martes, 28 de agosto de 2018

Hay que reinventar la izquierda, que está urgentemente enfrentada a retos nuevos en un contexto nuevo


Sobran preámbulos e introducciones. No importa quien yo sea. Uno de tantos con el rostro cubierto. Nací en Nicaragua en medio de la guerra y de la Revolución de los 80.  De mi madre aprendí el compromiso  con el pueblo y con los valores del sandinismo. Y  de mi padre… solo me quedó una foto vestido de miliciano  donde me carga en sus brazos siendo yo un tierno recién nacido.
Soy uno de los tantos y tantas que se tuvieron que poner la máscara cuando el gobierno se la quitó.
Lo que hoy me impulsa -o mejor dicho me obliga-  a escribir estas líneas es un sentimiento de “encachimbamiento” como decimos nosotros en Nicaragua – que me viene de muy adentro y que es muy ampliamente compartido.
Para entendernos mejor, primero les diré que el nicaragüense es de un natural afable y expresivo aunque suele ser bastante comedido en sus manifestaciones de enojo; como si demostrar públicamente su enfado (o “botar la gorra” como se suele decir popularmente) fuera un signo de debilidad. De manera que disponemos de una escala de emociones más extensa de lo habitual: cuando en el resto del mundo alguien está furioso, aquí se dice que está “muy molesto”, y en esa peculiar escala, el grado superior tiene un nombre propio y genuino: “El encachimbamiento”.  El dictador Somoza pudo experimentar en sus carnes el alcance de este fenómeno y con muchas semejanzas, 40 años después, la dictadura bicéfala de Ortega-Murillo también lo está experimentando.
El “encachimbamiento”  no es una simple subida de azúcar o un ataque de cólera, es un proceso químico-social aún mal estudiado por los politólogos, que tiene una evolución gradual. Es como un estado de fermentación interior, fruto de múltiples y reiteradas, contrariedades, enojos, frustraciones y humillaciones contenidas, cuya lenta maceración termina reduciendo súbitamente los niveles de miedo y provocando unos vahos altamente inflamables.
Ese “encachimbamiento” es justamente lo que desencadenó toda esta situación en la que Nicaragua está inmersa desde el 19 de abril. Está claro.
Pero a raíz de todo esto, en mi, como en much@s otr@s compañer@s, ha ido emergiendo otro enojo. Es más, se puede decir que estamos “muy molestos” con la bien pensante izquierda internacionalista. Yo incluso, diría que estoy “encachimbado”.
Encachimbado con esa izquierda jurásica que con sus dudas, sus recelos y sus silencios esta siendo cómplice de la sangrienta represión ejercida contra un genuino movimiento de insurrección cívica. Una izquierda que de pasada, también está perdiendo irremediablemente el tren de la historia, aunque eso, sería un mal menor… Porque mientras que sus gerifaltes se la pasan debatiendo sesudamente y glosando en sus foros  y en sus think tanks sobre los “golpes blandos”, las “revoluciones de colores” y las tesis imperialistas de Gene Sharp, los matones del régimen Ortega-Murillo envalentonados  y reafirmados en su guerra santa “revolucionaria” salen orgullosamente de cacería  a perseguir, a secuestrar o a matar (de preferencia desarmados, claro) a los oponentes tildados de “vándalos”, “delincuentes” y “terroristas” .
¡Que cómodos esos referentes ideológicos para transformar la legítima protesta social en una conspiración golpista de la CIA!  y que útiles les resultan a Ortega-Murillo para poder defender sus negocios y justificar sus fechorías ostentando el sello de intachables revolucionarios, acosados por una horda de jóvenes y “vándalos derechosos financiados por el Imperialismo”… solo por intentar hacer lo mismo que ellos hace 40 años en sus tiempos revolucionarios: ¡sacar al dictador! ¡Qué ironía!
¡Y qué desprecio! ¿O sea que si las luchas del pueblo no están enmarcadas dentro de un contexto estratégico adecuado, en el momento adecuado decidido por ellos y dirigido por ellos, no tienen validez. O sea que las luchas contra una dictadura pueden ser buenas o malas según esa dictadura sea de derechas o se proclame de izquierda?
Debe ser que somos jóvenes, incultos, sin bases teóricas y sin experiencia de la vida y de remate cortos de vista, porque donde nosotros vemos lucha de democracia contra autoritarismo ellos ven razones de Estado, conspiraciones a gran escala y batallas estratégicas para preservar espacios que la izquierda no puede perder. ¡Qué mala suerte que nuestra lucha se parezca demasiado a esas mentadas “revoluciones de colores” para poder ser homologada por el sanedrín de los revolucionarios!
Aún así, nos van a disculpar el atrevimiento señores de la izquierda bien pensante (y digo señores porque afortunadamente casi no hay damas) por brindarles aquí algunas reflexiones.
En primer lugar no desconocemos nuestra historia. Una historia marcada por la desgracia de haber nacido en el patio trasero de un imperio con todo lo que eso implica, y además por haber sido Nicaragua el lugar designado para la construcción de un canal interoceánico que antes de existir ya nos había valido más de una guerra civil y muchas invasiones de marines yankees. Nicaragua siempre ha estado en la encrucijada de intereses geopolíticos y estratégicos, y para que en un lugar así algo cambie, no siempre basta con que el pueblo lo decida… también hay que pedir permisos más arriba.
No somos ingenuos. Sabemos que los gringos siempre van a intentar interferir, abortar o recuperar los verdaderos procesos de cambio social, por muy incipientes o suaves que parezcan.
Pero responder a esa amenaza, tildando de golpista toda iniciativa popular no controlada y masacrando a su propio pueblo en nombre de principios revolucionarios, no solo es inmoral e inadmisible, también es totalmente contraproducente, porque mientras que eso ocurre, los gringos juegan el papel de buenos, apareciendo como los únicos protectores de la democracia y de los derechos humanos y dejando a la izquierda el penoso papel de defender las causas más impresentables.
Entierro de Gerald Vásquez, asesinado por paramilitares en Iglesia Divina Misericordia Foto: EFE
¿En nombre de qué principios y de qué ética se puede justificar tanta crueldad, tanta perversidad con la que se está castigando a nuestro pueblo? Porque en realidad de eso se trata: de un castigo ejemplar por desagradecidos, por revoltosos, por caprichosos reincidentes y por venir a provocar alborotos en la finca que ellos plácidamente controlaban.
¿Cómo se puede gobernar con tanto odio? ¿Con qué mente tan desquiciada se ha podido dar la orden de cerrar las puertas de los hospitales a jóvenes que se estaban desangrando? ¿o despedir a los médicos por el simple hecho de haber atendido a manifestantes heridos? ¿o entregarle comida envenenada a los estudiantes en los tranques? ¿o pasar echando ácido a la cara de los manifestantes? ¿o mandar a asesinar a los policías que no quisieron ser parte de esta masacre? ¿o pagar 2,500 córdobas de extra a los trabajadores de la Alcaldía de Managua para ir de cacería con licencia para matar y robar? y ya cuando terminaron sus labores de “limpieza” seguir persguiendo, amenazando, secuestrando, torturando.
Por solo mencionar algunos hechos absolutamente comprobados e irrefutables.
¿De qué izquierda estamos hablando, capaz de acometer o de encubrir semejantes barbaridades?
Confundir esta deriva asesina y este nepotismo de república bananera con un proyecto socialista, sandinista o mínimamente de izquierda, defenderlo, o si siquiera fingir neutralidad ante él, no solo es un error craso, es una vergüenza que la historia difícilmente perdonará.
Una cosa es reconocer que hoy el imperio ha afinado sus métodos con estrategias mucho más difíciles de detectar y más acordes con la era de la comunicación masiva y manoseada en la que vivimos.
Otra cosa muy distinta, es aplicar mecánicamente este análisis a cualquier situación de protesta civil o eximir de responsabilidades a cualquier régimen solo por el hecho de que este se auto afirme socialista y revolucionario, y en nombre de esos sacrosantos principios nuestro pueblo debería  aguantar los desmanes y los horrores que ni siquiera Somoza cometió en tan poco tiempo.
Esto sería un sinsentido, un insulto a la inteligencia y sobre todo; una actitud de profundo desprecio elitista por la lucha de un pueblo desarmado (¿hasta cuándo…?) que ante un abuso reiterado de autoridad pierde el miedo y se echa a la calle recobrando su memoria y su dignidad.
Un sinsentido, en primer lugar, porque el régimen Ortega-Murillo, por donde se mire, no es de izquierda, por mucho que se empeñe en disfrazar su neoliberalismo con su atosigante verborrea seudo revolucionaria. Este gobierno no tiene de izquierda más que el sello y el membrete, arrebatado con mañas a un partido que ellos mismos vaciaron de toda sustancia y convirtieron en una maquinaria electoral y represiva al servicio de sus intereses políticos y económicos.
Es más, el gobierno Ortega-Murillo es probablemente el alumno más aplicado del FMI en la región.
¿Qué diría Sandino, que inició su lucha contra las compañías mineras instaladas en Nicaragua si supiera que el gobierno que hoy usurpa su nombre ha vendido la mayor parte del subsuelo del país a grandes multinacionales extractivas? Sin hablar de venta de la concesión para la construcción del canal interoceánico a una turbia empresa china, arrebatando arbitrariamente tierras a los campesinos sin siquiera consultarlos o al menos intentar convencerlos.
¿Dónde están las políticas de izquierda de un personaje capaz de urdir cualquier amaño  con tal de perpetuarse en el poder, él, su esposa y su marimba de hijos e hijas, cada uno de ellos al mando de empresas, negocios, concesiones, canales de TV, etc.?
¿Cómo pueden seguir viendo en la figura de Ortega a un referente de la izquierda después de estar más que comprobada la aberrante historia de abusos sexuales cometidos durante años en contra de su hijastra Zoilamérica, cuando esta era menor de edad?
¿Referente de izquierda una persona capaz de pactar con la Iglesia Católica una ley medieval que penaliza el aborto, aunque sea terapéutico (es decir, que impide a los médicos intervenir para salvar la vida de una madre si esto implica que el feto esté en riesgo)
Pero aún con tanta indulgencia y  tanto pacto, la jugada les salió mal. Después de retozar durante 11 años con el gran capital, con la Iglesia, e incluso con los EEUU, Daniel Ortega se sintió súbitamente traicionado y volvió a desempolvar cínicamente su artillería “revolucionaría”: de la noche a la mañana la empresa privada se convirtió en golpista, la Iglesia en una secta satánica y la juventud “divino tesoro” de la Patria a la que se refería en sus discursos, en una horda de vándalos, terroristas y criminales a saldo del Imperialismo.
Llegado a este punto crítico, lo que más necesita Daniel Ortega es no perder la franquicia de Izquierda, seguir vendiendo el cuento que él representa y resguarda las esencias del antiimperialismo y  de esa manera reafirmar que todos los oponentes al régimen no son más que un atajo de somocistas, liberales y pro imperialistas.
No es caer en ninguna contradicción sin embargo,  reconocer que en situaciones como ésta los primeros en buscar ganancia son los de siempre, los más preparados y los que más recursos y experiencia tienen: la derecha apoyada por los EEUU y sus múltiples operarios.
Obvio que los gringos están siempre preparados para pescar (y más en río revuelto) y reconducir los procesos sociales a terrenos que ellos controlan. Pero entonces ¿qué hacemos? ¿Nos resignamos? ¿tiramos la toalla? ¿o seguimos solos en esta lucha?
El hecho es que  ante la incapacidad de la izquierda para  acompañar y encauzar los genuinos procesos de cambio, a ellos les resulta mas fácil y más cómodo condenarlos  y reprimirlos.
Pero tampoco ahí nos engañemos. Si los EEUU no han fomentado un golpe más contundente a este gobierno no es por falta de medios o de ideas, sino porque de alguna manera sigue sirviendo sus intereses en la región y porque a los gringos, igual que a la derecha les asusta más una revuelta popular que no controlan, que una tiranía con la que pueden negociar. Daniel Ortega bien lo sabe y bien lo aprovecha, lanzando la amenaza de que sin él la región se sumiría en un incontrolable caos.
¿Y ante todo esto qué piensa la Izquierda bien pensante?
Bien es cierto que intereses creados no admiten de demasiados razonamientos pero además, muchos de los gerifaltes no están dispuestos a arriesgar que su currículum antiimperialista sea puesto en duda si le retiran su apoyo al viejo compañero de ruta. En el mejor de los casos pueden llegar a admitir que Daniel Ortega se ha equivocado, que se le ha ido un poco la mano o incluso que esto le ha ocurrido por dejar que su esposa Rosario se metiera en asuntos que no la competían.
Pero a fin de cuentas estando de por medio el Imperialismo, terminan invariablemente pensando que el fin justifica los medios y que por consiguiente “no es el momento de entrar en debates que debiliten el campo progresista en América Latina”. Razón suficiente según ellos, para que Nicaragua siga siendo inmolada en nombre del Alba! y con esa lógica, seguro que en voz baja, más de uno estará diciendo de Daniel lo mismo que los gringos decían de su aliado el dictador Somoza para justificar sus atropellos sangrientos: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.  Para seguir argumentando que “lo que viene después de Daniel puede ser un riesgo”. Efectivamente, en este país tan sometido a intereses foráneos todo cambio es un riesgo, pero aferrarse a la viga podrida por miedo a que se derrumbe todo el piso no parece la opción mas inteligente.
Ante una oposición ideológicamente dispersa y con el único proyecto común de exigir la salida de Ortega-Murillo, ¿no sería mucho más consecuente, desde una perspectiva de izquierda, acompañar solidariamente a esos jóvenes que aún se reconocen en los ideales de Sandino y apoyar a esos movimientos populares auténticos para que no queden solos y que sus causas no se vean recuperadas por otros intereses ajenos ?
Hay que gritarlo aunque sea en el desierto: se puede luchar por derrocar a este gobierno corrupto siendo de izquierda, siendo sandinistas  y condenando el imperialismo. Se debe luchar por derrocar a este dictador, justamente para poder reivindicar y rescatar con la cabeza en alto esos valores de izquierda mancillados.
Para que nuestros padres, que sacrificaron lo mejor de sus vidas (y de nuestra infancia) por una causa tan generosa no sientan que han luchado en vano ni piensen que estas sangrientas y demenciales derivas tienen algo que ver con los ideales en los que creyeron. Ellos no tienen culpa de que unos psicópatas asesinos disfrazados de revolucionarios les  hagan llegar a la tumba con esa injustificada carga de culpabilidad a cuestas.
¿Qué tendrá este país para ser tan señalado por la historia? Hace 40 años les tocó a nuestros padres derrocar una dictadura.  Ahora nos toca a nosotros. Sin armas, casi sin apoyos, rodeados de incomprensión, casi sin medios y casi sin tiempo para pensar y organizarnos.
Señores gerifaltes de la izquierda bien pensante,  si ustedes tanto quieren a Daniel Ortega como referencia y compañero de ruta, ¡quédenselo! Pero por respeto a todos los que han sacrificado sus vidas y las siguen sacrificando por sueños, por ideales y no por mezquinos intereses, por favor, dejen de estorbar, crucen la acera y cambien de nombre.   Hay que reinventar la izquierda, el internacionalismo. Dejarse de pajas y bajar al nivel de los adoquines. Porque contrariamente a lo que ustedes piensan, desde ahí se vislumbra mejor el horizonte.
En lugar de seguir retorciendo la realidad hasta hacerla encajar en sus teorías obsoletas, en lugar de defender lo indefendible, intenten al menos a encontrar un huequito en sus especulaciones para justificar que un puñado de gente encachimbada, sin armas, sin recursos,  sin contactos con la CIA  tengan derecho a existir, a expresarse y a luchar por sus derechos y sus ideales de izquierda.
Señores gerifaltes: no solo no logramos reconocernos en las practicas de esa izquierda que ustedes representan, sino que  a estas alturas del juego nos afirmamos huérfanos de ella!
La Izquierda está urgentemente enfrentada a retos nuevos en un contexto nuevo frente al que no tenemos preguntas ni respuestas claras y mucho menos certezas o teorías.  Hay cosas que no logramos entender. Pero hay algo mucho peor que no entender: estar convencido de que se entiende y recurrir a respuestas inadecuadas. Pero en todo caso, y para mientras, hay principios a los que sí hay que aferrarse: la ética y el humanismo sin los cuales no hay izquierda posible.
Decía en otra época un profético y lúcido disidente comunista:
“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
Ojala la Izquierda no siga haciéndose cómplice de ellos…

Juanónimo
Nicaragua, julio del 2018

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