martes, 1 de mayo de 2018

Tras 11 años, Ecuador vuelve a tener ministro de defensa

  en Columnistas/La Info/Las Ideas  por 
Un ministro de defensa es una persona que dirige una organización, como son las Fuerzas Armadas, en la que existen una serie de códigos de conducta, valores jerárquicos y objetivos (moral institucional) que la distinguen de otras entidades que son parte del régimen democrático. Por ello, quien asume la titularidad de ese ministerio no sólo debe conocer, respetar y valorar el trabajo militar sino que, además, debe tener el firme convencimiento de que las Fuerzas Armadas son esenciales para el desarrollo y progreso de las sociedades modernas. Como consecuencia, el ministro de defensa es una persona que encarna y defiende el espíritu cívico, no partidista, mucho menos ideológico, que debe reinar entre las Fuerzas Armadas respecto al devenir político de un país. Un ministro de defensa, acorde a la descripción anterior e independientemente de que sea civil o militar, Ecuador no tuvo entre enero de 2007 y fines de abril de 2018. Si bien durante más de 11 años el país registró nueve personas encargadas de esa Cartera de Estado, ninguna de ellas cumplía con el perfil básico de un verdadero ministro de defensa. Esa fue la triste realidad del país.
La semana pasada, más allá de la pronosticada caída del último de la terna de los compadritos, Ecuador ha recibido con esperanza el positivo cambio otorgado a la conducción de sus Fuerzas Armadas. En efecto, la designación del General Oswaldo Jarrín como Ministro de Defensa, da cuenta de la intención del gobierno de recuperar el espacio perdido durante esa larga década en la que se intentó reducir las dependencias militares a células del movimiento oficialista y las armas de defensa de la soberanía del país a medios para mantener la revolución de las manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes. La llegada del General Oswaldo Jarrín, por tanto, otorga al país un ministro de defensa de alto prestigio intelectual, conocedor profundo de la realidad militar y comprometido con los valores democráticos que tanto anhela recuperar (al menos en alguna medida) el país.
Más allá de las expectativas generadas, la agenda política a la que se enfrentará el nuevo ministro es álgida. Aquí algunos de los más temas más importantes que el General Jarrín deberá sobrellevar.
Por un lado, es necesario reubicar a las Fuerzas Armadas en el lugar clave que deben ocupar en el mantenimiento de la seguridad del país. Específicamente, el nuevo ministro tiene que trabajar en la recuperación del espacio de coordinación, procesamiento y uso de información sensible que tenían las Fuerzas Armadas hasta 2006. Complementariamente, la tarea del nuevo ministro no sólo es estratégica sino también política, pues requiere conseguir del gobierno los recursos económicos que permitan potencializar las capacidades operativas de las fuerzas militares. Los aciagos acontecimientos suscitados en las últimas semanas en Mataje y en otras zonas del país deben posicionar entre la ciudadanía la idea de que la dotación de armamento y tecnología para las Fuerzas Armadas no es un gasto sino una inversión, orientada al mantenimiento de la convivencia pacífica tano al interior del país como en los territorios fronterizos.
En esa misma línea, el nuevo ministro debe priorizar el establecimiento de acuerdos de cooperación con países dispuestos a ofrecer ayuda para el control del crimen organizado. Con una propuesta clara, objetivos específicos y considerando la soberanía como un elemento esencial en la negociación (no como un dogma), el ministro deberá fomentar este tipo de canales de apoyo. Sin embargo, ahí su principal reto será el juego político interno que deberá mantener frente a la Cancillería. A pesar de que en términos pragmáticos los acuerdos de cooperación son clave, esa no es la posición que se asume desde el Ministerio de Relaciones Exteriores y, como bien sabe el país, en muchos aspectos quien gobierna no es el Presidente Moreno sino su Canciller. Por ello, la estrategia del General Jarrín tiene que orientarse a la búsqueda de adhesiones de diferentes sectores de la ciudadanía. Esa será la única forma de generar presión política para avanzar en este aspecto.
Por otro lado, la agenda del nuevo ministro debe orientarse a recuperar la institucionalidad interna de las Fuerzas Armadas. Las nueve personas que estuvieron al frente de esa Cartera de Estado durante la década de la mesa servida jamás entendieron que las jerarquías y la disciplina son esenciales a cualquier organización de naturaleza militar. Por ello, y por otras razones de orden ideológico y de sumisión al pater familias, las Fuerzas Armadas se desestructuraron y cayeron en un limbo institucional. Como consecuencia, los otrora liderazgos existentes entre los altos mandos militares ahora se encuentran en estado de letargo y es allí donde el nuevo ministro debe incidir para su revitalización. La posibilidad de vincular nuevamente la perspectiva militar con la que proviene del conocimiento universitario es una alternativa viable para que el proceso de recuperación de la estructura y liderazgos al interior de las Fuerzas Armadas se torne más ágil.
Finalmente, aunque no menos importante, la agenda del nuevo ministro debe contemplar la posibilidad de diseñar una estrategia de seguridad integral, en la que la dimensión militar vaya acompañada de componentes sociales, políticos y económicos. En dicho esfuerzo debe ser considerada también la articulación del Ministerio del Interior, la Policía Nacional a través de sus servicios de élite y la naciente unidad coordinadora de seguridad pública, adscrita a la Presidencia de la República. Desde luego, un actor clave en todo el proceso constituirá la Asamblea Nacional pues de la decisión que allí se asuma para reformar y/o derogar las absurdas disposiciones legales provenientes de la visión anti militarista de los alfiles del pater familias, dependerá que el país cuente con una política de seguridad coherente y articulada.
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Si bien la designación del General Oswaldo Jarrín como Ministro de Defensa, luego de más de 11 años de desgobierno en esa Cartera de Estado, genera una señal importante de cambio, su agenda de trabajo debe estar necesariamente acompañada del respaldo de diferentes sectores ciudadanos. Por las razones que se han expuesto, seguramente más de un colaborador del gobierno no ve con buenos ojos la llegada del nuevo ministro y habrá también quienes, como la actual Canciller, abiertamente pondrán cualquier tipo de cortapisas a la posibilidad de devolver a las Fuerzas Armadas el espacio histórico que les correspondió en el desarrollo del país. Demás está decir que el lamentable estado en el que quedaron las Fuerzas Armadas del país durante la larga década pasada tuvo precisamente a la actual Canciller y a su colega de poesía como los ministros de Defensa Nacional con más tiempo en el cargo (22 meses y 48 meses, respectivamente)… y acaso también con la mayor carga de responsabilidades a enfrentar en el futuro.

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