El presidente cree que se sacó el clavo de las sabatinas: como las críticas por lo que cuesta ese show se agudizaron tras el terremoto, él ha propuesto privatizarlas. Que sean otros, no el Estado, quienes paguen los 30 mil dólares semanales que él dice que cuestan.
En realidad el costo es mucho más alto: los 30 mil semanales cubren solamente la producción y el montaje del show (hay un contrato por 1,6 millones para todo el año) pero no incluyen la elaboración de videos que se utilizan en él (para eso hay un contrato aparte) ni los gastos de transmisión televisiva. A eso hay que añadir todo lo que rodea a las sabatinas: los viernes culturales y los gabinetes itinerantes de cada quince días, los desplazamientos de ministros y funcionarios, los viáticos, los choferes, el catering, el alojamiento, la comida, etc. Todo esto suma, largamente, por lo menos el doble.
Tan insostenibles se volvieron las críticas después del terremoto que el presidente cambió el formato de las últimas cuatro sabatinas: no hubo carpa, público, música, artistas, traslados, catering, alojamientos… Sólo el presidente en una mesa. O el vicepresidente. Rodeados de ministros. Pero ese esquema no luce. Al presidente le gusta el show: el público que lo recibe con abrazos y lo aplaude a una señal; los cantantes populares con los que comparte escenario; las cortinas musicales; los invitados especiales; el mano a mano con su traductor quichua, que hace las veces de bufón… Todo eso le hace falta. Por eso anunció que, el próximo sábado, volverá al formato de siempre. Salvo que, para guardar las apariencias, lo costos correrán por cuenta de otros: ahora la sabatina será pagada “por los sectores privados, por el voluntariado, por el trabajo de nuestros jóvenes, por Alianza País, por nuestros propios aportes”.
El anuncio del presidente es otro gran sofisma. Para empezar, las cuentas de la sabatina son un misterio para la sociedad. Hasta ahora nadie sabe cuánto realmente cuesta una sabatina promedio y cuánto una con viernes cultural y gabinete itinerante incluidos; cuánto cuesta una sabatina en Calderón y cuánto una en Macará. O en Italia.
Con este nuevo formato de auspiciantes, el presidente cree que se puede sacar de encima la pregunta de fondo: ¿para qué sirven las sabatinas? Salvo la última, que terminó a las dos horas con 37 minutos, su duración promedio es de 4 horas. Pero la información real que se comunica en ese lapso cabría a lo sumo en media hora. Tras el terremoto, en una. Una hora de información bruta que el presidente ya transmitió durante la semana a lo largo de sus actividades: discursos, inauguraciones, conversatorios, cadenas nacionales…
En las sabatinas no se dice nada nuevo. No son un mecanismo de información o rendición de cuentas sino una herramienta de proselitismo político totalmente prescindible. El tema, por tanto, no es cuánto cuestan. El tema es para qué sirven.
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