MANUEL TERÁN
Ayer se rindió el Informe a la Nación luego de nueve años de gobierno pero, a diferencia de cuando el dinero fluía a raudales, los astros no lucen alineados para quienes se instalaron en el poder por el período más largo que conoce la historia republicana. Las encuestas aparecidas por estos días ratifican lo que hasta hace poco solo era sospecha. La pérdida de apoyo al régimen se acentúa cuando salen a flote las costuras de un modelo insostenible que ha colocado a la economía en una situación delicada, con un alto déficit, donde se hacen malabares para pagar los sueldos, con deudas y retrasos en los pagos por todo lado, percibiéndose un deterioro acelerado de todos los indicadores y, lo que es peor, sin que exista en el horizonte el más mínimo asomo de rectificación o enmienda. Si existiera la reelección y pudiera postularse su líder, obtendría una votación similar al apoyo que recibió el exalcalde de Quito cuando, impensadamente, perdió la elección a manos de un virtual desconocido. Es el porcentaje de voto duro, de alrededor del 30%, que medición tras medición refleja que posee el movimiento en el Gobierno. Muy lejos de un triunfo en una sola vuelta y con el riesgo de enfrentar a cualquier candidato que, en ese escenario, aglutinaría el voto en contra del continuismo. Pero no solo eso. En los anteriores comicios para elegir legisladores, a través de una reforma electoral previa, lograron con un apoyo que rozaba la mitad de los votantes hacerse de alrededor del 85% de puestos de la Asamblea, mayoría que no reflejaba la intención de voto del electorado pero que les ha permitido hacer y deshacer a su antojo en la sede legislativa. Hoy las cosas han cambiado y difícilmente, a juzgar por las mediciones realizadas, repetirían esos resultados y, por ende, no se visibiliza una hegemonía como la que existe ahora en el recinto legislativo. En esas condiciones así resultase victoriosa una candidatura presidencial del continuismo, tendría que actuar en un escenario hasta ahora desconocido para ellos, el de la búsqueda de acuerdos y consensos con otras fuerzas políticas; precisamente en momentos en que cualquiera que resultase elegido se verá en la obligación de realizar correctivos inminentes al manejo económico, si no se desea que la inercia negativa nos arrastre a un punto donde la recuperación se torne inalcanzable. Todo esto conduce a pensar que el futuro luce sombrío para quienes por casi una década gozaron de una hegemonía absoluta y condujeron al país bajo su férula, pero que hoy cosechan los resultados de una gestión nada virtuosa que, por el contrario, ha llevado al país a las puertas de una situación inimaginable, pese a las advertencias que se hicieron y que fueron desatendidas. Todo parece indicar que se acerca el final de un ciclo. Resta saber si el electorado después de esta experiencia aún es proclive a creer en fórmulas mágicas de falsos milagreros o si, por fin, entiende que no hay progreso sin arduo trabajo y esfuerzo.
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