Por KJ Dell’ Antonia
Recientemente, un grupo de investigadores universitarios pidieron a padres e hijos que describieran las reglas que, según ellos, las familias deberían cumplir en su relación con la tecnología.
En la mayoría de los casos, los padres e hijos estuvieron de acuerdo: no manejar y enviar mensajes al mismo tiempo; no estar en línea cuando alguien quiere hablar contigo. Pero hubo una regla sorprendente que los niños deseaban, pero que sus padres mencionaron mucho menos: no publiques nada sobre mí en las redes sociales sin preguntarme primero.
Por ejemplo: fotos de ellos mientras están dormidos en el asiento trasero del auto o comentarios sobre sus líos con la tarea. ¿Esa foto de la victoria después del partido de fútbol? Tal vez. ¿Que escribas con frustración acerca de la pelea que acaban de tener acerca de lavar la ropa? Ni pensarlo.
Las respuestas revelaron “una desconexión muy interesante”, dijo Alexis Hiniker, una estudiante de posgrado en diseño enfocado a los seres humanos e ingeniería en la Universidad de Washington, que dirigió la investigación. Ella, junto con investigadores de la Universidad de Michigan, estudió 249 parejas de padre-hijo distribuidas a lo largo de 40 estados y halló que mientras los niños con edades entre los 10 y 17 años “estaban realmente preocupados” acerca de la forma en que sus padres compartían en línea la vida de sus hijos, los padres lo estaban mucho menos. Aproximadamente, tres veces más niños que padres pensaron que debería haber reglas acerca de las cosas que los padres comparten en las redes sociales.
Sitios como Facebook e Instagram se insertan en el mundo de las familias actuales. Muchos, si no la mayoría de los nuevos padres, publican imágenes de su recién nacido en línea durante la primera hora de su nacimiento y algunos padres crean cuentas de redes sociales para los niños: a menudo para compartir fotos y noticias con la familia, aunque ocasionalmente lo hacen para buscar la instafama para sus hijos e hijas, a quienes fotografían con atuendos a la moda.
Ahora que los primeros bebés de Facebook (que se creó en 2004) todavía no son adolescentes y los niños elegantes de Instagram (que inició en 2010) apenas están en la escuela primaria, las familias están comenzando a explorar la cuestión de cómo se sienten los hijos acerca del registro digital de sus primeros años. Pero como lo sugiere este estudio, por pequeño que sea, cada vez es más claro que nuestros hijos se convertirán en adolescentes y adultos que quieren controlar sus identidades digitales.
Stacey Steinberg, profesora y directora asociada del Center on Children and Families en el Levin College of Law de la Universidad de Florida, dijo que “conforme estos niños maduren, estarán viendo la huella digital que dejó su infancia. La mayoría de ellos estará bien pero algunos podrían verlo como un problema”.
Algunos niños y adolescentes cuestionan las cosas que se comparten tanto del pasado como del presente. “De verdad me desagrada cuando mis padres publican fotos mías en sus cuentas de redes sociales, en especial, después de descubrir que algunos de mis amigos los siguen”, dijo Maisy Hoffman, de 14 años, estudiante de octavo grado que vive en Manhattan. “Quien me preocupa más es mi papá. No siempre pregunta si puede publicar cosas, así que de inmediato me alejo cuando va a tomar una foto y le pregunto si la va a publicar. O, si no, me doy cuenta después porque un amigo vio algo mío en su Instagram y entonces tengo que pedirle que lo borre.
Otros padres también pueden representar un problema para los niños que prefieren controlar cómo aparecen en línea. Wendy Bradford, madre de tres niños que asisten a la escuela primaria en Manhattan, dijo que cuando varios padres tomaron fotos durante un viaje al zoológico para los niños de tercer grado, su hija “se escondió cuando vio los celulares porque no quería que se publicaran fotos de ella en Facebook”.
Isabella Aijo, de 15 años, que cursa el segundo año de la preparatoria en Natick, Massachusetts, dijo: “Definitivamente conozco gente cuyos padres publican cosas que desearían que no fueran públicas. Había una chica en mi clase, en octavo grado, y su madre le abrió una cuenta de YouTube en cuarto grado para presumir cómo canta”.
Esas primeras publicaciones de los padres no solo permanecen en línea, sino también en la memoria de nuestros hijos, y puede que los temas no nos parezcan potencialmente bochornosos. El hijo de una amiga (que me pidió no usar su nombre) aún le reclama cosas que escribió acerca de su forma quisquillosa de comer cuando era más chico… hace años, dice ella.
En nuestra casa, a veces veo que mi hijo, de 14 años, titubea cuando saco la cámara durante un momento ridículo, pero tenemos una regla: no se comparten imágenes de nadie sin su permiso, jamás. Esa confianza significa que puedo tomar fotos cándidas, y él puede mantener intacta su identidad digital, sin importar qué forma le quiera dar más adelante.
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