El año de Moreno: Lenín ya pasó a la historia
Lenín Moreno ya está en los libros de historia. Y está porque aquello que ha propiciado, en un año de gobierno, resulta dable aquilatarlo haciéndose unas pocas preguntas: ¿Guillermo Lasso hubiera podido llevar a cabo una consulta popular para inhabilitar a Rafael Correa? ¿Hubiera podido, con alto índice de credibilidad en la opinión, revelar las cifras reales de la economía? ¿Hubiera podido nombrar un Consejo de Participación Ciudadana Transitorio para evaluar los organismos del correísmo y, eventualmente, cesar a sus miembros sin mayor sobresalto institucional? ¿Hubiera podido mostrar la cara real del correísmo, dejar sin piso al aparato de propaganda y mostrar la profunda corrupción en la que desembocó la tan mentada Revolución Ciudadana? ¿Hubiera podido dinamitar el mito que se hizo Correa metiéndose, por sí y ante sí, en el mausoleo de los próceres? ¿Hubiera podido hacer este revolcón en un clima de relativa calma social y sin un herido en las calles?
La respuesta es No. Y eso no por falta de voluntad política de Lasso sino porque Moreno lo hizo desde adentro, provocando una implosión inesperada en el bloque soldado férreamente por el caudillo. Apenas un año después, la situación del correísmo resulta inverosímil: Correa está en Bélgica y cuando volvió, para hacer campaña por el No en la Consulta Popular, recibió lluvia de huevos. Perdió su partido, su grupo parlamentario se dividió y sus incondicionales suman apenas una veintena de asambleístas. Su Estado de propaganda, tan macabramente poderoso, es hoy un Estado de mentiras y sus inquisidores son investigados y están fuera de sus cargos. El aparato de Justicia está hoy bajo escrutinio público y su responsable principal, Gustavo Jalkh, se sabe caído. El gran economista es hoy un fiasco y el caudillo autoritario luce sin poder real: está más cerca de ser judicializado (por varios casos) que de volver a la tarima política.
Rafael Correa quiso acuñar, durante este año, el epíteto de traidor a Lenín Moreno. En su libreto, Moreno debía ser el continuador de su obra, el custodio del templo y el mandatario destinado a guardar sus espaldas. Por eso no hay balance posible del gobierno de Lenín Moreno sin examinar el escenario para el cual estaba destinado. Correa, su padrino, se enredó en su propio invento. No formó cuadros y le tocó plegar a la realidad política que Moreno construyó durante seis años en la vicepresidencia: él, por su caudal de simpatía que despertaba, se impuso como su reemplazo. Correa quiso cortocircuitar, a última hora, sus veleidades de independencia impulsando la figura de Jorge Glas. El tiempo y las sospechas crecientes de corrupción, que luego se vieron confirmadas, impidieron que Glas fuera escogido como candidato a la Presidencia. Sin embargo, lo impuso para vicepresidente de Moreno.
Todo estaba calculado. Correa y los suyos anunciaron un balance faraónico que promocionaron durante el último año. Le entregaron el plan de gobierno en tres tomos y con gran despliegue mediático. Lo cercaron en la campaña diciendo que el candidato era lo de menos: lo trascendental era el supuesto proceso revolucionario. Lo dejaron relativamente solo. Al punto de que los cercanos a Moreno sospecharon –y así lo dijeron– que el plan era dejar que perdiera. Una impresión refrendada por Eduardo Mangas en ese audio que le grabaron en Cuenca en el cual, además de afirmar que perdieron las elecciones, dice que les pareció que el correísmo quería que Lasso gane, para complotar contra él desde la Asamblea y demás instituciones plagadas de correístas. Y así poder volver en 2021 como salvador.
Moreno fue la pieza obligada que jugó el correísmo que sabía que la economía no estaba bien y que se les venía un escándalo mayúsculo con Glas y otros corruptos inmersos en el caso Odebrecht. Correa no lo quería como su sucesor porque no resultó todo lo manipulable que deseaba. Y porque intuía que su nivel de lealtad no resistiría la gravedad de las condiciones económicas, sociales y políticas que se venían. Finalmente, lo apoyó con todo el aparato del Estado, esperanzado en poderlo controlar en parte. Para eso se quedó, tras la posesión de Moreno, mes y medio en el país. Sin éxito.
Por todo esto no hay balance posible del gobierno de Moreno sin plantearse el escenario que hubiera habido en el país si él, elegido en circunstancias muy polémicas, no hubiera roto el fuego (por razones incluso ajenas a su voluntad, como se verá en la segunda entrega), contra su predecesor: un país convulsionado, una economía disfrazada y quebrada y una sociedad totalmente bloqueada. Y mientras tanto, Correa estaría vanagloriándose de su obra, dando cursos de economía y moral desde Bélgica y acariciando su candidatura para 2021. Su partido y sus asambleístas estarían, afanosos y disciplinadamente, defendiendo el statu quo. Moreno valdría menos que una marioneta en el mercado de las pulgas.
Ecuador se salvó de entrar definitivamente en la senda venezolana. Esto y haber contribuido a destruir políticamente al caudillo autoritario, valen a Moreno algunas páginas en la historia azarosa del país. Reconocerlo es deber de cualquier demócrata que padeció la década correísta.
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