Aumentan los venezolanos en San Lorenzo en medio de explotación y temor a Migración
Al menos 500 venezolanos de todas las regiones de su país han llegado a San Lorenzo para vivir con sus familias. No temen vivir en esta zona fronteriza porque aseguran que la violencia en su país es peor. Pero esta comunidad y organizaciones de derechos humanos denuncian explotación laboral pues su paga no llega al salario básico. Aún así logran ahorrar y enviar remesas a sus familiares en Venezuela. Piden ayuda al Gobierno para lograr regularizarse.
06 de agosto del 2018
REDACCIÓN PLAN V
Su negocio se llama ‘Balcón venezolano’. Es un pequeño puesto de empanadas de queso que la Julio César Portillo y Karen González lograron levantar en los últimos meses tras su arribo a San Lorenzo desde Maracay, capital del estado venezolano de Aragua, ubicada a dos horas de Caracas. Ambos llegaron por separado a la ciudad esmeraldeña afectada desde enero pasado por un incremento de la violencia a raíz del coche bomba que estalló en la estación de la Policía, un hecho inédito en el Ecuador.
Pero para esta pareja de venezolanos, San Lorenzo es una ciudad tranquila donde han sido acogidos tanto por ecuatorianos como por las comunidades extranjeras que allí viven, principalmente la colombiana. Aún no hay datos oficiales sobre cuántos venezolanos se encuentran en San Lorenzo. Pero según cifras extraoficiales de organizaciones de derechos humanos, el número de ciudadanos venezolanos podría llegar a los 500.
Guillermo Rovayo, abogado y responsable del área de protección de la Misión Scalabriniana en Ecuador, explica que la llegada de los venezolanos a la frontera se da por tres factores. Primero porque San Lorenzo es un lugar fácil para procesos de integración. Dice que al ser una ciudad que ha sido colombo ecuatoriana durante muchos años hay más apertura a los extranjeros que en ciudades como Quito o Guayaquil. Otro factor es el mercado laboral precario, por ejemplo, en palmicultoras y en el sector agrícola que ve en la mano de obra de extranjeros no regulares una oportunidad para pagar menos y tener trabajadores por 24 horas al día. Y por último porque alguna familia llegó a San Lorenzo y vio mayores facilidades económicas que en otras ciudades grandes.
Pero esas facilidades también pueden acarrear explotación. Rovayo, defensor de derechos humanos que ha visitado durante una década la frontera, conoce que quienes trabajan en palmicultoras ganan menos que un salario básico. Según testimonios de venezolanos, el pago alcanza los 180 dólares por trabajar de domingo a domingo. Pero ese sueldo les da la oportunidad para enviar una remesa entre 40 y 50 dólares, un valor significativo si se compara con el sueldo básico en Venezuela que es de 3 dólares.
Según organizaciones de derechos humanos, primero llegaron hombres venezolanos a San Lorenzo, quienes después de estabilizarse llamaron a sus familias de hasta 4 miembros. De acuerdo con Guillermo Rovayo, de la Misión Scalabriniana, en San Lorenzo no se ha visto familias de 6 o 7 integrantes como sucede en otras ciudades del país. Pero la gran mayoría son hombres y mujeres solos.
Quienes trabajan en esas condiciones además no tienen seguridad social y cargan con todas las complicaciones de salud que puede generar el manejo de pesticidas. Además en San Lorenzo han encontrado cómo alimentarse con productos de la zona como pescado, yuca y verde a precios más bajo que en el resto del país. “El venezolano está sufriendo lo mismo que el ecuatoriano hace 20 años cuando fue a Estados Unidos o España, donde iban a ganar la tercera o cuarta parte de los sueldos en esos países. Pero con todo ese sacrificio le alcanzaba para enviar remesas al Ecuador y mantener sus familias”, sostiene Rovayo.
La abogada Virginia Valencia corrobora esa situación. Los hombres principalmente van a trabajar en las palmicultoras, dice, en condiciones de explotación laboral. Conoce que los venezolanos laboran también en venta de comida, almacenes de ropa, mecánicas y que un buen grupo está en la mina de Buenos Aires (Carchi), a la que se accede por la vía Ibarra-San Lorenzo. Ella recuerda el caso de un negociante en San Lorenzo que contrata a los venezolanos por dos o tres meses y luego los bota acusándolos de robo para evitar pagarles.
¿Por qué San Lorenzo? En el caso de Julio César Portillo porque fue el primer lugar donde le ofrecieron un trabajo. Él fue el primero de su familia en llegar al Ecuador. De Maracay llegó a la ciudad colombiana de Cúcuta y de ahí a Rumichaca, frontera binacional. De allí tomó un transporte a Ibarra. A su segundo día se subió a un bus para pedir colaboración. El dinero que había reunido tras la venta de su vehículo en Maracay duró poco. Él era transportista en esa ciudad. Una parte de la venta se la dejó a su esposa e hija, Julieta, de 5 años, hasta que él las pudiera sacar de Venezuela.
Portillo llegó con una bolsa de ropa. El primer trabajo que le ofrecieron en San Lorenzo fue la venta ambulante de avena. No sabía del problema de inseguridad que allá existía. Llegó en febrero después de la bomba. “De hecho a donde llegué, las ventanas estaban partidas por el impacto de la explosión”. Le dieron estadía por dos meses en una bodega. Durmió en el piso sobre un colchón por varias semanas. Trabajó de domingo a domingo durante casi tres meses y casi 12 horas diarias. “Mis pies se llenaron de callos y bolsas de sangre”. Al día lograba reunir entre 15 y 20 dólares. Ahorró 400 dólares y con eso trajo a su familia.
Julio César Portillo tiene 40 años y su esposa karen González, 34 años. Su hija tiene 5 años. Él es técnico superior en Mercadotecnia y Publicidad. Ella es profesora de Literatura. Foto: Edu León
La familia venezolana vende empanadas afuera de un colegio en San Lorenzo durante la mañana (derecha). Y por la noche cerca a su vivienda. Una vecina les prestó la mesa. Esperan arrendar un local más adelante. En sus inicios, Julio César fue vendedor ambulante (derecha). Piden a las autoridades que los dejen trabajar. Fotos Cortesía familia Portillo
Karen González llegó hace dos meses a Ecuador. Hizo la misma ruta que su esposo, pero antes vendió todo lo que tenía en su casa. Desde la cuchara hasta la nevera. Logró 200 dólares y con eso viajó sin que lograra sacar el pasaporte de ella y de su hija. Arribó a Ecuador con solo 18 dólares. “Llegué acá y mi esposo ya había comprado un colchón. Llegamos por Rumichaca. Gracias a Dios el viaje estuvo bien, yo venía preocupada por mi hija, porque los niños en el viaje se deshidratan. Cuando llegan deben internarlos en hospitales. No sé si era por la emoción de ver a su papá, pero mi niña durante todo el viaje fue feliz”.
Cuando llegó a Tulcán y dijo que su destino era San Lorenzo, recuerda que la gente le dijo que era un sitio muy peligroso, que era horrible, que hubo bombas y que estaba la guerrilla. Se puso nerviosa, pero cuando llegó a la ciudad fronteriza dice haber encontrado gente que los ha ayudado mucho como la Mesa de Víctimas colombianas.
Según los venezolanos, las multas que impone Migración son excesivas, pues los ingresos apenas cubren el arriendo (que puede oscilar entre 80 y 150 dólares) y la alimentación diaria. Una multa puede ir entre 1 o 2 salarios básicos.
Según el abogado Guillermo Rovayo ciudades más pequeñas como San Lorenzo son propensas para abusos por parte de la Policía. En sus registros consta, por ejemplo, cinco casos de personas multadas por no estar regularizadas. Eso solo en la última semana de julio, lo cual en su opinión es bastante grave.
Esto lo corrobora la abogada Virginia Valencia quien ha conocido también de estas multas. Incluso, dice, hay irregularidades. De los testimonios que la jurista conoce, las multas que van de uno a dos salarios mínimos que impone Migración no están siendo acreditados a las cuentas del Ministerio del Interior sino que uniformados estarían solicitando directamente el pago de esos montos. Pero aún no hay denuncias sobre este tema. Sin embargo, este fue uno de los temas expuestos en julio pasado en la Mesa de Protección de Derechos de San Lorenzo donde participan la Fiscalía, los ministerios del Interior, Inclusión Social, Educación, Salud y entidades municipales que trabajan en temas de movilidad humana.
Julio César Portillo recuerda esa reunión, donde logró exponer sus preocupaciones porque no hay facilidades para la regularización de su comunidad. Asegura que al siguiente día de la reunión conocieron de una nueva multa a una señora que vendía arepas en un pequeño. Esto los decepcionó. Las multas son excesivas, dice, pues los ingresos apenas cubren el arriendo (que puede oscilar entre 80 y 150 dólares) y la alimentación diaria.
Narra que ha sido advertido por Migración por trabajar con una visa de turista. Ocurrió a las dos semanas de que llegó su esposa. Le dijeron que no quieren verla trabajando con la visa de turismo. “Yo le mencioné a un agente que el venezolano no está fuera de su país para hacer turismo, salimos obligados, porque se nos mueren nuestros familiares de hambre”.
Pero ¿por qué es tan difícil regularizarse un venezolano en Ecuador? Portillo explica que una de las razones son los documentos que necesitan para sacar la visa Unasur. Uno de ellos es el certificado de antecedentes penales de Venezuela apostillado. Este dice ser un trámite imposible en su país. Para apostillar un documento necesitan pedir una cita por internet. Pero nunca lo ha logrado, ni su esposa quien es licenciada en Educación y no logró apostillar su título para trabajar fuera del país. De hecho le han pedido ese requisito para dar clases en un colegio en San Lorenzo.
Por medio de una persona en Venezuela está haciendo el trámite, pero el costo ya alcanza los 100 dólares solo para obtener ese papel. Cuando lo logre deberá ir a Quito y pagar 250 dólares más para la visa temporal y sumar los costos del viaje a la capital y a Esmeraldas. También asegura que el Gobierno ecuatoriano está negando el refugio a los venezolanos. Él tiene constancia de su pedido, pero Migración le ha dicho que ese documento no es válido para ellos. Una de las opciones que plantea es que al menos se reduzca el costo de la visa.
“Una de las cosas que pedimos es que por lo menos nos den otro opción de visa porque solo podemos pedir la visa de la Unasur. No dan opción a una visa humanitaria. Regresar a Venezuela es regresar a la muerte segura”, insiste Portillo.
Ahora los venezolanos se están organizando en San Lorenzo y llevan adelante un censo. En la casa de esta familia se reúnen y conversan de sus preocupaciones. Junto a su esposa Karen han buscado reunir a los venezolanos porque muchos llegan sin pasaporte.
Ahora los venezolanos se están organizando en San Lorenzo y llevan adelante un censo. En la casa de esta familia se reúnen y conversan de sus preocupaciones. Junto a su esposa Karen han buscado reunir a los venezolanos porque muchos llegan sin pasaporte que es otro documento que es difícil de acceder en su país. Solo ingresan con la carta andina que les entregan en Rumichaca y que es un permiso provisional. “Para regularizarse necesitan pasaporte. ¿Cómo hacen? ¿Cuál es el futuro para ellos? Detrás de cada venezolano hay una familia esperando que le envíen dinero porque cuentan con eso para sobrevivir”. Cree que hay persecución con ellos en comparación con otras comunidades extranjeras.
En San Lorenzo hay venezolanos provenientes de Maracay, Carabobo, Valencia, Caracas, Barquisimeto, San Cristóbal, Puerto de la Cruz, entre otros. La gran mayoría llega por Rumichaca. Tanto defensores de derechos humanos como venezolanos aseguran que no se han dado incidentes por xenofobia y que “tampoco ningún venezolano ha venido a embarrarla”.
Los venezolanos reconocen, dice el abogado Guillermo Rovayo, que San Lorenzo es una ciudad con violencia. Pero dista mucho de la que han visto en Venezuela. Entonces asumen ese costo y entran a la dinámica económica de un lugar fronterizo. “Saben callar y ese es uno de los factores que les garantiza su seguridad. Dicho así suena sencillo, pero viviéndolo desde dentro es vivir en una ciudad desde el miedo y el temor”.
Para Portillo, a los venezolanos los mueven sus hijos. En su caso, la decisión de migrar la tomó en la Navidad pasada cuando no tuvieron para una cena y con mucho esfuerzo le compró una muñeca a su hija. También cuando ella abría el refrigerador y no encontraba nada de comer. “En Venezuela éramos clase media y trabajaba en mi auto. De ahí ha pasar horas caminando es un cambio drástico, pero nos tocó”.
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