Los negocios políticos del correísmo
Todo opera en función de los intereses particulares. Desde hace un buen rato que la cúpula íntima del correísmo clasificó a las grandes ligas de los negocios políticos. Por eso, justamente, tienen tantas dificultades para definir su binomio presidencial. Lo que está en disputa son los nuevos intereses económicos. El “proyecto”, como todavía siguen denominando a la formalidad política de Alianza País, queda para los tontos útiles que siguen creyendo –o fingiendo creer– en la ficción redentora.
05 de julio del 2016
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La política en el Ecuador no ha dejado de ser lo que siempre fue: la continuación de los negocios por otros medios".
La política en el Ecuador no ha dejado de ser lo que siempre fue:la continuación de los negocios por otros medios. Y diez años de correísmo no han hecho más que acentuar esta tara. La abundancia de recursos fiscales perfeccionó el modelo de reparto desde el gobierno, y ratificó la perversa lógica de que quien gana la Presidencia se lleva todo. Como la banca en el juego de la veintiuna.
El objetivo central de los grupos y personajes de la política, entonces, apunta a estar lo más cerca posible del sillón de Carondelet. No necesariamente como titulares, pero sí como parte del entorno. Todos saben que allí es donde se corta el queso, donde se decide el reparto. Esto explica la proliferación de candidatos para 2017: ante la incertidumbre electoral y el desplome del correísmo, cada uno aspira a sacar una tajada que le permita acercarse al poder de turno. Porque la posibilidad de triunfar, en la mayoría de casos, es una pura ilusión.
Todo opera en función de los intereses particulares. Desde hace un buen rato que la cúpula íntima del correísmo clasificó a las grandes ligas de los negocios políticos. Por eso, justamente, tienen tantas dificultades para definir su binomio presidencial. Lo que está en disputa son los nuevos intereses económicos. El “proyecto”, como todavía siguen denominando a la formalidad política de Alianza País, queda para los tontos útiles que siguen creyendo ¬–o fingiendo creer– en la ficción redentora.
Tres dificultades tiene que resolver la cúpula correísta para el próximo período. En orden de prioridad:
1. Impunidad. Las evidencias de RCD (represión, corrupción y despilfarro) son cada día más inocultables. Las acciones judiciales que se puedan venir en contra de funcionarios y dirigentes del correísmo pueden ser tan devastadoras como imparables. El síndrome Kirchner pulula por la región. Además, muchos de los delitos que empiezan a aparecer son imprescriptibles; por ejemplo, el peculado y la violación sistemática de derechos humanos. Nada garantiza que la justicia sumisa de hoy no se vire en el futuro, o que simplemente sea desmantelada. Por eso el control del Estado constituye una necesidad imperiosa para Alianza País; o, en su defecto, un pacto de impunidad con el próximo régimen.
2. Continuidad. Cualquier salida debe asegurar la perpetuación del modelo de acumulación capitalista al cual se han articulado los viejos y nuevos grupos de poder económico. Si no reparte el queso, la élite correísta quiere al menos estar en la mesa. El reparto oligárquico es una práctica a la cual hoy adscribe con devoción el oficialismo.
3. Legitimidad. Si nada de lo antedicho funciona, los correístas aspiran al menos a legitimar las fortunas habidas y mal habidas en esta década. Como el botín en la guerra. El dinero es una forma de legitimación social que bien puede compensar la expulsión del edén de la administración pública. Claro, los nuevos ricos tendrán que sacar de su propio bolsillo los recursos para cubrir los lujos y dispendios que hoy pagamos todos, pero eso es bastante menos calamitoso que terminar en la cárcel.
Las opciones entre estas tres dificultades desembocan cada vez más en la menos conveniente para el correísmo: salvar los muebles. La corrupción, la ineptitud y el desconcierto frente a la crisis económica presagian un deterioro pronunciado de sus opciones electorales. Si no ganan en la primera vuelta, tendrán que hacer maletas; y tal como se presenta el panorama, esta posibilidad se aleja con cada día que pasa y con cada metida de pata de Correa.
En este escenario, la proliferación de candidatos chimbadores en las filas de la oposición oscila entre el delirio y el oportunismo: llegar a la segunda vuelta, o llegar con algo para negociar en la segunda vuelta. Mientras tanto, que el país siga camino al despeñadero.
El objetivo central de los grupos y personajes de la política, entonces, apunta a estar lo más cerca posible del sillón de Carondelet. No necesariamente como titulares, pero sí como parte del entorno. Todos saben que allí es donde se corta el queso, donde se decide el reparto. Esto explica la proliferación de candidatos para 2017: ante la incertidumbre electoral y el desplome del correísmo, cada uno aspira a sacar una tajada que le permita acercarse al poder de turno. Porque la posibilidad de triunfar, en la mayoría de casos, es una pura ilusión.
Todo opera en función de los intereses particulares. Desde hace un buen rato que la cúpula íntima del correísmo clasificó a las grandes ligas de los negocios políticos. Por eso, justamente, tienen tantas dificultades para definir su binomio presidencial. Lo que está en disputa son los nuevos intereses económicos. El “proyecto”, como todavía siguen denominando a la formalidad política de Alianza País, queda para los tontos útiles que siguen creyendo ¬–o fingiendo creer– en la ficción redentora.
Tres dificultades tiene que resolver la cúpula correísta para el próximo período. En orden de prioridad:
1. Impunidad. Las evidencias de RCD (represión, corrupción y despilfarro) son cada día más inocultables. Las acciones judiciales que se puedan venir en contra de funcionarios y dirigentes del correísmo pueden ser tan devastadoras como imparables. El síndrome Kirchner pulula por la región. Además, muchos de los delitos que empiezan a aparecer son imprescriptibles; por ejemplo, el peculado y la violación sistemática de derechos humanos. Nada garantiza que la justicia sumisa de hoy no se vire en el futuro, o que simplemente sea desmantelada. Por eso el control del Estado constituye una necesidad imperiosa para Alianza País; o, en su defecto, un pacto de impunidad con el próximo régimen.
2. Continuidad. Cualquier salida debe asegurar la perpetuación del modelo de acumulación capitalista al cual se han articulado los viejos y nuevos grupos de poder económico. Si no reparte el queso, la élite correísta quiere al menos estar en la mesa. El reparto oligárquico es una práctica a la cual hoy adscribe con devoción el oficialismo.
3. Legitimidad. Si nada de lo antedicho funciona, los correístas aspiran al menos a legitimar las fortunas habidas y mal habidas en esta década. Como el botín en la guerra. El dinero es una forma de legitimación social que bien puede compensar la expulsión del edén de la administración pública. Claro, los nuevos ricos tendrán que sacar de su propio bolsillo los recursos para cubrir los lujos y dispendios que hoy pagamos todos, pero eso es bastante menos calamitoso que terminar en la cárcel.
Las opciones entre estas tres dificultades desembocan cada vez más en la menos conveniente para el correísmo: salvar los muebles. La corrupción, la ineptitud y el desconcierto frente a la crisis económica presagian un deterioro pronunciado de sus opciones electorales. Si no ganan en la primera vuelta, tendrán que hacer maletas; y tal como se presenta el panorama, esta posibilidad se aleja con cada día que pasa y con cada metida de pata de Correa.
En este escenario, la proliferación de candidatos chimbadores en las filas de la oposición oscila entre el delirio y el oportunismo: llegar a la segunda vuelta, o llegar con algo para negociar en la segunda vuelta. Mientras tanto, que el país siga camino al despeñadero.
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