Gabriela Rivadeneira: la gran maestra de la fanfarronada sonora
Gabriela Rivadeneira es la Arjona de la política nacional. Lo acaba de demostrar en su discurso de apertura al informe a la nación. Pueril, inflamada, lamparosa, enfundada en la camisa étnica que constituye el oficial saludo a la bandera de los suyos, hoy volvió a encarnar el papel perfecto de la colegiala que recita la lección a su profesor. Un profesor tan querido que lo tutea. Tan idolatrado que lo ustea.
Con ese falso tonito surrurado, afectado y trascendente, candongo y melifluo, la presidenta de la Asamblea repitió su libreto de toda la vida: una colección de desplantes líricos y presuntas citas eruditas extraídas del cancionero popular o de la Wikipedia, cuya ridiculez no alcanza a vislumbrar ni remotamente por falta de lecturas.
Dijo Gabriela Rivadeneira: “esta es la revolución del amor como categoría política”. Habló del supuesto “despertar del sur” y lo llamó “esperanza de un mundo nuevo, un mundo donde quepan todos los mundos”. Miró hacia el mural vociferante y horrendo que preside el hemiciclo legislativo y contribuye a la irritación constante de los legisladores y exclamó, presa de un tremor de sensibilidad artística: “¡Cómo no sentir la magia del maestro Guayasamín!”. Gracias a él, dijo, “nos acompañan Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña y las tres Manuelas… Guerrilleras de la ternura, de la lucha y la esperanza”. Habló de la “utopía del buen vivir” sin citar a Tomás Moro y remató: “el patriotismo es amor” y “en nombre del amor no tenemos tiempo que perder”.
Repitió, por supuesto, como si funcionara a control remoto, los usuales argumentos sobre el oscuro pasado. Dijo “yugo del neoliberalismo”. Dijo “banqueros en contubernio”. Dijo “enajenación cultural”, “contrastes grotescos”. Dijo “restauración conservadora”, “procedimientos ilegítimos”. Con voz cavernosa pintó los “rincones oscuros de la conspiración y el golpismo” y a punto estuvo de llorar cuando recordó “la patria desolada” que heredaron.
Atenta como siempre al movimiento oscilatorio de la veleta nacional, se trepó ágilmente al tren de la terremotización de la política, que es la tendencia del momento. Habló del país que renace de sus cenizas y pintó una auténtica refundación, la segunda que corre por cuenta de los suyos.
Pero tampoco quiso perderse la oportunidad para demostrar que es una política capaz de tejer sutilezas e hizo algunos intentos. Como cuando dijo que hay parlamentos en América Latina que están conspirando para echar abajo la democracia, en clara alusión a Brasil y Venezuela, países que no se permitió nombrar. O como cuando habló de políticos que tienen empresas offshore y que pretenden llegar al poder. Tampoco dijo nombres. La presidenta de la Asamblea es finísima en sus alusiones. Se cuidó de citar a Galo Chiriboga.
La retórica de Gabriela Rivadeneira es tan hueca como rimbombante, tan vacía como empalagosa. No es precisamente lo que se espera de un presidente de la Asamblea en una jornada de informe a la nación. Es más un discurso de tarima o de propaganda pura y dura. De hecho, el valor de sus palabras no reside en lo que significan, sino en la forma en que las dice buscando impresionar. En realidad, Gabriela Rivadeneira no dice nunca nada. No destaca por la inteligencia de los argumentos (por eso copia a Arjona) sino por la sonoridad de su fanfarronadas. Ha patentado un cierto ritmo, una cierta musicalidad, una cadencia que hizo escuela en el ala femenina de su movimiento. Así como los correístas varones, empezando por Jorge Glas, buscan parecerse al presidente en su manera de hablar. No hay asambleísta o ministra del correísmo con interés de no pasar inadvertida que no hable como Gabriela Rivadeneira. El hecho de que un estilo más propio de una abanderada de colegio o de un reina del Yamor se haya impuesto con tanto éxito en un movimiento político, habla claramente de sus alcances y de sus carencias.
El correísmo no se concibe si estas poses pseudo-poéticas, este lirismo vehemente, ese susurro que se pretende envolvente, este triunfalismo que, si toca, se enfrentará y vencerá a la naturaleza. Gabriela Rivadeneira muta en la Arjona política porque cree estar parada sobre los hombros de la historia.
Foto: Asamblea Nacional
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