domingo, 3 de julio de 2016

Camarada Long, canciller de a perro



Publicado en julio 2, 2016 en La Info por Roberto Aguilar
Lo del Estado ecuatoriano en Ginebra fue una vergüenza: un canciller de pocas luces que se permitió pontificar y dar lecciones ante un organismo de alto nivel del que tendría mucho que aprender; un equipo interministerial y multidisciplinario, incluyente y transversalizado en todos los aspectos como cabe esperar de la revolución ciudadana, que llegó para leer informes que podrían ser enviados por correo electrónico; un discurso que osciló entre los desvaríos teóricos y la jerigonza tecnocrática… El examen del Ecuador ante el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas puso las limitadas capacidades de los funcionarios correístas a competir con sus altísimas pretensiones. El resultado fue desalentador.
Una delegación de alto nivel
Como en cualquier examen, se trataba de contestar preguntas. Guillaume Long no sabe hacerlo, así que delegó esta responsabilidad a terceros. Las jóvenes funcionarias que llevó consigo en ostensible saludo a la bandera de la igualdad de género cumplieron la tarea de forma predecible: leyendo documentos. Páginas y páginas directamente extraídas de los informes de labores de los ministerios respectivos. Como si el examen ante el Comité fuera un acto de rendición de cuentas en el teatro de la Casa de la Cultura. Sólo faltaron los arreglos florales, el olor de las empanaditas y el tintineo de las copas.
Los comisionados barajaron casos, documentaron hechos comprobados, pusieron sobre la mesa preocupantes alegaciones sobre violaciones a derechos humanos con nombres y apellidos. Y las chicas de Guillaume Long despacharon textos de convenios interinstitucionales, declaraciones de políticas intersectoriales, citas de reglamentos y leyes orgánicas que en su febril imaginación servían para desmentir esos casos y esos hechos. ¿Influencia indebida del Ejecutivo sobre los jueces? No hay tal: la Constitución establece la independencia de funciones. ¿Requisas corporales en las cárceles? No puede ser: la ley las prohíbe terminantemente. ¿Abusos policiales en las manifestaciones? Imposible: los gendarmes han sido capacitados en derechos humanos.
¿Acaso tienen prohibido pensar los funcionarios correístas? Un comisionado preguntó si el defensor del pueblo hace visitas de inspección a las cárceles y si esas visitas son –esto es muy importante– anunciadas o sorpresivas. La viceministra de Justicia dijo que sí, que las hace; y que son anunciadas. No es que el defensor del pueblo necesite permiso o quiera prevenir a los administradores de las cárceles, qué va. Es un tema de coordinación. Con un candor y una simplicidad que pusieron en duda su idoneidad para el cargo (y, desde luego, para representar al país ante este foro) se dio vueltas y más vueltas la viceministra para explicar, en su tonillo frágil y núbil de colegial pescada en falta, la importancia de coordinar las visitas. Esto es lo que Long llama “una delegación de alto nivel”.
Un canciller de alto vuelo
No sería el canciller quien recogiera las preguntas que su equipo iba dejando sin contestar, él está por encima de esas contingencias. Viajó a Ginebra para explicar, nada menos, cómo se cambia la historia. Cómo se reformula el contrato social. En qué consiste la sociedad civil bajo el nuevo orden resultante. Qué puesto ocupan ahí los derechos humanos. Los comisionados, gente atrasada con ideas del siglo XX, no entienden las diferencias entre interculturalidad y multiculturalismo, ¡tan básicas! Desconocen el casi divino arte de transversalizar enfoques. Pierden de vista la visión holística integral de los derechos humanos. Son unos pobres pájaros.
“No estoy pidiendo relativismo en el tema de los derechos humanos, ya sé que son universales”, dejó caer Long, como un señuelo. “Pero hay que ubicarlos en un contexto histórico”. O sea: ya sé que los derechos humanos no son relativos pero relativicémoslos. O también: “Es fundamental tomar en cuenta que los derechos humanos se garantizan desde el Estado cuando existe un contrato social más consolidado, cuando existe una institucionalidad más robusta, y eso se consigue cuando se permite a los Estados construir el contrato social”. Los derechos humanos, pues, sólo podrán ser garantizados cuando el Estado haya derrotado a los poderes fácticos. El canciller no sólo los relativiza: se concede permiso para violarlos mientras cambia la historia.
Para defender esta sandez despreciable y peligrosa Guillaume Long ha elaborado una retórica de supuesta base científica y filosófica, tan simplona y esquemática como la Economía Política de Nikitin que constituye una de sus fuentes de pensamiento. De las teorías poscoloniales Long apenas si conserva las jergas y trata de suplir con ellas su proverbial falta de ideas. Habla de transversalidad y de interculturalidades, de institucionalidades robustas, sociedades vibrantes, realidades holísticas… Y no llega a decir básicamente nada medianamente inteligible.
En el Comité hasta se le burlaron: ayer, le dijo más o menos el comisionado Manuel Rodríguez Rescia, mientras escuchábamos su disertación y aprendíamos con toda humildad la diferencia entre interculturalidad y multiculturalismo que tuvo a bien explicarnos, se me ocurrió una pregunta bastante más terrenal, perdonará la simpleza: ¿es cierto que el gobierno ecuatoriano ha ido achicando el mapa de los territorios tagaeri y taromenani en función de sus proyectos de desarrollo? ¿Nos podría mostrar el mapa actual? Los desvaríos seudoteóricos de Long siempre son irreductibles ante los hechos, son paja, son aire, son nada.
…Pero la realidad existe
Por fortuna para el mundo, más allá de las fronteras nacionales la realidad existe. Y cuando la tropa de “alto nivel” que mandó la Cancillería desembarca en ella, sus integrantes e integrantas se encuentran con que hay ciertas cosas normales para ellos que en el mundo real resultan extrañísimas o son francamente intolerables. Otra cosa es que probablemente no se den ni cuenta.
En el mundo real es normal llamar presos a los PPL’s y negros a los afrodescendientes. No es normal, en cambio, actuar como si la oposición política del gobierno fuera el enemigo de la sociedad: en realidad es parte de ella. Cuando Guillaume Long advirtió al Comité sobre las organizaciones sociales que fueron a Ginebra y dijo que eran opositores haciéndose pasar por sociedad civil, es claro que los comisionados supieron a qué atenerse: estaban ante un fascista de mentalidad retorcida y peligrosa.
En el mundo real es intolerable que se utilicen leguleyadas para justificar atropellos flagrantes a ciudadanos indefensos. Una cosa es que sabandijas como Alexis Mera se especialicen en hallar “la figura legal” para cualquier cosa. Otra muy distinta es llevar esa majadería al seno de las Naciones Unidas. Tener la jeta para decir, por ejemplo, que Manuela Picq no fue deportada: nomás le retiramos el pasaporte; la que decidió irse fue ella.
En el mundo real resulta intolerable que un gobierno utilice las habitaciones de un hotel para detener de facto a los extranjeros en espera de deportación. O que promueva unas organizaciones sociales contra otras: que destine personal y recursos públicos para crear una CUT con el fin de neutralizar al FUT. Que el presidente de la República espolee a la gente para hacer cargamontón sobre un ciudadano. Que los medios de comunicación sean sancionados por no difundir informaciones que el gobierno considera de interés público. Que sean obligados a publicar otras que lo favorecen. A los comisionados todo eso les preocupa mucho y quieren saber si es cierto. “Díganos que no es así”, rogó Rodríguez Rescia.
Pero no: así mismo es. Independientemente de las figuras que las sabandijas del derecho encuentren para justificarlas, esas cosas ocurren en el Ecuador y Guillaume Long lo sabe con la misma claridad con que sin duda resonaron en su cabeza las palabras “Hotel Carrión” cuando se mencionó el asunto de los cuartos de hotel. Lo sabe. ¿Le parece normal? ¿Le parece decente? ¿Le parece correcto?
Le parece inevitable. Le parece, también, necesario. Se conduce con la arrogante certeza de que la historia se dirige en una dirección que sólo él y los suyos conocen y anticipan. Y eso les otorga ciertas licencias. ¿Se acuerdan del Che Guevara en la sede de las Naciones Unidas en 1964? “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”. Pues eso.
La propaganda correísta dirá –ya lo está diciendo– que la misión a Ginebra fue exitosísima y que hasta felicitaron al gobierno por sus logros. Es obvio: los diplomáticos siempre hacen eso. Empiezan por lo positivo: felicitamos a Ecuador porque sus jueces están privilegiando las medidas alternativas y aplicando la pena de prisión como último recurso. Pero ése es apenas el preámbulo, luego vienen los presos sin sentencia, la corrupción en las cárceles, las requisiciones corporales infamantes, el Hotel Carrión… De esas cosas no tuitean los funcionarios del gobierno.
La verdad es que el correísmo se desnudó en Ginebra. Se mostró como lo que es: una suerte de neofascismo conducido por ideólogos de cerebro cuadriculado y administrado por tecnócratas de pensamiento cero; un régimen que ha puesto los derechos humanos en suspenso. A Guillaume Long le habría gustado triunfar ante el Comité por su solvencia teórica y su discurso rupturista y de avanzada. No pasó de ser el extraviado presidente de una delegación mediocre, el cabezón mamerto reliquia de la guerra fría, el pequeño Kim Il Sung zopenco, el hombre sin atributos cuyo desvarío sobre refundar el contrato social es una rareza deleznable. Guillaume Long es sin duda el canciller más de a perro de la historia ecuatoriana.
Foto: El canciller y la delegación que presidió en los pasillos del Palacio Wilson de Ginebra, sede del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

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