martes, 21 de agosto de 2018

Venezolanos: el éxodo de los niños que llegan a Ecuador
Según cifras de Unicef, desde enero hasta el 14 de agosto, 5.648 niños, niñas y adolescentes no fueron registrados en los puestos migratorios de Rumichaca y San Miguel porque sus padres no tenían la suficiente documentación. Organizaciones de derechos humanos y la Defensoría del Pueblo alertan que esa situación los dejó en una situación migratoria irregular dentro del territorio ecuatoriano y los vuelve más vulnerables. El Gobierno dio marcha atrás de pedir pasaporte a los niños.
19 de agosto del 2018
SUSANA MORÁN
Dos niños juegan con un rastrillo en un campamento improvisado y precario cercano al intercambiador en Carcelén, en Quito. Los dos pequeños se pelean por el objeto de plástico  que sirve para barrer la basura del lugar. Tienen entre tres y cuatro años. El uno gana y empuja al otro que estalla en llanto.
“Te vas a quedar”, le dice el padre que está por salir del lugar con sus tres hijos y su esposa a buscar alguna vivienda en el sur de Quito. Han reunido 50 dólares vendiendo ‘chupetas’ (chupetes) y esperan con eso encontrar un alquiler para salir del polvo y el frío que significa dormir a la intemperie. Con los niños han trabajado vendiendo caramelos junto a un semáforo. “Ella se sienta un rato con ellos mientras yo trabajo y luego cambiamos”.

La familia de José y Nazaret les han negado la vivienda por tener tres niños. Para el alquiler, los venezolanos reúnen las donaciones y trabajan en la calle.
El padre se llama José Carrizales, de 24 años, y la madre Nazaret Vilonia, de 26 años. De los estados de Falcón y Mérida, respectivamente. Ambos tienen tres niños de 1, 4 y 5 años. Pero viajaron junto con el abuelo de ellos, dos de sus tíos y primos. Salieron de Venezuela hace dos meses. Desde Cúcuta, la familia caminó y pidió aventones hasta que llegaron a Quito hace un par de semanas.
Los adultos se turnaban para cargar a los niños. Las maletas las amarraron a su espalda con una sábana. “Fue fuerte” es la expresión que usa José para resumir su viaje con sus hijos. Los niños pasaron sed y hambre porque no tenían dinero. Pidieron comida en los restaurantes cerca a la carretera, pero sí encontraron gente solidaria. “Pasaron fastidiados. Los poníamos a caminar un pedazo del camino y se ponían a llorar. Nos pedían que agarráramos un bus, pero no teníamos dinero para pagar”.

En los campamentos, los niños han recibido medicinas, colchones y cobijas. Cuando ven las cámaras, los niños de emocionan y posan.
En el trayecto vieron muchas madres y padres con sus hijos. Las cifras de Unicef compartidas con organizaciones de derechos humanos en Ecuador son reveladoras. Entre el 12 de julio y el 14 de agosto pasado, de 673 niños y adolescentes que pasaron por Rumichaca y el puente de San Miguel, el 16% llegó con su padre y madre; el 69% solo con su madre; el 5% solo con su padre; el 7% separado de sus padres; y 8, es decir, el 1%, arribaron sin compañía.
Pero este registro de 673 niños y adolescentes solo corresponde a los menores que no fueron registrados en la frontera norte por falta de documentación. Por ejemplo, 481 no fueron registrados porque solo tenían la partida de nacimiento; 143 no contaban con el permiso de salida del país del papá o mamá o de ambos; 27 no tenían ni cédula o pasaporte ni partida de nacimiento; 8 solo contaban con copias simples de su documento; y el resto, entre 3 y 1 casos, porque su padres no tenía documentos válidos, caducados o en mal estado, etc. Pero desde el 1 de enero al 14 de agosto, 5.648 niños, niñas y adolescentes no fueron registrados por estas razones, según los datos de Unicef. Las edades de los niños sobre todo bordeaban los 1 y 4 años (ver gráfico).
Esto prendió las alarmas de la sociedad civil después de las declaraciones del ministro del Interior, Mauro Toscanini, sobre la decisión de pedir pasaporte a los venezolanos para su ingreso a Ecuador desde el 18 de agosto pasado. Ese días, el flujo de venezolanos por Rumichaca cayó de 3.000 y 2.000 por día a 1.263 una vez que la medida entró en vigencia.
Alrededor de 23 organizaciones y defensores de derechos humanos enviaron una carta abierta la semana pasada al presidente Lenín Moreno en la que cuestionaron la resolución. La consideraron ilegal e inconstitucional. Esta agravará, en su opinión, la situación de los extranjeros y los dejará más vulnerables pues en Venezuela este documento puede tardar hasta 8 meses.

Carta abierta de 23 organizaciones y defensores de DDHH que cuestionan la medida de pedir pasaporte a los venezolanos.

Solicitud de medidas cautelares para evitar que Ecuador pida pasaporte a los venezolanos.
Un día después del anuncio, la Defensoría del Pueblo, la Defensoría Pública, el Centro de Derechos Humanos de la Universidad Católica y la Misión Scalabriniana Ecuador solicitaron medidas cautelares para evitar que se pida pasaporte a los venezolanos. En el documento alertaron que, según las cifras de Unicef, más de 5.000 menores venezolanos estarían en una situación irregular migratoria. “Esto evidencia que la medida dispuesta por el Ministerio del Interior, implica mayor desprotección a los niños, niñas y adolescentes y, por el contrario, provocaría su irregularidad migratoria pues, como se ha dicho, es población que no puede acceder fácilmente a pasaporte”.
Pero tras las críticas el Ministerio de Relaciones Exteriores, mediante el Acuerdo Ministerial 243, dispuso que no se exija el pasaporte a los niños y adolescentes en calidad de turistas, transeúntes o con ánimo de radicarse en el Ecuador. Pero bajo dos salvedades: 1) Que los menores ingresen acompañados con sus padres, quienes sí deben portar un pasaporte válido y documentos que certifiquen el parentesco como la partida de nacimiento original o copia certificada. 2) Y si van acompañados de un tutor, este de igual manera debe presentar documentos que lo avalen como tal.
Pero imponer el pasaporte, aseguran las organizaciones de DDHH, es no entender el problema por el que atraviesa Venezuela. José, por ejemplo, es un militar que desertó de las filas porque su sueldo ya no le alcanzaba para pagar la educación de sus hijos. Y su esposa por un día de trabajo le daban un kilo de arroz. Ella narra que la decisión de salir de su país la tomaron en marzo pasado cuando ya no tenían ni medicamento ni compras. “Mi abuela murió por falta de un marcapasos”, recuerda. 
Las familias se aventuran por difíciles trayectos. La peor parte, según padres consultados por Plan V, es el paso por la región de Berlín, en el municipio colombiano de Pamplona, por donde deben atravesar el páramo. Nazaret recuerda la muerte de un niño en los brazos de su madre por el intenso frío. Sus compañeros de viaje pararon una ambulancia que transitaba por el lugar para que los atendieran. No supieron más de ellos. “Hasta hombres y muchachos murieron de hipotermia”, afirma. A sus hijos no les pasó nada. Los vistió con 10 sacos y 10 pantalones a cada uno para que aguantaran las temperaturas que caen hasta los 0 grados.
En las noches, los vecinos de las localidades colombianas por donde pasaban les pagaban hoteles para que no durmieran en la calle con los niños. En Rumichaca también una señora de un restaurante cercano al puesto migratorio le abrió las puertas de su casa para que durmieran allí. En la frontera norte estuvieron una semana. Aunque Nazaret con sus hijos pasaron rápido por la fila prioritaria tuvieron que esperar a José y al resto de los hombres de la familia para que les dieran la Tarjeta Andina para ingresar al país.
Pero Yéssica Delgado, de 23 años, tomó otra ruta con sus tres niños de 9 meses, 4 y 6 años. Prefirió evitar el páramo y el frío y recorrer los cálidos Llanos Orientales colombianos. “Me daba miedo porque dicen que son zonas de las FARC, pero mucha gente caminaba por allí”. Es una ruta más larga para llegar a Ecuador. Dice que se demoró 14 días desde Cúcuta hasta Rumichaca.
Traía una maleta con ruedas para se dañó y la botó con toda su ropa porque pesaba mucho. En la vía le regalaron un canguro para el bebé. En el grupo que iba, los hombres se turnaron para ayudarle con los niños. Aunque sus hijos caminaron un buen tramo y no se enfermaron -los tres son asmáticos- en Rumichaca les afectó el frío. Allí pasaron cuatro días porque los agentes migratorios no le quería sellar la cédula, que la tenía vencida. Durmieron en carpas. “El mayor en la madrugada me temblaba aunque le ponía 3 o 4 cobijas. Los labios se le pusieron morados”.
En este control migratorio y en el puente de San Miguel, el Ministerio de Inclusión Social y Económica instaló un espacio lúdico para brindar atención recreativa y apoyo emocional a los menores. Allí reciben la atenciòn de educadoras de desarrollo infantil mientras sus padres realizan los trámites migratorios. Según un último reporte de este Ministerio, en Carchi han atendido entre 60 y 80 niños por día. En Sucumbíos, la cifra va de 10 a 20 niños de 1 a 7 años.
Finalmente Yéssica Delgado pasó con sus hijos y un señor los trajo a Quito en su vehículo. Los dejó en el albergue de paso en Pintulac donde descansaban la tarde del pasado miércoles con seis maletas de las donaciones que habían recibido en el camino. Su meta era llegar a Perú donde aseguran tener más posibilidades de encontrar trabajo. “Cuando ellos crezcan contarán esta historia: que su mamá los sacó caminando”.

Flor Buitrago, de 78 años, viajó con su hija, nieta y bisnieto. El niño tiene 3 meses y nació durante su tránsito por Colombia. Su destino era Perú, pero al llegar a Huaquillas se devolvieron para Quito por temor de no conseguir trabajo. La semana pasada estuvieron en el albergue de paso de Pintulac, en el norte de la ciudad.
Pero Rossi Díaz, de 21 años, tuvo otra experiencia en Rumichaca. Allí mientras esperaba su turno sin darse cuenta le robaron la cartera donde llevaba la partida de nacimiento de su niño de 4 años. Le tomó un día pasar y poner la denuncia del robo. Los asaltos y robos, según testimonios recogidos por Plan V, son frecuentes en el camino. Por ejemplo a Carmen, nombre protegido de una madre de 24 años que huyó de Venezuela por haber sido señalada como guarimbera (las personas que van al frente en las protestas), la asaltaron en Bogotá. Pero logró mantener sus documentos, sobre todo las partidas de su niño rubio de 4 años. La guardó en su brasier.
En Quito, las familias venezolanas pasan por uno o más albergues. Por ejemplo José y Nazaret llegaron primero al terminal de Carcelén y después al albergue de paso en Pintulac. De este lugar salieron porque los tres y cinco días que permiten estar allí a los venezolanos son insuficientes para conseguir trabajo o un lugar donde vivir. El abuelo de la familia, que también se llama José Carrizales, recuerda que una noche caminando por el terminal se encontraron con una amplia vereda cerca al intercambiador de Carcelén y allí se quedaron.

Los caminantes llegan con los pies llenos de ampollas y sin el tratamiento adecuado y en el polvo, las heridas se le contaminan. Es el caso del abuelo José Carrizales.
Luego llegaron más familias y, hasta la semana pasada, el campamento improvisado tenía 150 personas y 8 niños. En los días de lluvias les ha tocado pasar la noche parados y con los niños en brazos. Los hombres comparten los colchones más pequeños y a Nazaret le han dejado el más grande para que duerma con sus tres niños. A este lugar los niños llegan, dice sus madres, deshidratados por el largo viaje y con menos peso. A algunos les sale sangre de la nariz por el clima de la ciudad o les da gripes. También se les parte los labios. Para los hijos de Nazaret el viaje fue una aventura. “Cuando veníamos caminando ellos nos decían ‘apúrense’ que ya vamos a llegar”.

Los recién llegados sobre todo trabajan vendiendo caramelos en las terminales, buses o calles. Dicen que es su única opción porque en la mayoría de trabajos les piden visa, un documento que no pueden acceder por falta de pasaporte y los altos costos del trámite.

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