Aurelio Maldonado Aguilar
Por AGN -17 mayo, 201820
Aún no despertaba del todo la ciudad. Los primeros rayos de sol se abrían paso entre el celaje neblinoso de la joven madrugada. Un orvallo persistente caía mojando las calles y dando el aspecto de tristeza, aunque de hermosa serenidad a la siempre bella Cuenca de los Andes. Transitaba libre de tráfico en otras horas atosigante y denso por todo su centro histórico. En una esquina una organizada cola de gente que me llamó la atención, trataba de mantener tibieza con gorras y frazadas. Fue una imagen que recurrentemente se ve a lo ancho del mundo de grupos humanos que requieren ayuda humanitaria generalmente por la diáspora obligada por regímenes despóticos del mundo.
Aún no despertaba del todo la ciudad. Los primeros rayos de sol se abrían paso entre el celaje neblinoso de la joven madrugada. Un orvallo persistente caía mojando las calles y dando el aspecto de tristeza, aunque de hermosa serenidad a la siempre bella Cuenca de los Andes. Transitaba libre de tráfico en otras horas atosigante y denso por todo su centro histórico. En una esquina una organizada cola de gente que me llamó la atención, trataba de mantener tibieza con gorras y frazadas. Fue una imagen que recurrentemente se ve a lo ancho del mundo de grupos humanos que requieren ayuda humanitaria generalmente por la diáspora obligada por regímenes despóticos del mundo.
Me acerqué admirado y pregunté de que se trataba y claro, lo que supuse confirmaba mi sospecha cuando me contestaron con dialecto extranjero, en este caso llanero y venezolano, que eran gentes que huían del nefasto régimen chavista de Maduro, que luego de largo periplo de muchos días de sacrificio, hambre y frío, llegaron aquí buscando caridad y la mano solidaria de la institución a la que se apegaban para poder recibir una taza de café caliente y una porción de pan que reviva fuerzas para enfrentar la calle nuevamente y sin ningún apoyo, intentar conseguir trabajo que les saqué de aquella penosa situación de mendicidad y hambre. Víctimas tristes de un gobierno despótico dirigido por un ignaro chofer de autobús de escaso intelecto que lo ha demostrado muchas veces en fatuas arengas y viendo a su dios el “gorilon” de Chávez en pajaritos y consejos de alucinación pueril y tonta.
No por casualidad la gente que huye tiene en Latinoamérica especialmente el denominador común de tener sus países en manos de crápulas socialistas que sólo están para su enriquecimiento y el de los áulicos que les endiosan para conseguir poder. Regímenes que están ligados a grandes negocios de narcotráfico formando sociedades conocidas pero encubiertas entre ellos para lograr el ilícito y sirviéndose de posiciones geoestacionarias de sus países, agilitan el viaje del matute convertido en polvo alucinógeno. Es de esta manera y sólo de esta, sin importar el hambre y la miseria del pueblo, que juntan enormes fortunas como lo han demostrado las cuentas de los Castro en una Cuba martirizada criminal e insistentemente o la riqueza de una de las hijas de Chávez que se codea con millonarios del mundo, pues conocido es de su ligazón con traficantes al punto que hijastros de Maduro purgan cárcel por mafiosos. Nosotros no estábamos lejos de esta realidad y por un pelo fuimos sojuzgados por la turba maligna correista y hoy, día tras otro, se van descubriendo sus mañas y riquezas logradas gracias al control de todos los estamentos y el dispendio más desvergonzado con el que actuaron pensando que jamás serían descubiertos ni juzgados.
Lastimosamente somos parte de la ruta de la droga que fabricándose en Colombia pasa por nuestro territorio por puentes y rutas seguras que fueron entregadas para el propósito y luego por mar llegar a centro América y Méjico para dar el último salto a los países consumidores. Al ser vecinos, todo nos llega como un conflicto humano más, pues no podemos volver las espaldas al prójimo doliente y debemos tender nuestra mano solidaria, sin embargo no somos pueblo rico y también necesitamos vehementes puestos de trabajo para nacionales. Se nos abren varios frentes de problemas como la inseguridad al recibir gente desesperada de hambre que cae en la delincuencia por comer y ya tenemos en Cuenca un caso de sarampión que lo asumíamos erradicado, en un niño migrante venezolano, lo que constituye un problema en salud. Existen graves dificultades propias producto de 10 años de incuria y ajenas que cargan fardos pesados en nuestras débiles espaldas. (O)
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