Felipe Burbano de Lara
Martes, 3 de mayo, 2016 - 00h07
La revolución ciudadana nos está llevando a un clima de exasperación y conflicto social por su incapacidad para ajustar su modo de entender la política al contexto del país tras el terremoto. Mientras una corriente fuerte invoca un espíritu de unidad para enfrentar el reto de la crisis y la reconstrucción, Correa divide y polariza. Cuando el presidente plantea el voto de los opositores a favor de las medidas impositivas como condición para suspender las sabatinas y la secretaría del buen vivir, revela que no entiende el momento. Proponer la unidad a través de la transacción y el chantaje resulta descabellado. Haber terminado la cadena nacional en la que anunció los nuevos impuestos con la consigna ‘hasta la victoria siempre’, confirma que no entiende la urgencia de un clima político distinto. Aunque el Ecuador y el presidente estén acorralados, él sigue en el delirio de su fantasía política, ‘hasta la victoria siempre’.
Martes, 3 de mayo, 2016 - 00h07
La revolución ciudadana nos está llevando a un clima de exasperación y conflicto social por su incapacidad para ajustar su modo de entender la política al contexto del país tras el terremoto. Mientras una corriente fuerte invoca un espíritu de unidad para enfrentar el reto de la crisis y la reconstrucción, Correa divide y polariza. Cuando el presidente plantea el voto de los opositores a favor de las medidas impositivas como condición para suspender las sabatinas y la secretaría del buen vivir, revela que no entiende el momento. Proponer la unidad a través de la transacción y el chantaje resulta descabellado. Haber terminado la cadena nacional en la que anunció los nuevos impuestos con la consigna ‘hasta la victoria siempre’, confirma que no entiende la urgencia de un clima político distinto. Aunque el Ecuador y el presidente estén acorralados, él sigue en el delirio de su fantasía política, ‘hasta la victoria siempre’.
El clima de exasperación se manifiesta en las redes sociales con la celebración del puñetazo propinado al ministro Javier Ponce. Se convierte al coronel en héroe y se lo invita a seguir partiendo ‘jetas’ ‘robolucionarias’. Pésimo síntoma. La política como la entiende Correa lleva a la sordera, a distancias infranqueables. Correa no es capaz de poner sus pies y su mente fuera del terreno amigo/enemigo. Para él, la política se orienta por el conflicto, o no es política. En reiteradas ocasiones, la última de ellas en su reciente intervención en el Vaticano, ha repetido que el consenso paraliza la democracia porque se convierte en una estrategia para eludir las diferencias de poder en la sociedad. ¡Pero el terremoto creó una condición excepcional en el país! La solidaridad, la cooperación, la ayuda a los damnificados, sus urgencias, la reconstrucción, exigen llevar la política a otra dimensión, pero Correa la devuelve al antagonismo. Si la oposición, como cree el presidente, sigue metida en un juego bajo e inmoral, pues muestre su superioridad sacándola de ese pantano. Pero no, él la ensucia más.
Ni una sola concesión a los puntos sensatos sugeridos por sectores que también piensan y sienten el país. Organizar una junta de reconstrucción amplia y con cierta independencia no encuentra ningún eco. La semana pasada en Jaramijó la reunión de reconstrucción fue una gigantesca mesa de ministros y funcionarios públicos. El comité de reconstrucción lo presidirá Glas y lo conforman cuatro ministros, un prefecto y dos alcaldes. ¡Que nadie se entrometa en asuntos del Estado! ¡Nosotros somos la patria!
Hay la sensación creciente de que el presidente ha perdido la cordura. ¡Obvio! Cómo no la va a perder si sobre sus hombros descansa la tarea mesiánica de la salvación, si él es el líder carismático del siglo XXI ecuatoriano. Su locura expresa el desvanecimiento de sus cualidades extraordinarias y mágicas ante tantos colapsos simultáneos. Tan loco está que él puede establecer, como argumentó José Hernández, sobre qué pueden y deben llorar los damnificados para no ir presos. La pérdida de cordura del presidente es la consecuencia inevitable de reconocer como irrealizable y fracasada la misión salvadora, el héroe carismático delirando frente a su impotencia. Miedo, terror de que el país lo vea débil, derrotado.
La revolución nos exaspera, nos lleva al límite, con el líder carismático fuera de sí. (O)
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