miércoles, 9 de agosto de 2017

Aviones presidenciales: lo más valioso es saber cómo fueron usados

  en La Info  por 
Cuando Lenín Moreno anunció la venta de uno de los aviones presidenciales, como parte de sus medidas de austeridad, no lo hizo realmente por la cantidad de dinero que esa venta supone sino por la carga simbólica que tienen esos artefactos.
A lo sumo, con la venta de uno de los aviones se podría recibir 30 millones de dólares. Eso en el caso de que se venda el Falcon 7X que es el más costoso de los dos. El otro, el Legassy podría costar de 15 a 16 milllones según dos expertos consultados por El Universo. Si se suma esto a las otras medidas anunciadas por Moreno se tendría el 1,1% del hueco fiscal, que llega a 4 700 millones anuales según ha calculado Luis Espinosa Goded, profesor de Economía de la Universidad San Francisco.  El anunció, en verdad,  tuvo más una carga comunicacional que de utilidad financiera.
El caso de los aviones, sin embargo, es muy especial. Desde que Rafael Correa compró su segundo avión, el lujoso Falcon de fabricación francesa, sin vender el Legassy de fabricación brasileña que había comprado antes, los aviones se convirtieron en un emblema del abusivo gasto público durante su administración. De nunca haber tenido un avión exclusivo, la Presidencia pasó a tener dos. Ambos, además, tenían capacidad para solo 13 personas, lo que hacía que cada vez que Correa viajaba con una delegación de invitados tenía que echar mano de alguno de los aviones de la empresa estatal TAME. Únicamente desde el 2012 hasta el 2016, la Presidencia había gastado 6 millones 333 mil dólaresen esos vuelos para los invitados, sin contar con los problemas que suponía para TAME que uno de sus aviones deje de funcionar en una de sus frecuencias habituales. Solo en el viaje de Correa a Rusia y a Bielorusia se gastó 1’018 111 dólares en el alquiler del avión de TAME.
Pero los aviones presidenciales no solo representan el abuso en el gasto público y el despilfarro inmisericorde durante los años del correato. Simbolizan, además, una grosera y abusiva visión que de lo público se instaló en el correísmo: los aviones fueron usados como si se trataran de jets privados sin ninguna regulación que significara un límite a su uso. Ninguna medida les obligaba a transparentarlo.
Durante casi diez años, la Presidencia del Ecuador tuvo dos aviones que podían volar prácticamente a cualquier lugar del mundo sin que nadie supiera, a ciencia cierta, a dónde iban ni con qué tripulación lo hacían ni qué transportaban en cada uno de esos viajes. De no ser por la acuciosidad de algunos avispados usuarios de redes sociales, jamás se hubiera sabido, por ejemplo, que uno de los aviones viajó una vez a Seattle en los EEUU y otra a Qatar en los Emiratos Árabes. En ninguno de esos vuelos estaba el Presidente a bordo. Además, nunca hubo información oficial sobre quiénes usaron el avión en esos viajes; mucho peor qué se transportó en ellos. La simple noticia de que muchos de los actos de corrupción que se han denunciado en las últimas semanas se consumaban con entregas de inmensas cantidad de dinero en efectivo ha hecho volar la imaginación de muchos contribuyentes sobre los posibles usos de los aviones presidenciales.
Si los aviones de la Presidencia no solo tienen una carga simbólica asociada al gasto público sino también al de de su uso no regulado ni limitado por parte de la administración Correa, la venta no debería ser la única medida. Informar exactamente, y en detalle, sobre cuáles fueron sus desplazamientos, quiénes los usuaron y qué se transportó en cada uno de los viajes es tan valioso, quizá hasta más desde lo público, que los 30 millones que los expertos dicen se podría conseguir vendiendo el Falcon o los 16 si se vende el Legassy.
Establecer cómo y para qué se usaron los artefactos, y entregar a la sociedad esa información, es una obligación obvia que tiene la actual administración por el derecho que tienen los contribuyentes a conocer cómo se gasto su dinero. Pero eso solo es una parte. Si realmente existe un deseo de establecer los actos de posible corrupción cometidos en el pasado, hacer una investigación de cómo y para qué se usaron las dos aeronaves aparece como una tarea lógica e irremediable.
Cualquier medida de austeridad, por más pequeña que sea, es una muestra de sensibilidad en el manejo de los dinero públicos. Pero cuando se trata de los aviones de la Presidencia, la austeridad no es lo único que está en juego. En el uso que se les dio hay información de inmensa importancia para entender cómo se utilizó el poder durante el correato y cómo se usaron los bienes públicos que perfectamente pudieron haber sido funcionales para actos de corrupción. Con lo que se ha visto en los últimos días, cualquier cosa es posible.

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