El delincuente que el correísmo convirtió en ícono
Néstor Kirchner murió, a los 60 años, el 27 de octubre de 2010 de un paro cardíaco. Casi seis meses antes (el 4 de Mayo) había sido designado como el primer Secretario de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). El 5 de diciembre de 2014, los presidentes inauguraron la sede de esta organización en Quito, en la Mitad del Mundo y Cristina Fernández, entonces presidenta de Argentina, descubrió la estatua en homenaje a su esposo fallecido. “Kirchner fue un convencido de la unidad de los pueblos latinoamericanos –dijo en un comunicado la Unasur en esa ceremonia–. Luchó durante su vida por profundos cambios en su país y en América Latina, y trabajó desde distintas instancias por la justicia social, la equidad, la democracia y la integración”.
La estatua de bronce pesa 600 kilos y mide 2,30 metros No es poca cosa. Y eso mismo significa que aquellos que promovieron esa idea (en particular Rafael Correa y los suyos) sabían que esa estatua, de ese porte, en ese sitio, estaba destinada a convertirse en un símbolo. Símbolo de la integración, de la democracia, de “profundos cambios en su país y en América Latina”. Símbolo del socialismo que animaban en ese momento Lula da Silva, Hugo Chávez, Cristina Fernández, Daniel Ortega, Rafael Correa, Evo Morales… En claro, Kirchner pasó a ser el primer icono de la nueva independencia de la Patria grande. El primer muerto de la nueva camada de próceres.
Lo inverosímil no es que lo hayan pensado: lo inconcebible es que lo hayan hecho. Porque hasta la familia de Pablo Escobar puede haber soñado con hacerle una estatua. Pero otra cosa es que los presidentes de la mayor tendencia política de esta década en América Latina hayan tratado de convertir en símbolo político del continente a un delincuente. Ellos lo sabían. Conocían las acusaciones documentadas de corrupción que existían en Argentina sobre Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández. Debían conocer su historia. La forma como se hizo rico Kirchner lavando dinero de los militares fascistas. Los milagros que hizo en la gobernación de Santa Cruz donde, desde 1991 hasta el 2003, Kirchner se hizo reelegir modificando la ley que se lo impedía. No podían ignorar que él controló mafiosamente esa provincia rica en petróleo en la cual controló todo: desde la justicia hasta los medios de comunicación. Y luego vino la Presidencia y el arrume de escándalos que hubo tras su fortuna personal que no cesó de aumentar, así como la de su esposa y sus dos hijos.
Era evidente en Argentina que Kirchner se conducía en el Estado como el jefe de una enorme mafia. Era evidente, como se ha escrito algunas veces en Argentina, que él no era de izquierda ni de derecha; no era privatizador ni estatista: era ladrón. De una avaricia insaciable. Un hombre que amaba las cajas fuertes por sobre todas las cosas y recibía cada día bolsas llenas de dólares.
Que los presidentes de esa tendencia lo hayan querido erigir en símbolo, es revelador: habla de la identificación que sentían con ese personaje, con su voracidad por el dinero, con la sed imparable que tenía para acumular bienes inmuebles. Queda claro que en 2010, los líderes que marcaban el ritmo de la política en el continente convirtieron al primer muerto del club en símbolo fundido en cobre. En 2010, esas cartas que el poder siempre juega sobre sus límites, sobre sus líneas rojas, ya estaban jugadas para el correísmo. Kirchner era un ejemplo. Que sobre ese monumento no haya habido oposición, reticencia por lo menos, en Alianza País muestra que todas las barreras políticas y éticas ya habían sido derribadas en ese movimiento.
No hay cómo extrañarse de que luego, en septiembre de 2016, cuando Cristina de Kirchner estaba siendo investigada en Argentina por algunos delitos, la inefable Gabriela Rivadeneira la haya condecorado en la Asamblea Nacional. Como Presidenta de esa función. Entre pares se distinguen y se festejan. Tampoco hay cómo sorprenderse de que los correístas no hayan votado a favor de retirar ese estatua del edificio de Unasur. Para ellos (y de nuevo se delatan) ese delincuente sigue siendo un símbolo. Lo es, no hay cómo olvidarlo, por lo menos desde 2010. Esos mismos correístas deberían leer Los cuadernos de las coimas que el diario La Nación ha publicado. Son cuadernos escritos por Oscar Centeno, el chofer de Roberto Baratta, exfuncionario del Ministerio de Planificación durante el kirchnerismo. Centeno anotó minuciosamente los recorridos que hacía con su jefe para recoger y repartir bolsas de dinero provenientes de la obra pública. Todo esto entre 2005 y la muerte de Kirchner en 2010. Esos cuadernos también muestran de cuerpo entero al delincuente que Correa no vaciló en convertir, en nombre de Ecuador, en ejemplo. Por eso esa estatua debe desaparecer del edificio de Unasur cuanto antes.
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