¿La Vicepresidenta sigue siendo un submarino?
Silencio en la Vicepresidencia de la República. Un silencio preocupante y sobre todo revelador ante la urgencia nacional, que es continental, causada por la llegada de centenares de miles de venezolanos, que escapan de la dictadura de Nicolás Maduro. María Alejandra Vicuña es otra de esas correístas sumisas del pasado que ahora, cuando el gobierno de Lenín Moreno encara las consecuencias del desastre chavista y madurista, no dice nada. También para ella los refugiados son inexistentes.
Vicuña fue asambleísta hasta el 2017 y una agitadora profesional en lo que se refiere a la defensa del régimen venezolano. Si un político tiene que tener entre sus virtudes un carácter visionario y una enorme capacidad de lucidez, ella carece de los dos. Se limitó durante todos esos años a ser correa de transmisión y agente de propaganda. Y lo hizo con esa facundia impostada que ha convertido en su segunda naturaleza y no teme exhibir.
Nunca titubeó, la señora. Nunca dudó en mentir. Hay que verla diciendo que Venezuela iba camino de mejorar todos los índices. La pobreza entre ellos. Hay que oírla ensalzar la labor de Ricardo Patiño como canciller; el hombre que por poco convierte el Palacio de Najas en antro y colmó de vergüenza la política y el servicio exterior. María Alejandra Vicuña hasta febrero pasado, abogaba por el régimen de Maduro en forma tan vergonzosa como comprometedora para el gobierno en su conjunto.
Con la llegada de José Valencia a la Cancillería, hay una revisión lenta pero cierta de la posición ecuatoriana frente a la dictadura de Maduro. El distanciamiento se acentuó con el drama humanitario y se tradujo en el retiro esta semana del Ecuador de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). La Cancillería en su comunicado dice que se retira por no compartir los pronunciamientos de esa organización sobre varios temas regionales. Uno de ellos es el éxodo provocado por la dictadura de Maduro que su régimen y sus aliados siguen achacando a causas exógenas. Hoy la Cancillería lo atribuye directamente a “la crisis económica que vive Venezuela, que tiene relación directa con las tensiones políticas” de ese país. Todavía la Cancillería usa guantes de seda con la dictadura de Maduro, pero el quiebre político y diplomático ya se produjo. La Cancillería ya ha expresado su frustración “por la falta de voluntad política, en primer lugar, del gobierno de Venezuela para abrir las puertas a una solución democrática” y ya calificó de inhumana su actitud por permitir que millones de personas salgan del país producto de la crisis política, económica y social.
¿María Alejandra Vicuña acompaña al gobierno de Moreno en este cambio? Su silencio es revelador y contrasta con la retahíla pródiga en adjetivaciones positivas sobre Chávez y Maduro. Nada ha dicho y nada ha escrito en su cuenta de twitter. Como si el flujo de refugiados no tuviera consecuencias (algunas dramáticas por el nivel de xenofobia que registran los sondeos) en la realidad política del gobierno del cual es segunda mandataria. La inquietud de fondo radica en su posición: ¿ha aprendido algo, como sí lo ha hecho el Presidente, que ya produjo con su Canciller un quiebre? ¿O la Vicepresidenta puede seguir siendo considerada como un submarino más, entre tantos correístas fanatizados por la ideología e incapaces de dialogar con la realidad?
Lo más curioso, en el capítulo de los refugiados, no es el silencio de Vicuña: es la incapacidad política que hay en el gobierno de Moreno para explicar su política: desertó de la esfera pública y dejó el peso y el gasto de este problema al ministro Toscanini que, como se sabe, optó por la peor de las salidas. Paúl Granda, ministro de gestión política, sigue sin instalarse en su ministerio. Todo sucede como si en el gobierno no se entendiera que este tema, que encierra un drama humanitario sin precedentes en su magnitud en el continente, se juega parte de su capital político. Y como si la Vicepresidenta fuera de otro gobierno. Quizá así es.
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