Fidel Egas enciende una ola chovinista en Twitter
Negarse a aceptar errores y defectos es condición imprescindible para no mejorar. Ocurre con las personas y ocurre con las sociedades. Una persona que se entrega por entero al halago y al elogio y rechaza cualquier llamado a reconocer defectos está condenado a estancarse en su mediocridad. Una sociedad que prefiere escuchar exclusivamente cumplidos y se niega aceptar opiniones incómodas, es una sociedad que se miente a sí misma y por eso no sabe a dónde caminar. Y eso acontece con mayor frecuencia de lo imaginado
Este es el tema que se ha hecho visible durante las últimas horas en redes sociales, a partir de un mensaje colgado en Twitter por Fidel Egas. En un texto escrito el 1 de mayo, el banquero dijo que el problema del Ecuador está en que los ecuatorianos son incapaces de reconocerse a sí mismo y ser conscientes de que este es un país mediocre. Enseguida añadía que, para mejorar, hay que aceptar lo que se es y establecer objetivos de corto y mediano plazo para salir adelante. Egas hizo esta anotación al comentar un tuit en el que se promocionaba la reseña crítica que 4Pelagatos hizo del más reciente libro del ex presidente Osvaldo Hurtado, titulado “Entre dos siglos”.
El comentario de Egas provocó la reacción de cientos de usuarios de redes que se sintieron lastimados en su amor propio. El delito de Egas parece haber sido afirmar que el Ecuador es un país mediocre. Reacciones de condena hubo de lo más diversas. Por ejemplo, hubo un periodista que dijo que jamás confiaría sus ahorros a alguien que piensa así de su país (como si la seguridad de los depósitos dependiera del amor por la patria que el dueño del banco profese). Otros lo insultaron por ser banquero, no amar incondicionalmente a la patria y no mencionar las bellezas del paisaje y las virtudes de sus hombres y mujeres.
“¡No señor! No le permito que se exprese así de un país hermoso x su diversidad y x la bondad y nobleza de su gente trabajadora”, le dijo una usuaria de Twitter mientras otro sostenía que los “podridos y mediocres son los oligarcas vagos” que son “parásitos sanguijuelas que viven explotando al pueblo”. Alguien llamó a Egas “empresaurio literal”. Otro afirmó que lo de “país mediocre es un concepto de las élites primitivas del Ecuador”, mientras que una usuaria se confesaba partidaria de la extinción de los banqueros corruptos, dueños del país y evasores de impuestos. Hubo hasta una usuaria que dijo desear que los banqueros se extingan del planeta.
La reacción que hubo en contra de la opinión de Fidel Egas es, en realidad, el síntoma de una atávica incapacidad de la sociedad de verse a sí misma si no es desde el elogio y el halago. Esa actitud de no asumir los defectos y los errores fue evidente hace pocas semanas cuando se encendió el problema en la frontera norte. Ahí un importante sector de la opinión prefirió mirar ese fenómeno criminal exclusivamente como un factor externo importado desde Colombia, en el que los ecuatorianos no tienen nada que ver. La reacción de esos sectores ha sido repetirse una y otra vez, como si fuera un mantra, que el Ecuador es una isla de paz, que los ecuatorianos son incapaces de generar actos violentos y que jamás de los jamases se dejarían corromper por el narcotráfico. Con razonamientos y actitudes como esas, ¿cuándo se va a poder entender lo que ocurre en el frontera? Si hubo importantísimos funcionarios ecuatorianos que se dejaron sobornar por Odebrecht, ¿por qué no habría otros que se dejan sobornar por los narcotraficantes? Pero, no, el amor a la patria exige que nadie dé esos detalles por ciertos.
La negación a verse a sí mismos con defectos y limitaciones no es una actitud nueva y tampoco parece ser exclusiva del Ecuador. Sin embargo, diez años de una gigantesca operación sicológica diseñada por el aparato de propaganda correísta y cuyo objetivo era convencer a la población de que el Ecuador había dejado ya atrás el subdesarrollo y que se había creado un “sueño ecuatoriano”, parece haber causado efecto en la sociedad. Al fin y al cabo alguna consecuencia habrán traídos operaciones de propaganda como el lanzamiento del satélite Pegaso (que duró horas en el espacio) con el que se quiso retratar al Ecuador como un país que había entrado en la carrera espacial y con las aperturas de universidades como Yachay que, se dijo, iban a hacer del Ecuador un Silicon Valley en América del Sur. Tampoco han de ser inocuas las miles de horas que se han transmitido en las radios ecuatorianas, gracias a la Ley de Comunicación, de programas “multiculturales” en los cuales lo único que se hace es exaltar las bellezas del país y santificar las virtudes impolutas de sus habitantes “ancestrales”. En medio de ese espeso y cavernario sentido de amor patrio, cualquier comentario disonante puede herir susceptibilidades, como en efecto se vio que ocurrió con el tuit de Egas.
En su libro “Ecuador entre dos siglos”, que fue lo que disparó finalmente el debate, Osvaldo Hurtado lanza la hipótesis de que en el Ecuador existen patrones culturales que hacen que se repitan una y otra vez los grandes errores en la conducción de los asuntos públicos. Rafael Correa no es el único que ha endeudado irresponsablemente al Ecuador, sino que es tan solo uno más de los gobernantes que, impulsados por un populismo fiscal propio de los ecuatorianos, ha contraído deudas que van más allá de la capacidad de pago del país. El ex presidente, en ese y otros libros recientes, ha demostrado que es uno de los pocos que cree que poner el dedo en la llaga es más útil, para superar los obstáculos del desarrollo, que llenarse de halagos y cumplidos.
Así como Osvaldo Hurtado lanza su tesis de que la incapacidad del Ecuador para salir de la pobreza y el subdesarrollo se debe a patrones culturales, Fidel Egas hace, más o menos en la misma línea, una crítica a los ecuatorianos por su negativa para reconocer sus defectos. Egas afirma que la incapacidad de aceptar la mediocridad impide que se hagan los correctivos necesarios para superarla.
El banquero puede equivocarse al atribuir en su mensaje de Twitter esa mediocridad al tamaño del país, a su clima y su diversidad (de hecho alguien le mencionó con justa razón el caso de Suiza por el tamaño y el de Singapur por el clima) pero la reacción de quienes lo atacaron, en su mayoría, fue puramente emocional y empujada por un chovinismo ramplón y básico. Además, en ninguno de los mensajes de condena al banquero se puede ver algún esfuerzo conceptual para explicar por qué Ecuador está donde está. Y por qué, a pesar de cambiar de gobiernos y haberlos tenido de credos y filosofías diferentes, el país vuelve a lo mismo. Esa es la intención de Hurtado en su libro y, de alguna forma, de Egas en su mensaje. Su posición también puede ser entendida desde otro punto de vista: hacer un diagnóstico del país, admitirlo como un problema, asumirlo como un reto conceptual y encontrar mecanismos para superarlo. Pero ese proceso, los lectores o los tuiteros lo entienden como un ataque.
Parece ser que el consenso de que el Ecuador es un país hermoso, con habitantes maravillosos, lleno de riquezas naturales y libre de cualquier vicio o defecto es algo así como un dogma de fe que nadie puede violar. Y si el principal banquero del Ecuador dice algo que incomoda ese dogma, no faltarán los patriotas que estén dispuestos a no confiarle ni un centavo de sus depósitos.
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