martes, 28 de agosto de 2018

Moreno sí podría quebrar el sino trágico del Ecuador

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¿Por qué el país no avanza? ¿Por qué marcha, siempre presuroso, sobre la misma baldosa? ¿Por qué repite políticas y actitudes que han probado ser funestas? Pues bien: si el país llega siempre al mismo punto, a pesar de los matices políticos, es porque hay una fórmula que aplica con esmero. Y comparte tácitamente.
Estos días todos la han visto funcionar en el caso de los subsidios. Es un mero ejemplo, pero vale examinarlo, porque encierra la fórmula del fracaso. En el país hay un acuerdo implícito para focalizar los subsidios a los combustibles. De esto se habla desde hace décadas. Pero ningún gobierno lo ha hecho. Nunca tiene apoyo ciudadano y político para tomar esa medida que liberaría, por año, alrededor de 3000 millones de dólares del presupuesto nacional. Se sabe que si se aplica bien, esa decisión no afecta a los más pobres que, en términos reales, dejarían de subsidiar a aquellos sectores que pueden y deben asumir los costos reales de las gasolinas, el diesel y el gas. Pero no se toma.
El gobierno de Lenín Moreno reincide. Se atrevió a eliminar, aunque no enteramente, el subsidio a la gasolina súper. Con esto recuperará, a partir de hoy, un 3% del total de los subsidios.  Es decir, queda intacto el 97% del problema. ¿Por qué¿ Porque hay un mecanismo, tácitamente compartido, para no avanzar. Es un artilugio que puede ser descrito de esta forma: el gobierno propone (desde hace lustros) hacer un diagnóstico, debatir el tema y encontrar métodos para focalizar esos subsidios. Finalmente, archiva el tema. La sociedad no presiona y los políticos cierran los ojos por comodidad, desidia o cobardía. Después de todo, pueden decir que el gobierno, que es el actor de la decisión, no lideró ni propuso una solución real.
No ocurre solamente con los subsidios. En el país, todo el mundo sabe que, también desde hace décadas, que para dar el salto cualitativo sin el cual no habrá democracia, inversión, desarrollo, empleo… Ni República verdadera, hay que llegar a un acuerdo mínimo. Lo sabían los socialcristianos cuando tenían el poder o la posibilidad de imponer contratos colectivos a los gobiernos de turno. Lo supo la Izquierda Democrática o la Democracia Popular cuando competían con los socialcristianos. Lo supo Correa, que nunca pensó en consensuar y se dedicó a buscar el poder total. Lo sabe ahora Lenín Moreno que dinamitó el autoritarismo pero no tiene fuerza política (o la voluntad) para desmontar de cuajo su institucionalidad. Ni para lograr ese acuerdo mínimo necesario para recuperar la normalidad democrática y volver a poner la mesa.
De nuevo, aquí funcionan mecanismos conocidos para matar en el huevo cualquier iniciativa de concertación. ¿Qué ocurre en cualquier país medianamente razonable cuando sus ciudadanos sienten que están en peligro? Los políticos lúcidos (estén o no en el gobierno) y los ciudadanos responsables presionan para llegar a acuerdos. El Presidente hace una propuesta ante la nación, convoca al Palacio de gobierno a los jefes de los partidos y se esmera por sacar adelante un compromiso. Luego todos le dan trámite en el parlamento. Algo parecido ocurrió durante el gobierno de Sixto Durán Ballén a propósito del conflicto fronterizo con el Perú. El país se sintonizó con esa urgencia y pudo, aupado por la resistencia militar y un acuerdo interno, poner fin a esa guerra abierta que tuvo paralizado al país durante décadas.
¿No hay otras guerras como esa dignas de ser enfrentadas conjuntamente y que merezcan acuerdos nacionales? Algunas, pendientes antes del correísmo, se han tornado más urgentes: una reinstitucionalización en la que quepan todos, no solo los militantes de un partido o una tendencia. Un acuerdo mínimo, que trascienda algunos gobiernos, por la producción, la educación, la limpieza del agua en acequias y canales, la inserción de los pobres en el aparato productivo y el entronque del país en el mundo. Para ellos se requieren capitales, estrategias, voluntad, tiempo, estabilidad en los programas… El país no avanzará, no parará  de marchar en la misma baldosa sin este acuerdo mínimo nacional.
Moreno puede animarlo porque su debilidad política es, paradójicamente, su mejor ventaja. Ya hizo la mitad de su tarea. No tiene nada que perder. Y puede, en cambio, precisamente porque no aspira a tener futuro político, ser el punto de convergencia de todos aquellos que aspiran a gobernar y saben que el país tiene que quebrar el círculo vicioso en que se mueve. De eso depende el futuro. De lo contrario el país seguirá repitiendo, sin tregua ni cansancio, la fórmula del fracaso.

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