RÍO DE JANEIRO — Es oficial: los Juegos Olímpicos de Río son un desastre antinatural.
El 17 de junio, a menos de 50 días de la inauguración del evento, Río de Janeiro se declaró en “estado de calamidad pública”. Una crisis financiera les impide honrar su compromiso con los juegos olímpicos y paralímpicos, según dijo el gobernador.
La situación es tan severa, declaró, que podría ocasionar “el colapso total de la seguridad pública, el sistema de salud, la gestión educativa, el manejo de la movilidad y del ambiente”. Las autoridades ya tienen permiso para racionar los servicios públicos esenciales, y el gobierno federal podría otorgarle fondos de emergencia al estado.
Usualmente se aplican estas medidas en caso de terremotos o inundaciones, pero las olimpiadas son una catástrofe predecible, previsible.
Hace poco fui a Río para ver cómo iban los preparativos. Spoiler: nada bien. La ciudad entera está en obra negra. Hay ladrillos y tuberías por todas partes, y algunos trabajadores empujan las carretillas con pereza, como si los juegos estuvieran programados para el 2017.
Nadie tiene idea de qué serán los sitios en construcción, ni siquiera la gente que los hace: “Son para los juegos olímpicos”, repiten todos y después lanzan especulaciones como “sitios donde se sientan los jueces del fútbol o del voleibol, supongo”.
Le pedí un tour a la oficina de prensa, pero me ignoraron olímpicamente. Casi todos los sitios están sin terminar y los pocos proyectos terminados no inspiran mucha confianza. En abril, una ruta para bicicletas recién inaugurada a la orilla del mar colapsó, y dos personas murieron en el accidente.
La seguridad es un tema que preocupa a turistas y atletas por igual, y con toda la razón del mundo: según los reportes locales hay batallas territoriales constantes entre los carteles de la droga en, por lo menos, 20 barrios de Río.
Hace 8 años, el gobierno estableció las Unidades de Policía Pacificadora, fuerzas muy armadas que pretenden quitarle el control de las favelas a los grupos criminales. Sin embargo, parece que las unidades empeoraron la guerra en lugar de terminarla; en lo que va del año han sido asesinados 43 policías en el estado, y por lo menos 238 civiles han muerto en enfrentamientos con la policía.
Todo el mundo teme que la violencia se incremente durante los juegos. Brasil desplegará a 85.000 soldados y oficiales, aproximadamente el doble de efectivos que en Londres 2012.
También les preocupan las frecuentes balaceras cerca de los estadios y en las vías de acceso a esas instalaciones: en este 2016 ya van 76 personas heridas por balas perdidas; 21 de ellos murieron.
El 19 de junio, alrededor de 20 hombres con rifles de asalto y granadas entraron al hospital público más grande de la ciudad a liberar a un supuesto capo en custodia policial; en esa incursión murió un hombre y dos más fueron heridos.
Además, las más de 500.000 personas que llegarán a Río para ver los juegos deberían estar preocupadas por lo fácil que es meterse accidentalmente a un área peligrosa por la falta de señalizaciones en las calles y el transporte.
Yo, que soy de Brasil, pasé media hora descifrando cómo tomar un autobús hacia el estadio olímpico, sin contar el tiempo que pasé buscándolo antes de llegar a la terminal.
¿Cómo fue que pasó todo esto? El dinero es uno de los problemas. “Estamos en bancarrota”, admitió Francisco Dornelles, gobernador interino de Río, en una entrevista hace dos semanas.
El gobernador electo tiene linfoma por lo que tomó una licencia para cuidarse. Justo antes de Navidad declaró al sistema de salud en estado de emergencia y cerraron hospitales enteros porque se acabó el dinero para los medicamentos, salarios y equipo.
Meses después, el estado comenzó a retrasar los salarios de funcionarios públicos y los cheques de pensiones. Los maestros están en huelga y los estudiantes ocupan decenas de escuelas en protesta. El estado le debe 21 mil millones de dólares al gobierno federal de Brasil y 10 mil millones a instituciones de la banca pública y prestamistas internacionales.
Se calcula un déficit de 5,5 mil millones de dólares en el presupuesto para este año, sin contar que ya se les concedió un préstamo de 860 millones para cubrir los costos de seguridad del evento.
El desastre fiscal puede atribuirse a muchos factores, incluyendo la crisis económica nacional, pero las causas más probables son la enorme expansión de la nómina del gobierno y los gastos excesivos de las olimpiadas.
Sin embargo, Eduardo Paes, alcalde de la capital, dijo que el ayuntamiento se encuentra bien y aseguró que la situación fiscal no afectará los preparativos. Entonces, si no se trata del dinero, quizá es culpa de la política. Se sabe que Brasil tiene una crisis enorme. La presidenta, Dilma Rousseff, se vio obligada a dimitir el 12 de mayo por manipular el presupuesto del Estado.
Esta inestabilidad ha congelado la economía y paralizado al país entero, pero Leonardo Picciani, nombrado secretario del deporte después de la suspensión de Rousseff, asegura que los juegos van a estar “fantásticos”.
Picciani también quiere reducir el pánico por el zika, un virus transmitido por los mosquitos, y dice que ya están listas todas las medidas preventivas. Pero hay atletas que no están convencidos, como Jason Day, el mejor golfista del mundo, quien anunció que no asistirá a las Juegos Olímpicos de Río por temor a contagiarse.
En Brasil, la gente considera ridícula esta preocupación. En primer lugar, en agosto es pleno invierno allá; el clima es más seco y fresco, con menos mosquitos.
En segundo lugar hay un problema más importante que opaca totalmente la amenaza del virus: según los cálculos, en Río de Janeiro es 10 veces más probable que te violen si eres mujer a que te contagies de algún virus. Como hombre es más probable que te maten a balazos.
Pero no es la primera vez que un país parece tener un desastre con la planeación previa: los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 en Sochi, Rusia, estuvieron plagados de reportes de hoteles mal hechos con plomería de segunda; la incertidumbre de la influenza H1N1 acechó de cerca a los juegos de 2010 en Vancouver, Canadá, y Grecia apenas terminó de construir antes de la ceremonia de inauguración en 2004.
Quizá, como suele suceder en Brasil, todo saldrá bien y los juegos serán un éxito. Estas olimpiadas serán la cereza en el pastel de megaeventos en Río que iniciaron con los Juegos Panamericanos en el 2007, seguidos por los Juegos Mundiales Militares de 2011, la Copa Confederaciones de 2013 y el Mundial de Fútbol de 2014. Todos se realizaron sin que ocurrieran grandes catástrofes.
Todos estos proyectos tienen algo en común: los ciudadanos no tuvieron voz ni voto. Ahora el gobierno usa los juegos como pretexto para acelerar ciertos proyectos de desarrollo (no todos prioritarios para la gente).
El alcalde bromeó al respecto en una entrevista de 2012: “El pretexto de los juegos olímpicos es buenísimo, tengo que usarlo de excusa para todo”, dijo. “Ahora, todo lo que tenga que hacer, será por los juegos olímpicos. Puede que algunas cosas tengan relación, pero otras no la tendrán en absoluto”.
La favela Providência es un buen ejemplo de lo que el alcalde está haciendo mal. Los habitantes le pidieron agua y servicios básicos de saneamiento. En lugar de eso, les dieron un teleférico de 22 millones de dólares que los turistas usan mucho más que los vecinos.
De la misma manera, se construyeron seis estaciones sobre una línea del metro que conecta barrios de gente rica que tiene casas frente al mar con el Jardim Oceânico, una estación cerca del Parque Olímpico.
Sin embargo, la mayoría de los habitantes de Río habrían preferido una línea nueva que conectara el centro de la ciudad con municipalidades como Niterói y São Gonçalo, donde vive mucha gente de clase trabajadora. Ese proyecto habría costado la mitad.
Se pronostica que las olimpiadas costarán 12 mil millones de dólares; más del 40 por ciento de eso saldrá del erario; el resto, de prestamistas independientes.
Sin embargo, los críticos dicen que el presupuesto oficial no incluye las exoneraciones fiscales para las compañías que organizan y presentan el evento, ni los costos de las gradas temporales, ni la compensación para las familias que fueron sacadas de sus casas por las construcciones.
Un reporte publicado en noviembre por un grupo de activistas que supervisa los preparativos de los juegos dice que por lo menos 4120 familias fueron desalojadas a causa de los juegos. El gobierno dice que no, que la mayoría fueron reubicadas porque vivían en áreas propensas a deslaves e inundaciones.
Varios indigentes me dijeron que los policías los obligan a quitarse de las banquetas y los arrastran a refugios inmundos para empezar a “limpiar” las calles antes de que lleguen los turistas. Lo hacen como a las tres de la madrugada con ayuda de perros policía, gas pimienta y, a veces, hasta caballos.
Alguien va a ganar en este negocio, pero no será la mayoría de la gente del estado. El 80 por ciento de las inversiones provienen de Barra de Tijuca, conocida como el “Miami de Río”.
Dos de los triunfadores más grandes de Río 2016 serán los contratistas y los propietarios de tierras, en especial Carlos Carvalho, dueño de por lo menos 6 millones de kilómetros cuadrados de terrenos adentro y alrededor del Parque Olímpico y la villa de los deportistas.
El gobernador tiene razón: sí es una calamidad.
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