Publicado en la Revista El Observador, edición 104, abril de 2018 |
|
La idea marca el curso de la trayectoria humana. La idea positiva empodera al ser humano y le convierte en protagonista de la historia. La idea es la más sutil y extraordinaria creación de la inteligencia que determina el curso de los acontecimientos. Todas las grandes obras de la civilización, antes de ser realidad, fueron ideas que conmovieron, motivaron, convencieron e inspiraron a los pueblos. Si la idea es grande los pueblos se unen, trabajan con decisión, avanzan con paso de vencedores, triunfan y brillan en el horizonte histórico. En cambio, cuando la idea es pesimista, contagia con su negativismo hasta a los más grandes imperios que debido a eso han colapsado. El comportamiento humano depende de la idea, si es positiva la dinámica social vive el apogeo, si es negativa llega la decadencia.
La idea tiene el poder que eleva al ser humano desde lo común a lo excepcional y desde lo ordinario hacia lo extraordinario. La idea da sentido a la vida, racionaliza esfuerzos, convoca voluntades, suma iniciativas, realiza proyectos, alcanza objetivos, genera justicia. La idea es energía pura, es la luz interior que ilumina el universo, es la fuerza mental que atrae y encanta, es el maravilloso prodigio generado por las neuronas del cerebro humano que transfigura el mundo. En la inteligencia radica el poder del ser humano. El poder entendido como verbo es la capacidad de hacer y construir, es poder percibir, conocer y comprender la realidad; es la facultad de imaginar, pensar y comunicar; es la posibilidad de emprender proyectos, desafiar dificultades, vencer obstáculos, alcanzar objetivos; es poder investigar, desarrollar el conocimiento científico y la tecnología; es la capacidad de utilizar los recursos y manejar las fuerzas de la naturaleza. Todo este poder del ser humano nace de su inteligencia. Desde luego, en el amplio horizonte de las ideas, es imprescindible distinguir el mundo de la fantasía en el que la ilusión deriva en utopías, ensueños y quimeras imposibles, frente a lo que constituye la imaginación realista que con sus deslumbrantes ideas es capaz de ver lo que aún no existe y así anticiparse a los hechos moviéndose en el ámbito de lo probable. Una cosa es el delirio alucinante y otra la visión futurista. Según las investigaciones científicas la especie Homo sapiens sapiens, apareció probablemente hace unos 200.000 años en el sudeste africano, y desde allí, dada su naturaleza trashumante salió y pobló el planeta. Como sabemos su primer escenario fueron la pradera, el bosque y la caverna. Sobrevivió de la recolección y la cacería. Poco a poco convirtió a piedras, maderos y huesos en herramientas, instrumentalizó el fuego, inventó la arcilla, descubrió los metales, inventó el lenguaje, creó la agricultura y la ganadería, desarrolló la religión, la filosofía, la ciencia y la tecnología. El poder de la inteligencia humana es extraordinario. Para visualizar su significación resulta muy ilustrativa la didáctica esquematización difundida por el científico Carl Sagan (1934-1996) en su libro Los dragones del Edén y en su serie de televisión Cosmos, en que presentó un sinóptico parangón entre: 1. el tiempo transcurrido desde la Gran Explosión o Big Bang, identificada como el inicio del Universo ocurrido hace 13.700 millones de años; y, 2. los 365 días de un año calendario. Dentro de esta esquematización didáctica, al Big Bang se le ubica en el primer segundo del 1° de enero, mientras que a la especie humana, cuyo inicio se fija hace 200.000 años aproximadamente, le corresponde los últimos 7 minutos de la noche del 31 de diciembre. Desde esta perspectiva cósmica, la presencia humana en el contexto universal tan solo significa una pequeñísima fracción de tiempo, y si nos referimos a los últimos cinco mil años en que el pueblo egipcio edificó sus pirámides e inventó la escritura jeroglífica, apenas constituyen los últimos 11 segundos de ese año cósmico. Sin embargo, en el curso de estos 200.000 años, a partir del primitivo escenario natural, la inteligencia humana ha sido capaz de edificar la llamada sociedad del conocimiento del siglo XXI caracterizada por la comunicación instantánea y satelital, la computación, la telefonía celular, los gigantescos edificios, las modernas ciudades, las autopistas, los aviones, los viajes espaciales. El mundo de nuestros días se mueve al ritmo de la ciencia y la tecnología generadas por investigación, la imaginación, la experimentación y la creatividad. La historia humana se mueve al ritmo de las ideas y en la inteligencia está el poder, por lo que, tarea de todos es mantener presentes sus enseñanzas a objeto de valorar la virtud del pensamiento, la potencia de la imaginación y la fuerza del progreso que late de manera espontánea y natural sobre todo en la juventud que es la columna vertebral del presente y del futuro de la sociedad. Sin ideas nuevas los pueblos se agotan y las culturas colapsan. No importa la gloria y el poder que en algún momento pudieron alcanzar, si pierden su capacidad de imaginar se debilitan y sucumben. La sociedad humana en nada se parece a un bloque monolítico de material pétreo. La historia ha demostrado que es equivocado pretender uniformar a los seres humanos en un solo modelo unidimensional. La mentalidad define la orientación y el curso de los sucesos. La mentalidad triunfadora convierte a los sucesos en oportunidades, resuelve los problemas y se abre paso a través de las dificultades, porque siempre es capaz de encontrar el camino propicio. El pueblo optimista no se acompleja ni pierde su autoestima, no admite la derrota porque si en algún momento se equivoca y sufre reveces, en medio de la crisis se levanta con más determinación y vuelve a la lucha una y otra vez. Su fortaleza y su templanza se ponen a prueba en los momentos difíciles. Los pesimistas sucumben, los optimistas triunfan. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario