jueves, 16 de noviembre de 2017

La extinción del correísmo obtuso
La pugna interna de Alianza PAIS saca a flote la más refinada esencia de la partidocracia ecuatoriana. No existe ni el más mínimo debate político. Al contrario, todo se reduce a una defensa cerrada de intereses particulares, desde un cargo burocrático hasta la inmunidad frente a la justicia.
16 de noviembre del 2017
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Atribuirle a la disputa una dimensión de la que carece es un vano intento por ocultar la medio-cridad en la que vivió el correísmo durante diez años".
Uno de los mayores equívocos de los correístas fue confundir la retórica con la realidad. Creer, por ejemplo, que bastaba con presentar un programa radical para provocar un cambio en la sociedad. O que el amor propio les eximía de los vicios de la política. Supusieron que el hábito hacía al monje.
Hoy, la pugna interna de Alianza PAIS saca a flote la más refinada esencia de la partidocracia ecuatoriana. No existe ni el más mínimo debate político. Al contrario, todo se reduce a una defensa cerrada de intereses particulares, desde un cargo burocrático hasta la inmunidad frente a la justicia.
El discurso principista de ambos bandos luce vacío, de una vacuidad absoluta. Porque luego de una década de saqueo sistemático de los fondos públicos, es imposible creer en cualquier referencia a principios supuestamente revolucionarios. Más bien asistimos a un impúdico desbordamiento de cinismo. Lo que dejan de herencia los correístas son unas mentes limpias de ética y unas manos ardientes de dinero.
Mas honesto sería dejar de engalanar la triste realidad con frases altisonantes. Porque, en la práctica, la disputa entre coidearios verde-flex terminará resolviéndose como tantos otros conflictos similares: en medio de maniobras, leguleyadas y jugadas rastreras, con el único propósito de quedarse con el membrete electoral. El control del movimiento es la tabla de salvación para el naufragio que inevitablemente ocurrirá en 2019.
Atribuirle a la disputa una dimensión de la que carece es un vano intento por ocultar la mediocridad en la que vivió el correísmo durante diez años. Nunca hubo proyecto, ni organización, ni debate político, ni adhesión ideológica de la militancia. Todo se redujo a una hábil estrategia para ejercer un poder corrupto y autoritario, donde los principales beneficiarios tienen nombre y apellido.
Esta pobreza teórica explica por qué los cabecillas de la bronca no exhiben argumentos medianamente digeribles. Ni políticos, ni ideológicos. Más bien han hecho gala de una marrullería proverbial, a la vieja usanza politiquera: expulsarse y desconocerse mutuamente, golpear primero para golpear dos veces, como en las peleas callejeras.
Confirman así la idea del poder que construyeron durante una década de despotismo. Piensan que las instituciones pueden ser manipuladas a conveniencia, que no son más que una formalidad de bolsillo. Pretenden ganar la partida por puesta de mano.
  En este pleito de compadres, los correístas del ala obtusa llevan la peor parte. Aterrados porque les midan con la misma vara con que midieron a tantas agrupaciones políticas independientes, han querido pasarse de vivos.  Echan mano de las más pedestres artimañas, como destituir en combo al presidente y a la comisión de ética de Alianza PAIS, para luego justificar cualquier ilegalidad. Buscan armar relajo a toda costa, como en las peores grescas partidistas del pasado. Se saben perdidos.

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