Para los correístas no existen los refugiados
No hacía falta. Pero la ola de millones de refugiados venezolanos que caminan por las carreteras de Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Chile… es la prueba del estruendoso fracaso del socialismo del siglo XXI. Esa es la obra maestra de Hugo Chávez –nuestro comandante dice la inimitable Gabriela Rivadeneira– y de su alumno Nicolás Maduro.
Durante todo el correísmo, Rafael Correa y su séquito fueron fieles defensores de ese régimen, del cual copiaron hasta los nombres de algunas entidades públicas. Y formaron parte de cuanta institución se inventaron Chávez y Lula da Silva para tratar de boicotear el sistema interamericano. Se entiende que la compenetración no solo era política sino que se retroalimentaban, se reconocían en las prácticas gubernamentales y se festejaban mutuamente los resultados obtenidos.
Dicho de otra manera, Gabriela Rivadeneira, Pabel Muñoz, Marcela Aguiñaga, Virgilio Hernández, Augusto Espinosa, Ricardo Patiño, Soledad Buendía… O han perdido el habla. O sencillamente se han vuelto hemipléjicos. No hablan de esa tragedia humana. No se han enterado de que existe y transita por Ecuador. No la ven. Y si reparan en ella, lo hacen para criticar al ministro Mauro Toscanini (se lo merece con creces) o para insinuar que se le debe dar un tratamiento regional (es acertado), pero, claro, no señalan la causa y el responsable directo de esta crisis humanitaria: el socialismo del siglo XXI que adoran y el carnicero de Venezuela que ahora reemplaza al comandante Chávez, el militarote fanático, dictador y adorador de los Castro, los dueños desde hace casi 60 años de Cuba.
Los correístas y el propio Correa no hablan del drama humano generado por el sistema que defendieron con tanto ahínco. Y cuando lo hacen, como en el caso de Marcela Aguiñaga, los ven como si fueran turistas, no en su calidad desesperada de personas que huyen de Venezuela. La desmemoria o la hemiplejia de los correístas no son nuevas. Cuando fracasó Lenín en Rusia, sus antecesores apostaron a Stalin. Cuando Jrushchov hizo sobre informe secreto sobre el régimen de terror y el fracaso económico de Stalin, miraron hacia Mao Tse-Tung en China o Enver Hoxha en Albania… Y así, hasta ahora. La práctica no cambia: cuando la realidad muestra lo que produce el marxismo, con la mayonesa criolla que se inventa cada dictadorzuelo (tiranía, pobreza generalizada y éxodo), llegan siempre al mismo punto: la teoría es buena, la oligarquía y el imperialismo les sabotean y si tienen que enterrar a un dirigente, pues se inventan otro. La deriva religiosa de muchas congregaciones que se dicen de izquierda ha sido y sigue siendo terriblemente mortífera para la política.
Para esas cofradías no existe la realidad. Sus tesis no producen –no pueden producir, jamás han producido– catástrofes económicas. Ni miserables. Ni muertos. Esas congregaciones viven, sobreviven, a prueba de todo. Para ello cuentan con un arsenal de coartadas, cortinas de humo, lemas en todos los idiomas que, por adelantado, los declara irresponsables de lo que piensan, escriben, proponen y ejecutan en el poder. Personas como Gabriela Rivadeneira, Pabel Muñoz, Marcela Aguiñaga, Virgilio Hernández, Augusto Espinosa, Ricardo Patiño, Fánder Falconi, Soledad Buendía, Paola Pavón… son indecentes, intelectualmente hablando, porque en su esquema mental ese requisito mínimo, de ética pública cuando se es un responsable político, no tiene sentido. Ellos están programados para tener la razón, para tenerla a pesar de los resultados de sus acciones. Y no basta con eso: algunos, como Augusto Espinosa, las endosan a los otros.
La ola de inmigrantes venezolanos no es consecuencia de lo que hace Maduro. Es impensable. Maduro tampoco es el responsable directo de políticas nefastas que llevan a millones de venezolanos a preferir el éxodo al paraíso que ellos preconizan. Y, claro, como no se sienten responsables de lo uno ni de lo otro, pues ellos pueden seguir dando lecciones a Toscanini, al gobierno, a los organismos internacionales… A quien se les ocurra sobre qué hacer, dónde y cuándo con la ola de refugiados de la cual ellos son corresponsables.
Programadas para tener la razón, estas congregaciones religiosas que se dicen de izquierda, nunca aceptarán que su modelo produce ese mundo de refugiados que escapan del paraíso que ellos ensalzan. No hay remedio: los fanáticos de la dictadura en vez de ser políticos y de concebir la realidad como interlocutora, viven extraviados en postulados religiosos tan absolutos como eternos. Mientras tanto son capaces de arruinar países y producir éxodos multitudinarios.
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