hicieron que el Gobierno conminara a los judíos al pago adicional de una suma gigantesca. No lo pudieron hacer. El Gobierno revocó los permisos y la noche del 31 de mayo hizo pública la decisión de no negociar con el Comité para la Distribución de los Refugiados y dio la orden para que el transatlántico abandone las aguas cubanas en un plazo de veinte y cuatro horas.
La mañana del 2 de junio del mismo año, el Saint Louis abandonaba el puerto de La Habana con cerca de novecientos judíos a bordo pues sólo unas decenas de ellos habían obtenido los permisos de desembarque. Desde las bordas, familias enteras de pasajeros agitaban pañuelos y se despedían con lágrimas de los amigos y familiares que corrían por los terraplenes del puerto intuyendo que se trataba del último adiós. En el muelle y a lo largo de toda la avenida del puerto, también quedaban los curiosos y los partidarios de la expulsión.
El Saint Louis intentó desembarcar a sus pasajeros en Miami y luego en Canadá, pero sus gobiernos negaron los permisos. Tuvieron entonces que regresar a Europa en donde algunos países los acogieron. Muy pronto, los nazis invadieron varias de esas naciones y de inmediato comenzaron a limpiar el territorio de judíos, enviándolos a los campos de trabajo y exterminio en los territorios del Este. Muchos de ellos, (entre los cuales se contaban los personajes de Herejes, la novela histórica de Leonardo Padura, cuya primera parte he resumido en esta narración), “fueron despachados en 1941 o 1942 a Auschwitz, en las afueras de la ciudad de Cracovia, justo de donde habían partido unos años antes buscando la salvación del terror que se cernía”.
En octubre del año 2008 el gobierno de la Revolución Ciudadana promulgó la nueva Constitución del Ecuador. Según ellos, se trataba de la mejor Constitución del mundo y estaba destinada a durar más de trescientos años. Entre sus innumerables y líricas declaratorias se incluía la de la ciudadanía universal; a partir de allí ningún ser humano en nuestro territorio sería considerado ilegal por motivos migratorios.
Gracias a esas políticas de ciudadanía universal y apertura de fronteras, desde inicios del 2009 el país se llenó de ciudadanos extranjeros, la mayoría provenientes de países con gobiernos dictatoriales y economías depauperadas. Muchos vinieron de Cuba y según datos de las oficinas de migración, cerca de 25.000 de sus ciudadanos entraron anualmente al país entre el 2009 y 2011.
La diáspora de ciudadanos cubanos por el mundo empezó muy poco después de que los revolucionarios comandados por Fidel Castro bajaron de la Sierra Maestra y se apoderaron de la isla para imponer a sangre y fuego el paraíso terrenal del socialismo. Castro y sus secuaces suprimieron todas las libertades; grandes, medianas y pequeñas empresas fueron expropiadas y se las puso bajo el control de burócratas incompetentes y corruptos. Todas las actividades productivas al margen del Estado fueron suprimidas y en poco tiempo la escasez y el hambre agobiaron al conjunto de la sociedad. Los que dudaron del paraíso y decidieron marcharse, (empresarios, artistas, escritores y luego el pueblo llano) fueron criminalizados y estigmatizados.
Contrarrevolucionarios, gusanos, escoria, fueron algunas de las palabras que se utilizaron para denigrar a aquellos que huyeron de la sociedad totalitaria en busca de mejores días para sus familias. Cuando se producían salidas masivas, la seguridad del Estado cubano organizaba actos de repudio y quienes querían irse fueron sometidos al escarnio público y muchas veces a la violencia física. ¡Que se vayan, que se vayan¡ gritaban las masas fanatizadas organizadas por la seguridad del Estado.
Reinaldo Arenas cuenta que cuando ocurrió lo del Mariel, (más de diez mil ciudadanos cubanos se habían refugiado en la Embajada del Perú para tratar de salir de la isla), “Castro, junto con García Márquez y Juan Bosh, que aplaudían, acusó a toda aquella pobre gente que estaba en la embajada de antisociales y depravados sexuales. Nunca podré olvidar aquel discurso de Castro con su rostro de rata acosada y furiosa, ni los aplausos hipócritas de Gabriel García Márquez y Juan Bosh, apoyando el crimen contra aquellos infelices cautivos”.
Las decenas de miles de ciudadanos cubanos que llegaron a nuestro país ilusionados con el cuento de la ciudadanía universal, son parte de la interminable diáspora ocasionada por la dictadura de los Castro. En un principio esa gran mentira funcionó bien. Pronto se supo que cada ciudadano cubano tenía que pagar entre cuatro y cinco mil dólares para llegar al país de la libre circulación de seres humanos y legalizar sus papeles. Se organizaron uniones de hecho en oscuras notarías del país, y justamente en este tema, resultó implicado el hermano de la actual vicepresidenta de la Asamblea, Marcela Aguiñaga. No se probó su culpabilidad y el caso se difuminó en la niebla del olvido organizado. Sin embargo, quedó la sospecha de que altos funcionarios y burócratas de los dos países se habían beneficiado de un “negocio” que, solo para el caso cubano, representaba una suma de alrededor de cien millones de dólares anuales.
Mientras el negocio funcionó bien, los ciudadanos cubanos nunca fueron molestados por las autoridades nacionales. Sin embargo, hace un par de años las cosas empezaron a cambiar. No sé si el negocio dejó de ser tan bueno o si la dictadura de los Castro cambió repentinamente de parecer y acordó con este Gobierno un cambio radical de su política migratoria, lo cierto es que empezaron a ponerles trabas gigantescas y a acosarlos: desde la visa más cara del mundo, cuyo valor llega a los quinientos dólares, hasta los plazos y demoras en los trámites generados tanto en su propio consulado como en las oficinas migratorias de nuestro país.
Todo esto me lo contó Edgar, un muchacho cubano que trabajó con un amigo durante unos cuantos meses. Pese a que se lo recomendó una amiga cercana y a que traía en un pequeño folder verde varios certificados escritos a máquina que parecían provenir de un pasado lejano, mi amigo se demoró un tanto en contratarlo puesto que también él había sido contaminado por los prejuicios que ya en esos días se cernían sobre los ciudadanos de ese país.
Responsable, honrado y buena persona, trabajaba ilegalmente y su mujer también, pues sólo tenían visas de turistas. Un día hubo una batida migratoria en La Mariscal, y en esa zona quedaba el salón de belleza donde su esposa trabajaba. La detuvieron por unas horas y la amedrentaron. Se asustaron mucho ante la posibilidad de que los regresaran a su tierra y a los pocos días, dejando todo lo que habían conseguido en este país, huyeron. Un par de semanas después escribieron: ilegales, casi sin nada y llenos de miedo, estaban en La Paz y viajaban hacia Santiago, donde tenían algún pariente y alguna posibilidad de mejorar sus vidas. Simples y buenos seres humanos, salieron de su país huyendo del hambre y la falta de libertad y en busca de días mejores. Aunque salieron legalmente, el no haber regresado en el plazo previsto los convirtió, para las leyes de la dictadura, en delincuentes. Y en el país de la ciudadanía universal eran ilegales y habían sido acosados.
“La cosa se va a poner muy fea para los cubanos”, me dijo Edgar pocos días antes de su partida. Su intuición se hizo realidad. En estos últimos días se produjo una captura ilegal y masiva de más de ciento cincuenta ciudadanos cubanos, muchos de los cuales ya han sido deportados al país en donde están criminalizados y su vida y libertad corren grave peligro.
A ninguno de ellos se les garantizó el debido proceso y para su deportación se violaron todas las garantías imaginables que son consustanciales a cualquier ser humano. Según el criterio de los valientes abogados que participaron en su defensa, se trató de una deportación en masa pues no hubo órdenes de apresamiento ni juzgamiento individual, lo cual constituye un crimen de lesa humanidad. Fueron expulsados como grupo social, sin reconocer a cada uno su condición de individuo y ciudadano; es decir, el mismo mecanismo que utilizaron los nazis cuando aniquilaron al pueblo judío.
La diminuta estatura humana del viceministro Fuentes; la del otrora defensor de los derechos Humanos, el ministro Serrano; y la de los jueces que actuaron en estos procesos, no les permite entender ni condolerse de la tragedia humana que han causado. Separaron familias, hay una niña menor de edad que se quedó y cuyos padres fueron deportados; la pareja de una mujer embarazada también fue expulsada; padres ya casi ancianos se quedaron sin sus hijos; en fin, las tragedias de tantas familias son múltiples y dolorosas.
Pero sobre estas atrocidades legales nada ha dicho Gustavo Jalkh; tampoco los miembros de la Corte Constitucional y menos aún el Defensor del Pueblo; tampoco el Presidente, para quien nada está antes que el ser humano.
Todos ellos me recuerdan a Eichmann, el asesino nazi que organizó el proceso conocido como la solución final y que condujo a la muerte a millones de judíos; él nunca tuvo conciencia de la profunda maldad de sus actos pues su condición de buen burócrata y eficiente cumplidor de órdenes, habían abolido la responsabilidad moral de sus actos. Es a eso a lo que se refiere Hannah Arendt cuando habla de la banalidad del mal. “Lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron ni pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuente […] comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad”.
Y como si todo esto no fuera poco, también hay que señalar el silencio ominoso de una sociedad que ha sido paralizada y envilecida por el miedo y el conformismo; por la sumisión cómplice y el acomodo para recibir ciertas prebendas; y, en este caso particular, por una xenofobia idiota fundada en la ignorancia pero también en la pobreza y la falta de trabajo. El Ecuador de la Revolución Ciudadana avergüenza, duele e indigna.
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