domingo, 2 de julio de 2017

La Seguridad Social en terapia intensiva



Publicado el 2017/07/01 por AGN 
DIARIO EL MERCURIO
[Alberto Ordóñez Ortiz]
La Seguridad Social es, hoy por hoy, uno de los temas que por su urgencia debería encabezar o, cuando, menos, constar en sitial preponderante de la agenda presidencial. Su reordenamiento legal, financiero y administrativo exige de la adopción de medidas que no pueden esperar. Impostergables, en la apremiante exigencia del imperativo vocablo. La presencia de sus amenazadoras inconsistencias no solo que quita el aliento sino que es un vitral que exhibe hasta donde llegó la avidez correísta por apropiarse de sus fondos en beneficio de intereses inconfesables, protegidos por el espeso velo de la impudicia. Empero, por más velados que fueran, no dejaron ni dejan de estar a la vista: el enriquecimiento de personajes que por ahora se visualizan y no en el brumoso pántano al que suelen ir a dar los funcionarios de alto coturno delincuencial.
El País no puede ni debe olvidar que fue el presidente cesante quien bendijo, oleó y sacramento las leyes con que se produjo la confiscación de sus fondos y reservas: intocables por mandato constitucional y legal. No le importó la deshonra de su imagen, ni las protestas de los jubilados y demás afectados, para que en ejercicio de la inicua magia del desenfreno, eliminara la deuda que mantenía con el IESS -2.506 millones de dólares- y “desapareciera” de los registros estatales, el 40% destinado para el fondo de pensiones. Entonces, la virtual sepultura de un sistema que tenía y tiene por objetivo proteger a la sociedad ecuatoriana contra los principales riesgos que son inherentes a la vida de la persona humana, tiene nombre. Prohibido olvidar.
Para quienes hemos tenido el privilegio de conocerla desde las arduas complejidades de su interior, como en su amplia y diversificada legislación, en cuya expedición participamos en varias oportunidades, sabemos que cada una de sus prestaciones se basan en rigurosos cálculos matemático actuariales: el sólido sustento que impide que en el tiempo, -en cualquier época-, se produzca su desfinación o quiebra. De allí que los cálculos matemático actuariales de la prestación de salud difieren, por su cuantía, de los de la jubilación por vejez. Cada uno se corresponde con sus respectivas aportaciones que, a su vez, son el resultado de la medición de sus disímiles contingencias, propias de su diversa naturaleza, y que deben ser calculadas por los más doctos profesionales en tan delicado como complejo quehacer.
Entonces, intercambiar las aportaciones del seguro de vejez -de mayor cuantía- por la del seguro de enfermedad, -como hizo el correísmo-, a pretexto de que el segundo tendría un “superávit” y, el primero un desfinanciamiento, es una exhibición de los fuegos artificiales de su indocta incompetencia. De esa manera, se “apuntalaría”, -valga la paradoja-, además, de la quiebra del sistema, la de las pensiones jubilares, como resultante del audaz e indocto intercambio que, como dejo dicho, tiene nombre y que, por la información recopilada, podría llamarse peculado, delito cometido por quienes “…se apropien, distraigan o dispongan arbitrariamente… de dineros públicos…” (O)

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